ZEPPELIN ROCK: Cuando fui genial: La isla con Jimi

sábado, 24 de marzo de 2012

Cuando fui genial: La isla con Jimi



Vosotros no lo sabéis, pero yo un año triunfé y fui “genial”. Corría el soporífero curso 1990-1991 en la Universidad Autónoma de Madrid, donde junto a profesores eminentes –Diego Catalán, Antonio Rey o Domingo Ynduráin, entre otros– existían los que no pasaban de la categoría monumental de mediocres fantoches, que se ocupaban metódicamente en sus clases de que el tiempo perdiese su condición de fugitivo (tempus non fugit, escribíamos en papelotes que nos pasábamos por debajo de la mesa). Ese año terminé con un expediente académico casi impecable, que no quiere decir otra cosa sino que me pasé el año con la cabeza debajo del flexo y fiesta la justa. Claro, yo entonces creía que la vida era eso; en fin, algo decepcionante, y propio de un muchacho tirando a ceniciento o sombrío, si lo miro desde la perspectiva actual.


Ese año hice algún que otro pinito literario (“como todos los jóvenes yo vine a llevarme la vida por delante”, que diría Gil de Biedma) y me presenté a los concursos literarios convocados por la Universidad. Gané el de Poesía (con un poema que hoy en día no es que deteste, pero que me dice poco tirando a nada, y que está por ahí publicado en cierto Cuaderno Gris que puede consultarse por Internet). Sí me hizo más ilusión quedarme finalista del concurso de Cuentos, en el que ganó una profesora de Lógica, decían, de la misma Universidad, y al que se habían presentado más de doscientos trabajos. Hoy leo aquel relato (el mío digo) y ya no sé si me gusta o no; no es que sea malo, pero lo veo tan influenciado por Julio Cortázar (casi un Dios para mí en aquella época) que si quitamos lo que de cortazariano tiene, sólo queda algo de hojarasca mezclada con buenas intenciones. Más tarde se publicó en el libro Cuentos del que recomiendo “Ni rumba ni ron” de Serafín Fanjul, que no el mío.

El mío se titulaba “La isla con Jimi”, que pretendía ser un homenaje al grandioso guitarrista norteamericano Jimi Hendrix y a ese mítico festival en 1970, en plena Guerra de Vietnam, en la isla británica de Wight, en el Canal de la Mancha, en donde él lució con especial brillo. Lo voy a copiar para que ustedes juzguen lo mal que escribían los que se presentaban a concursos literarios en aquella época. Sí, está todo seguido, sin puntos y aparte. En aquella época primaba lo experimental entre los jóvenes escritores en ciernes, y uno no iba a ser menos.


