Mark Sugar canta y toca guitarras junto a Ryan Bruchert, responsable de la mayoría de los pasajes solistas, con Adam Kopecky a la batería y Usha Rajbhandari al bajo. El trío de hachas se lo montan muy bien, sobre todo en los interludios rítmicos. Lo produce la propia banda en su unidad móvil (sí, la llaman Trials Mobile Facility, a saber). Pete Grossman y Quentin Poynter se encargan de los controles técnicos y la excelente mezcla final.
En They hide behind the law no pueden sonar más densos, con un trabajo de bombo y platos alucinante sobre la que Usha marca una línea de bajo increíble. El tema se redondea con uno de los mejores solos y una interpretación gutural de Mark acertada. Porque también hay un buen cantante, capaz de mantener su voz oscura y ruda al estilo Anselmo para pasar a interpretar con voz limpia cual (casi) Halford, como en Diggin my own grave. La inicial Truth defiled es otro punto fuerte, sobre todo por el trabajo de guitarras, geniales el riff principal y la forma en que se armonizan. Don’t believe a word y Beat the system of death deben caer a tus oídos: gran trabajo melódico sin perder la fuerza original, con acertados cambios. En Inheritance se muestran más accesibles, con un inicio acústico, un estribillo limpio y unas guitarras menos salvajes, pero igual de curradas. En cambio, This ruined world, que cierra el álbum, gana por densidad épica, intensa interpretación, batería sobrepuesta y técnica masiva en las cuerdas, veloz y tendinosa. Y si aún dudas de la calidad de esta gente, nos queda Blink of an eye.
En definitiva, un increíble disco de thrash moderno (o como quieras llamarlo), lleno de detalles, con una banda que se gusta en la creación de canciones redondas donde triunfa la mezcla de técnica y buen gusto. No hubo muchos discos tan completos en 2015.
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