Ni un día menos
Se incorporó y echó el vistazo matinal a su alrededor, a su celda de dos por tres. No había cambiado nada. El sórdido retrete del rincón olía peor que nunca; seguramente la comida de la semana no se encontraba en su mejor fase de descomposición. La humedad de las paredes facilitaba el dibujo con la punta de un cordón afilado y la ayuda de un encendedor. También propiciaba los desconchones de hormigón que, a menudo, interrumpían sus inconexos viajes oníricos.