ZEPPELIN ROCK: Microrrelatos: Cosas en los bolsillos
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domingo, 27 de noviembre de 2016

Microrrelato "Los Dioscuros" (Cosas en los bolsillos, nº 154)



Los Dioscuros

Los tres Dioscuros son caprichosos, pero a la vez necesarios, necesarios para el mundo, imprescindibles para el futuro de la Humanidad. Y, más aún, son inmortales. Eso es indiscutible, no hay quien lo ponga en duda: el tiempo les asiste habiendo visto desfilar ante sus ojos generaciones y generaciones de peña, la masa cuasi eterna de los hombres desde que habitan en este planeta que bautizaron Tierra unos parientes lejanos de origen sideral.

Todos los diarios recogen la noticia: Se aplaza la reunión de los Dioscuros para la semana próxima por indisposición de uno de ellos. Incertidumbre en el ambiente. ¿Indisposición? ¡Pero qué coño...!

domingo, 20 de noviembre de 2016

De profundis - Microrrelato (Cosas en los bolsillos, 153)





De profundis

Pese a que uno comienza con una ilusión inefable esa jubilación tan esperada, al final se cansa también de hacer visitas de viejo a los hijos, cada vez más incómodas cuando las convierte en rutina y sufre la inquina de los yernos. También acaba fatigado de echar miguitas a las palomas y a los patos del parque. De modo que a unos les dará por tomar una determinación, y a otros por tomar otra, e incluso los habrá que hagan del aburrimiento y el hábito del paseo diario un modus vivendi (o quizá moriendi) hasta que al final asoma esa que todos sabéis por detrás de la esquina y nos llama, bolso en mano (la muy puta), para que la acompañemos para siempre: desparece uno entre las sombras de un callejón y si te he visto no me acuerdo. C'est la vie, mon ami.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Que estás en el cielo - Microrrelato (Cosas en los bolsillo, 152)


Que estás en el cielo

El listón se atisba allá en lo alto. El momento es importante pues nadie, ni siquiera el gran Sotomayor, alcanzó esa altura. Por eso la concentración es máxima. El niño lo sabe y su padre, que ha venido hoy a acompañarle, también. El silencio en el estadio es total. El niño emprende su carrera, arrastrando esa cojera de nacimiento, y un poco antes de iniciar el vuelo, se impulsa con toda su energía, cierra los ojos y, en el aire, procura arquearse lo más posible para que ni su espalda ni el culo ni siquiera los talones de sus piececitos rocen el listón. Tras caer sobre la colchoneta, abre sus ojos y mira hacia arriba para comprobar que ese listón sigue aún ahí arriba, impertérrito, casi en la cima del Everest. Entonces el padre corre hacia él, lo abraza, lo llena de besos. ¡Has batido el récord mundial, mi niño; lo has hecho! El estadio sigue en silencio porque está vacío. El niño llora de alegría por su nuevo triunfo. Y al momento salen los dos del dormitorio, padre e hijo, cogidos de la mano, dejándose la cama deshecha y encaminándose hacia la cocina para desayunar. Hoy tampoco habrá cole, pero hace un día espléndido.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Lo que dan de sí dos kilos de paja - Microrrelato (Cosas en los bolsillos, 151)



Lo que dan de sí dos kilos de paja


Ando estos días enredado en la lectura de las memorias de una mujer emprendedora de principios del siglo XX, cuyo nombre prefiero evitar por razones que no vienen al caso. El motivo es solo personal y poco importa.

domingo, 30 de octubre de 2016

Fuera gorros - Microrrelato (Cosas en los bolsillos, 150)


Fuera gorros


La muchacha estaba muy buena, ¿pero qué pinto yo ahora en Arkansas?

