ZEPPELIN ROCK: BE FRIKI, MY FRIEND! - Qué fue y qué es ser friki (con música de fondo)

sábado, 17 de abril de 2021

BE FRIKI, MY FRIEND! - Qué fue y qué es ser friki (con música de fondo)

 


por Rockología (@RockologiaTwit)
del blog Rockologia

A mediados de los años ochenta uno era friki si conocía la vida de Freddy Mercury, te lo juro, y el nombre de su gato; friki si le daba durante horas a los videojuegos; si sabías quién era Lovecraft; si conocías el origen de Lobezno; si nombrabas a Sauron con reverencia. En esa época, sin interné, sin móviles, en la que tenías que mandar sellos a un apartado postal para que te devolvieran un catálogo, en la que esperabas semanas a que apareciera en tu buzón un sobre sucio con una casé de un grupo raro que te flipaba, en la que una vez al mes ibas a un parque, a una feria, a un rastrillo, a una tienda a dejarte el dinero que ahorrabas en una revista de videojuegos inglesa, en un vinilo traído de Amsterdam, en un poster de una película japonesa que nunca verías. En esa época, ser friki era fácil y costoso: tenías que pensar distinto, no ver la televisión muchas horas, no comprar las revistas de los quioscos, no aceptar la ropa de la tienda de la esquina. En esa época, ser friki era difícil y simbólico: te vestías raro, opinabas raro, no te gustaba ir al cine de los demás, hacías bromas que nadie entendía, sabías de bytes, te disfrazabas de personajes outsiders (un jedi, un ramone, un elfo), pasabas horas metido en los juegos de rol. Eran años en los que ser heavy, otaku, trekkie, geek, cosplay te convertían en un auténtico fuera de la ley. El raro. El especial.





El término, ambiguo en realidad, se emplea para designar a las personas (casi personajes) extravagantes, alejados de la norma, en verdad, incluso obsesivos con sus aficiones hasta el punto de dedicar su tiempo libre y su vida misma a ella. Pero, claro, esa afición debe ser poco valorada a nivel social, casi mejor despreciada. Porque dedicar tu tiempo al fútbol, la caza, el cuidado de perros, las maquetas, los sellos, la pesca o, incluso, hoy en día, el vuelo de drones, no te hace friki. Eres un coleccionista, un tipo curioso, hasta interesante. Repasemos un poco. Un freak era un monstruito, un tipo divergente, imposible de encajar en la sociedad: la mujer barbuda, el hombre elefante, el enano, el siamés, en fin, lo que venía a ser un insoportable ejemplo de lo distinto. Con los años, la normalización, el acceso a la educación y la sanidad (etcétera, ponga aquí lo que le parezca bien), llevó a finales del siglo pasado a encuadrar en este palabro a los raros, los que no aceptan esa normalidad que os está salvando del sufrimiento y el barro, a los que os gusta el gore, la música ruidosa sucia repulsiva que habla de libertad o de macabros rituales, el porno más allá de lo aceptado, en fin, a los que disfrutáis con los anti-estereotipos.




Los frikis no nos considerábamos un rebaño. Cada uno era de su casa. Como una enorme colmena de celdas inconexas, nos respetábamos sin más. Éramos felices en nuestros dominios, como Bilbo, y nos juntábamos con iguales: del rock, del manga, del cine sueco, de lo que fuera. Los frikis éramos amantes de las cosas molestas que nos permitían imaginar un mundo divergente, unos dementes de la esperanza: los videojuegos, los cómics, los libros de magia, ciencia ficción y personajes imposibles, la música underground de verdad. El escapismo a través del agujero negro de nuestra imaginación podrida.

Hemos pasado en este siglo de ser considerados personas inmaduras a convertirnos en los motores de la cultura universal. La pasión por una estrella del rock, por un personaje coreano, por un videojuego, por una película o por los protagonistas de una obra con más de cincuenta años se ha convertido en el pan que todos los días mojamos en la salsa de la rutina. Los niños, los hijos, se disfrazan de Darth Vader, de Gandalf, de los Kiss, de Goku, al gusto del padre o la madre, como quien se disfraza de princesa Disney o de payaso de burguer. La cultura está tan muerta que recurre a los auténticos adalides de la basura antigua para rescatar y sostener los yates del empresariado, a los viejos olvidados que mantienen fiel sus gustos. Vamos a dar a esta generación un éxtasis orgásmico de sus fantasmas y sus ídolos: biopics de sus estrellas muertas o moribundas, trilogías de sus libros olvidados, series eternas de sus personajes, ya manidos y trabajados en miles de páginas de cómic, pero qué más da, que mantengan el tirón y soporten esto hasta que el nuevo público coma la vieja polla que le ponemos en la boca, de fresa, de superhéroe, de Akira, de hobbit, se la van a tragar porque estos viciosos nunca fallan.





En este siglo los frikis hemos tomado el poder de los medios, hemos domesticado la pasión, el rarismo que nos hacía felices, el goterón de sangre fresca que se ponía en nuestra garganta cuando adivinábamos que algo nuevo de nuestros ídolos venía. Y hemos convertido lo friqui en lo cotidiano. Lo hemos traicionado.

¿Es posible ser friki hoy en día? Qué más da. Sé solo un tipo que admira sus mierdas sin importarle qué opinan los viejos que escriben esta clase de artículos o los gilipollas que pierden su tiempo en redes (a)sociales subvencionados por las empresas del ramo (música, cine, literatura, lo que sea). Cágate en las palabras de los demás: tu pasión es tu espada, tu adamantium, tu anillo verde, tu martillo del trueno, la sangre que cambiará el mundo. Sé una puta feria y, sobre todo, sé feliz con ello.


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