La isla con Jimi

"Cuando subió al coche para ir al trabajo apenas tenía alguna borrosa imagen del sueño. Las siete de la mañana, la leche casi hirviendo, la bruma de siempre (como la de mañana), con la camisa mal metida en el pantalón y las luces de varios tonos, todo circulando. Dio el contacto, justo cuando los gritos de la multitud se hacían, ahora sí, más vivos que nunca en su memoria. Qué estupidez, casi nunca recordaba sus sueños, esa mañana era especial aunque no había ocurrido nada el día anterior, ninguna discusión con María, nada en el trabajo, ningún mareo forzado, ningún quebradero de cabeza que hubiera podido favorecer la pesadilla. Pero qué tontería, nada de pesadilla, había disfrutado con aquel sueño, con la gente fumando hierba antes del concierto, con la aparición de Jimi, el gran Jimi Hendrix (así lo presentó aquel melenudo con pinta de hippie). El semáforo estaba en rojo, puso punto muerto, accionó el botón de la radio sin poner atención a las palabras del boletín informativo. Encendió un cigarro y lo notó como parte de él mismo entre sus dedos, o quizá era él parte del cigarro, sí, una prolongación de ese cigarrillo, como también lo estaba siendo de ese sueño, pues ahora Jimi lucía su traje de colores, rojo, amarillo, naranja, otra vez rojo, y con la luz del foco parecía que sólo él existiera allí y animó al público dirigiéndoles unas palabras de bienvenida (recordar las palabras, cada palabra, le extrañó aún más, el inglés nunca había sido su fuerte), y pensó: ese tío soy yo. Oyó los cláxones detrás de él y metió la primera marcha después de mirar con cara de perro por el retrovisor. Adónde iba con el coche, ¿qué haces, Miki?, te estás equivocando de dirección, giras a la derecha cuando deberías haber seguido hasta la zapatería del letrerito azul, y entonces sí..., pero así no, pues el asunto no se arregla con sólo humo y Jimi, porque, Dios, cómo cantaba ese negro de mala pinta, eso sí que era tocar la guitarra: la cámara lo enfoca desde detrás, y se ve su mano deslizándose por el mástil ofreciendo al objetivo sus tendones, luego de frente, buena toma, sus dedos pasan por los trastes apretando las cuerdas justas en el sitio preciso (aunque la más auténtica es la del cuadro de su pie pisando el distorsionador)... Esta magia que se convertía en Miki al volante de un Renault 18 azul con asientos de terciopelo rojo (se distinguen quemaduras aquí, miren el dedo, aquí, y otra aquí y allí), en fin ¿quién pensaría ahora en Miki?, porque María estaría durmiendo o con los gatos, y eso, la verdad, no me lleva a pensar que... He soñado durante una hora, acertó a balbucear. Ya parecía que se quitaba de encima la modorra, y silbidos y tarareos, el sol en la cara, y otra vez Jimi, luego el humo del cigarrillo, y de nuevo Jimi..., perfecto, como una máquina, como dos películas simultáneas. Le dio por reír y, claro, reía aquí y allí, allí con Jana y Parker, eso es: jota, a, ene, a y pe, a, erre, ka, e, erre, nombres acompañados de vidas, de biografías que también conocía, y es que conocía tan bien a Jana y a Parker... Tú, querido Miki, puedes decir cuanto te apetezca, te escucho, estoy anotando todo, pero esto es casi increíble. Jimi parece que toca con los gestos de la cara: he visto la película sin volumen, y puedo construir cada punteo como si lo oyese, porque es la cara la que me dice el sonido que corresponde a cada movimiento de su mano, sí, es raro, pero es como en casa, María se levanta y baja el volumen del televisor y yo me enfado y lo vuelvo a subir, la historia acaba con la lágrima, las caras largas, y conmigo en el sofá habiéndome perdido la mitad del film, y entonces reconstruyes lo que no has podido ver ni oír, es algo así, de repente ya no hay sonido y Jimi se mueve por el escenario poniendo un gesto como si estuviera en la inopia, mueve los labios, tararea, pero yo no oigo nada, ni su guitarra, ni a él, o sólo a él. Lo que no entiendo es por qué me cuentas todo esto a mí, Miki, por qué has faltado hoy a la carpintería, has entrado en mi casa despertándome y me has hecho bajar al bar para esto, aunque raro, sí raro, tú y tu sueño, y eso de que Jana ya no te quería como antes porque viste que Parker se agarró a ella en un momento de ceguera y ella no rechazó la mano en la cintura, olvídate de todo eso, qué más te da si todo ha acabado en nada, pese a que las luces y el humo y a veces la batería, ahí, ahí, casi al alcance de la mano... ¿Dónde puedo encontrar todo esto otra vez?, quiero volver de nuevo para decirle a Jana que la quiero, que me disculpo de no sé qué, que tengo celos, que todo eso del nirvana está muy bien y nos ha unido, pero qué le voy a hacer, Jana, si burgués desde niño, si novelas y cumpleaños con velitas, y mano de mamá pasándome por la cabeza, Dios, porque es toda una vida, toda otra mi allí vida y tú no entiendes. Quizá si otro café, acéptame otro cigarrillo, te invito a comer, pero olvida, porque a veces llegas a poner cara de loco y parece como si yo tuviera la culpa de todo, y tus ojos, ya sabes, seguro que has visto esas fotografías de sicópatas, vamos, Miki, salgamos y calla, calla ya, que estamos llamando la atención, y ya sabes que mi oficio, pero vamos, que has dejado el coche bonito. Tú no comprendes cómo quiero a Jana y cuánto odio a Parker, porque he de serte sincero, ya ni atendía a los compases, eso era sólo decorado, era el fondo de la tragedia, otra cosa, ya sé que estaba Jimi, pero no, más Jana, como si ella fuera María hace tantos años, el cine, las noches en el parque, y los besos, bah, pero no sé para qué recuerdo esto ahora, aunque también te lo tendría que contar, porque todo tiene relación: luego se volvió áspera, cuando venías a comer a casa y tocabas al saxo después del postre y ella te miraba ensimismada o yo qué sé, como si aceptara lo que salía por ese trasto y yo no fuese ya nadie, pero era raro, tú no me crees, porque tus ojos..., pero era raro, y por otras cosas, aunque yo nunca te dijese nada, chiquilladas. Y ahora Jimi vino para decirme algo, como si me anunciara algo o me revelara algo, no sé, y tengo que ir allí, y la hora que es y renunciado a lo otro".

Seguro que luego van contando que no les avisé.

Ángel Carrasco Sotos

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