El azul de sus ojos me cautivó, sus tejanos ceñidos marcaban unas curvas sinusoidales que presagiaban momentos inolvidables, pequeños paraísos de placer infinito (que uno era buena persona, pero muy putero). Su sonrisa era la de un querubín rubicundo con sus pocas pecas salpicándole la aguda naricita. Y más cosas. ¿Pero que hago yo ahora, madre mía, aquí en Arkansas?

domingo, 23 de octubre de 2016

"Papel mojado" - Microrrelato (Cosas en los bolsillos, 149)



Papel mojado


Las pastillas suelen tener un efecto casi inmediato, pero este efecto no dura más allá de cinco horas, así que, aunque me acuesto tarde, a eso de las seis de la mañana acostumbro a estar despierto. Mientras mi mujer duerme como un lirón a mi lado, mientras silba o respira sus sueños, yo velo, doy vueltas para uno y otro lado como veleta que mueve el viento o simplemente miro hacia la ventana esperando, quietecito, los primeros rayos del amanecer chocando contra ella e iluminando levemente el dormitorio. Esa hora u hora y media la suelo dedicar a pensar en mis proyectos. Pienso, por ejemplo, en aquello a lo que dedicaré el día más allá de mi trabajo: por ejemplo, en escribir algún microrrelato, cuya idea intento dejar más o menos esbozada en esos momentos. Planteo la trama, que puede partir de cualquier cosa trivial, de cualquier rutina o costumbre, de un hecho concreto, que no tiene por qué ser relevante y ni siquiera biográfico, de lo que sea. A veces,esos sí, me apoyo en mi propia experiencia -casi siempre muy casera, porque es muy casero uno-, y, a raíz de esta, tejo la breve urdimbre del argumento, una especie de telaraña apenas empezada. Con uno o dos personajes casi que me sobra para armar la narración, que en ocasiones no pasa de ingrávida, levemente sostenida por hilos muy finos, por unas primeras palabras que van dando forma a algo aún inconexo, borroso, pero que quisiera nacer para convertirse en. El ser original casi que ni se lo plantea uno, pero si al menos llega a redondear algo ocurrente se siente uno triunfador de sí mismo: como si de entre los escombros de su voluntad hubiese podido rescatar algo seminuevo o una muñeca desnuda y sin una pierna. Pero algo. Algo con apariencia de valioso, una pequeña llama nacida del rescoldo.

domingo, 16 de octubre de 2016

"No des paz a la mano" - Microrrelato (Cosas en los bolsillos, 148)



No des paz a la mano

Esperad que termine de cuadrar unos porcentajes y enseguida me pongo con vosotros. A ver, a ver... ya está. Bueno, os cuento. Hoy andaba yo por la calle camino a casa desde el trabajo y en el suelo vi relucir lo que parecía un euro, y euro era. No es que uno pueda hacer gran cosa con un euro, pero cuando lo coge y se lo introduce en el bolsillo anda uno más feliz y más seguro. Y mientras uno le da vueltas a la moneda en el bolsillo, nota que la vida le sonríe: saluda a los vecinos, no mira el reloj y hasta se preocupa por el tiempo. Estamos hechos de esa pasta: el dinero encontrado, llovido del cielo, se entiende como un regalo, como una gratificación de los dioses. Y siempre nos la merecemos.

domingo, 11 de septiembre de 2016

¡Más madera! - Microrrelato (Cosas en los bolsillos, 147)


¡Más madera!

SINTIÉNDOSE de nuevo inspiradísimo, el escritor se dirige a la papelería para comprar un paquete de folios e iniciar de inmediato su nueva novela. Compra uno de 500 para empezar. Al llegar a casa pone el paquete sobre su mesa-escritorio, lo abre y comprueba que los folios son de color negro. Lo coge y acude rápidamente a la papelería. Imposible devolverle el dinero, imposible cambiarle ese paquete por otro con folios en blanco. El que se llevó ya está abierto (¡craso error!). Debería haber leído la letra pequeña donde bien claro ponía "folios negros". Suya es la culpa y de nadie más. Y el pobre escritor, que pobre es, y tacaño, o ahorrador nato, virtud aprendida de su madre (y esta de la suya), de la cual heredó el hábito, ese de no soltar duros a lo tonto y sacarle el estambre a lo comprado, vuelve a casa con sus paquete de folios negros bajo el brazo, pensativo, eso sí, preocupado, mientras su mano en el bolsillo da vueltas a las llaves de casa de manera inconsciente. Tales pensamientos lo van envolviendo en una especie de inquietud manifiesta a modo de aura maligna, dañina, una especie de halo pérfido de nerviosismo, al principio leve, que, por qué no decirlo, va trocando en miedo. Se sienta ante la mesa con uno de esos folios negros ante sus ojos. Escribe alguna frase balbuciente, pero sobre esa negra superficie la tinta del bolígrafo apenas se aprecia y bolígrafos de tinta blanca no hay, ni por Internet encuentra. Es entonces cuando no el miedo, sino el puro terror al folio en negro se apodera de él. Ya la inspiración se subió al cielo, lo empiezan a habitar fantasmas de otro tiempo, mientras el folio en negro, sobre la mesa, espera ser cubierto de palabras, de personajes, de sueños, de diálogos, de recuerdos, de mundos. El folio en negro parece vencedor desde su soledad, imponiendo su pavor, denso, sólido, brutal, al escritor. El escritor, pleno de ansiedad, de un pánico insólito no vivido con anterioridad, ha de acudir al médico, acompañado de su viuda madre, para dar saludable solución a esta desdicha inédita. Ya en plena consulta, el doctor no da crédito a lo que está escuchando. La receta en este caso es bien clara: un paquete de folios en blanco que él mismo (el médico) pagará de su bolsillo; tal es su liberalidad, su dadivoso altruismo. Sonriente, el escritor sale de la consulta para dirigirse a la papelería más cercana, sin saber, acaso, que un nuevo miedo le espera en el interior de ese nuevo paquete de folios blancos. Los folios en negro los guarda religiosamente en un baúl de su abuela bajo siete llaves, tras lo cual coloca un folio en blanco sobre su mesa-escritorio, tan blanco como su propia mente en ese mismo momento.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Bioman - Microrrelatos (Cosas en los bolsillos, 146)



DESCENDIENTE de conversos, tres hermanos, padre encarcelado por deudas, estudios precarios; viaje a Roma, huyendo de un duelo, al servicio de un joven cardenal que morirá pronto dejándole en el desamparo; mutilado de guerra en Lepanto, cautivo cinco años en Argel, a su vuelta a España es desatendido en su petición de un trabajo decoroso, aunque fuese en América: "busque por acá en que se le haga merced", se le contesta. No le queda otro remedio que errar por los pueblos como provisor de intendencia y recaudador de impuestos, siendo repetidamente encarcelado en Argamasilla, Castro del Río y Sevilla, en cuya inmunda prisión permanecerá tres meses. De su estancia en Italia le había quedado un hijo natural, al que nunca más vuelve a ver; su matrimonio no prospera; vive -a la hora del Quijote- en su angosta casa de Valladolid, en compañía de una hija natural (habida antes de casarse con Ana Franco, una mediana actriz que lo abandonará pronto), su mujer (a la que lleva casi veinte años, y terminará vistiendo hábito en la propia casa) y dos hermanas suyas: Andrea (con Constanza, su hija natural) y Magdalena (de la que se dice que era medio lerda). Se las conoce como "las Cervantas" y hay de donde extraer que no guardaban moral demasiado estricta, aunque conservasen las apariencias como costureras del marqués de Villafranca. Días antes de morir se ve envuelto en un asesinato ocurrido junto a su casa, y se le fuga Isabel, su hija. Había querido marchar nuevamente a Italia como secretario del conde de Lemos, pero este le relega a favor de los Argensola, quienes le desdeñaban. A su entierro acuden contadas personas y ninguna con nombre conocido. De su cadáver se hicieron cargo los hermanos de la Orden Tercera. No pusieron nombre ni lápida en la fosa del convento trinitario, adonde lo condujeron. Todo sus retratos son apócrifos.

domingo, 28 de agosto de 2016

"En sombra, en nada" - Microrrelatos (Cosas en los bolsillos, 145)



En sombra, en nada

SENTADO sobre su butacón de mimbre instalado en el jardín junto a la fuente, un hombre lee. Se trata de una novela de aventuras en la que el hombre está atrapado, más aún ahora en que el protagonista es perseguido por una tribu de caníbales que cada vez está más cerca en su ulular perpetuo, en este momento más perceptible que nunca retumbando en sus oídos. Puede ver al protagonista cómo intenta, sudoroso y a duras penas, escapar entre la maleza que cada vez se hace más y más densa. Puede sentirlo, soñarlo, casi tocarlo. A la espalda de ese hombre que lee, una voz de mujer: “¡A comer!” Él sigue aferrado a la lectura, como una presa enjaulada, no escucha, no atiende, un cristal muy grueso le impide su regreso a la realidad. “¡La comida está en la mesa, cariño!” Intenta reaccionar, pero nada, ese cristal imposibilita su retorno, intenta contestar, pero su boca está amordazada por una tela invisible, como en los sueños... y la comida se enfría. Es entonces cuando surgen las alarmas y el miedo se enseñorea de su ser ("¿Cari?"): la pequeña flecha acerada y llena de ponzoña que le alcanza el costado, las lianas amarrando su cuerpo desnudo a un palo, el humo sumiéndolo en la ceguera, el agua hirviendo ocupando hasta su alma, las llamas calcinando su cuerpo, y la confundida mujer acudiendo presurosa hacia ese hombre que lee, de cuyo cuerpo casi ya no queda nada, pero sí el libro, sujeto en alto por una mano descarnada, del que caen, como hojas secas sobre el césped, sus palabras. La mujer lo graba todo con su móvil para que alguien la crea.

domingo, 21 de agosto de 2016

Cocido montañés - Microrrelatos (Cosas en los bolsillos, nº 144)



Cocido montañés

UNA noche desperté en mitad de la oscuridad con la comprobada certeza de que había olvidado el despertador en el comedor, como así fue. Salí sigilosamente del dormitorio, con el cuidado de no perturbar el sueño de Verónica, que dormía plácidamente, pétrea, como un ángel entre la bruma. Anduve muy despacio por el pasillo para que los niños tampoco me sintieran. Los calcetines de lana me servían de cómoda colchoneta que atenuaba cualquier pequeño ruido. Me deslizaba muy lentamente, a tientas, con la luz apagada por ese camino conocido. Alcancé el comedor, cuya puerta estaba abierta de par en par, accioné el interruptor de la luz y allí estaban todos: algunos, sentados a la mesa, como el abuelo Miguel y la abuela Elisa, que charlaban entre susurros amablemente con la señora Celsa y su marido. Otros estaban de pie, como el doctor Elías y aquel viejo cura, don Pancracio, que había conocido de niño; ambos estaban con la tía Enriqueta, a la que identifiqué solo por unas fotos antiguas del álbum de los abuelos. En el sofá estaban mamá, papá y el tío Aurelio, y también había un sitio para Carlitos, el pobre. Había más gente allí. Yo me hice el despistado y me dirigí distraídamente hasta el lugar en que reposaba el despertador, junto al mueble bar, apartando con cuidado a alguna que otra persona que interrumpía el trayecto. Lo tomé (el corazón a cien, ya supondréis), volví sobre mis pasos y en una última y fugaz mirada -antes de cerrar definitivamente la manilla de la puerta- pude ver a Verónica entre una nube de humo. Me guiñó un ojo.

domingo, 7 de agosto de 2016

Microrrelatos - Celebración (Cosas en los bolsillos, nº 143)



Celebración

LUIS Román ha ganado en la capital un concurso menor de poesía, pero en su pueblo todo lo relativo a la cultura es acogido según merece y a Luis Román le han preparado algo grande para recibirlo como es debido. Él no lo sabe, pero el día anterior a su regreso, tocado con los laureles del triunfo, todo el pueblo se ha puesto manos a la obra. Se han enjalbegado las fachadas de las calles principales por donde se pasará un flamante y animado desfile, calles que se han ornado con banderines que cuelgan de cintas de colores que cruzan tejiendo el cielo enmarañadas de un lado a otro de rejas y balcones, que a la vez han sido vestidos alternadamente con las banderas nacional, municipal y de la comunidad autónoma. En el desfile el galardonado autor irá acompañado por la banda municipal (que irá tocando piezas wagnerianas), así como la de tambores y cornetas, del mismo modo que no faltarán las simpáticas majorettes. Todo se pretende apoteósico.

domingo, 31 de julio de 2016

Microrrelatos - Cosas en los bolsillos (142): Luisa en la noche



Luisa en la noche


YO acababa de llegar del campo, y estaba atando la mula al palo del establo cuando se presentaron los dos, con los fusiles al brazo. Me preguntaron si yo era Esteban Gómez Iniesta y, después que contesté afirmativamente, uno de ellos, el más alto, me dijo que les acompañase, mientras el otro rastreaba la cuadra y revolvía la paja del trigo con el cañón del arma como si buscase a un fugado. Luisa en ese momento estaría sacando la cena del fuego, pues cuando abrí la puerta de la casa ponía el caldero sobre la mesa, y al verme seguido de los dos soldados se sobresaltó, y el caldero cayó al suelo dando un gran estampido y vertiendo las patatas guisadas por el suelo. Pero ella no pareció inmutarse por el ruido, permaneció inerte, con una impavidez latente de miedo en los ojos, como si ese temor secreto e íntimo que guardaba calladamente la traicionase en ese momento, como si los presagios que ambos conocíamos desde el día en que vimos los primeros aviones volar sobre los cerros que rodean la casilla, se amontonasen atropelladamente en ese instante en nuestras cabezas y en aquel hilo invisible que unía nuestras miradas rectas por la quietud que producía el pavor de la despedida.

domingo, 24 de julio de 2016

El final de la fiesta - Microrrelatos: Cosas en los bolsillos (141)



El final de la fiesta
(capítulo uno)

EL otro día estábamos de fiesta de cumpleaños en casa de una amiga. En realidad, ya ha pasado casi un año de aquello, pero aún anda reciente en mi memoria. Os cuento. Lo estábamos pasando bien, sobre todo porque sus padres no estaban en casa y pudimos beber un poco de alcohol, unas cervezas... y la cosa se fue animando. Yo creo que fui el único que no bebió porque luego me afecta demasiado y a veces he vomitado antes de llegar a casa. Un día comprendí que no valía la pena. Era mejor pasarlo “un poco peor” y llegar esplendoroso al hogar (donde los padres esperan impacientes y alerta) y pasar el día siguiente con la cabeza despejada para poder estudiar y simplemente no tener la impresión de que sea un día perdido para tu vida. Yo estas cosas las valoro mucho, aunque sé lo que estás pensando ahora mismo, colega. Yo también pensaba como tú no hace mucho tiempo. No ha sido una decisión moral; ha sido por simple orgullo. Bueno, yo me entiendo.

domingo, 17 de julio de 2016

El culo de la Gioconda - Cosas en los bolsillos (microrrelato nº 140)



El culo de la Gioconda

CONSEGUIR fecundar a la reina no es tarea fácil. Pero uno no desiste. No debe. Y se pasa el día recorriendo el áulico dédalo de pasillos y corredores que es en gran medida el ajedrez de este castillo para obtener ese premio. Hay que añadir que no es excepcional que le sobrevenga la muerte antes de lograr tal objetivo para el que se ha nacido ("escrito esta en mis genes vuestro gesto"). La muerte está detrás de cualquier arbusto, al acecho, tras de una enfermedad, de la lanzada inesperada en una escaramuza, del rayo que te atraviesa la armadura en pleno campo, o de la vejez que le esperó a uno al final del camino con su insaciable y pícara sonrisa. 

domingo, 10 de julio de 2016

El marajá de Bhopal - Cosas en los bolsillos (Microrrelato nº 139)



El marajá de Bhopal

CON una superficie de casi 18.000 kilómetros cuadrados, similar a la de Castilla-La Mancha, Bhopal fue un estado tributario (hasta 1949), del centro de la India que quizá algunos recordaréis por ese desastre medioambiental ocurrido en 1984. Pasó que en una fábrica americana de pesticidas se produjo una fuga de 42 toneladas de isocianato de metilo que provocó la muerte de cerca de 8.000 personas, el mismo número, por cierto, que alcanzaron los espectadores de "Madama Butterfly" en su gira por los teatros manchegos durante el año 2010.

domingo, 3 de julio de 2016

While the city sleeps - Cosas en los bolsillos (microrrelato nº 138)



While the city sleeps


COMO cada noche, ha despertado mientras los demás duermen, y en un vuelo invisible ha llegado sin aviso hasta tu dormitorio (la ventana estaba abierta pues la brisa nocturna se hace amable y necesaria ahora en verano). Está sediento esta noche, y si él pudiera, te bebería entero, sin importarle tu muerte, sin importarle tampoco que tú -una persona normal- te conviertas en un monstruo despiadado, como lo eres ahora mismo, con la camiseta del pijama en la mano (como quien porta una estaca afilada de madera), subiendo en la cama, descendiendo de ella para hacer de nuevo una exploración más minuciosa, persiguiendo con una inusual y diabólica rabia a ese drácula inmisericorde que te ha convertido en un colador sin alma, a ese Nosferatu irredento y sádico que parece mofarse de ti con su insoportable trompetilla de feria a esas horas de la noche.

domingo, 26 de junio de 2016

La sabana siempre es peligrosa - Microrrelatos: Cosas en los bolsillos (137)



La sabana siempre es peligrosa


ÉL dormía plácidamente. La mañana había sido dura y el pobre estaba rendido, así que se quedó sopa, como un tronco seco cansado de los años, en un abrir y cerrar de ojos (nunca mejor dicho). Desde luego no fueron sus ronquidos los que alertaron y atrajeron al león. A apenas tres metros de donde él reposaba, olisqueaba aquella alimaña, inquieta, enorme, entre unos matorrales, hambrienta muy probablemente. Y fue entonces cuando el feroz animal vislumbró a su presa, agazapada, dormida quizá, a la sombra de una acacia, sobre el estrato herbáceo de gramíneas perennes, en la aparente paz neblinosa del agosto africano. Justo en ese momento él se movió, se dio media vuelta, soltó una ventosidad violenta y se acurrucó como un bendito en su nueva posición, de cara a la bestia, que miraba ahora fijamente hacia su botín moviéndose con un sigilo milimétrico para evitar su fuga. No tardó ni un segundo en saltar el león sobre aquella pobre gacelilla, clavarle sus colmillos en la garganta y provocar su muerte en dos segundos.

domingo, 19 de junio de 2016

Rus, ruris is different - Microrrelatos: Cosas en los bolsillos (136)



Rus, ruris is different


LA casa rural que alquilamos se llamaba "La Motosierra". Era una casita en apariencia acogedora que se presentaba como novedad en esa página de Internet que la mayoría conoceréis. Lo que más nos gustó de ella era que estuviera enclavada en un lugar inhóspito, alejada del mundanal rüido, de difícil acceso, sí, pero entre montañas y un bosque frondoso, tupido, natural y salvaje... y con un riachuelo que corría en sus cercanías. Era desde luego el sitio ideal para despedir a nuestra amiga, un fin de semana que se presentaba eterno, lleno de emociones, de alcohol, de sentimientos, también de maría, de recuerdos y más alcohol y más maría, y jolgorio, risas, rock, desenfreno, libertad. "La Motosierra" nos proporcionaría eso y mucho más; estábamos seguras, y el precio hacía más deseable esa golosina. Así que precio asequible, solas para hacer lo que nos viniera en gana, sin chicos (por supuestísimo), y la posibilidad añadida de bañarnos en bolas en un río de aguas puras, cristalinas ("árboles que os estáis mirando en ellas, verde prado, de fresca sombra lleno, aves que aquí sembráis vuestras querellas...").

domingo, 12 de junio de 2016

Microchiste sin guarnición - Cosas en los bolsillos (135)



Microchiste sin guarnición


UN hombre entra en un restaurante de carretera para comer. Se sienta a una mesa, el camarero le trae la carta, pero este le dice que quiere menú del día (por favor, gracias). De primero elige una fabada asturiana; de segundo, un escalope, y de postre, flan de huevo "con-nata-si-es-posible" (y sí es posible). Pero se presenta un "problema" (llamémoslo así), que no viene del flan, como tampoco de las alubias (aunque estén un poco saladas, un asquito), sino del escalope (con patatas). Llegado el momento (ese momento crucial) del servicio del segundo plato, el camarero se le acerca con un chuletón de Ávila cuyas dimensiones rebasan en algunas partes el plato en el que viene transportado. ¡Que aproveche! (silencio y ojos de estupefacción). Lo mira así nuestro protagonista, primero con desconcierto y al momento con un apetito voraz. No dice nada, no protesta, no reclama su derecho al escalope. Toma cuchillo y tenedor y comienza a intervenir (quirúrgicamente) al apetitoso pedazo de carne que, como comprueba de inmediato, está a su gusto, en ese punto exacto de un poquito sangriento sin que parezca que está uno devorándose a un buey vivo.