ZEPPELIN ROCK: Crítica de "Manchester frente al mar" (Kenneth Lonergan, 2016)

domingo, 12 de febrero de 2017

Crítica de "Manchester frente al mar" (Kenneth Lonergan, 2016)


por MrSambo (@Mrsambo92)
del blog CINEMELODIC




El gran drama intimista de este año (superior a Moonlight), nominado en seis categoría y con un claro favorito, Casey Affleck, que con su estilo minimalista, hierático (tan criticado en su hermano), afronta un complejo papel donde la vida ha hecho costra y la redención y la superación parecen un trabajo hercúleo, donde la vida le obliga a participar aunque él había elegido dejarse llevar. Un trabajo muy matizado del actor, recomendable en versión original.



De esto nos habla del director y guionista americano Kenneth Lonergan, de cómo la vida nos impulsa a vivir aunque nos azote con fuerza, aunque queramos renunciar a ella y recluirnos en nosotros mismos. Y lo hace con una concepción fascinante, oriental, que bien podría recordar a Yasujiro Ozu, en la que siempre colocará la cámara a distancia, discreta, respetuosa y tímida, para retratar ese duro drama por el que pasan sus personajes, sin querer incidir ni enfatizar lo que ya de por sí es tremebundo. Todo desde una estética muy europea, con esa luz blanquecina y muy clara, diáfana.




Una dirección invisible la de Lonergan que da prioridad al plano estático, reduciendo los movimientos de cámara. Lonergan colocará su cámara a distancia y a sus personajes enmarcados en los escenarios, enmarcados en puertas, ventanas, coches… como recluidos en sí mismos, a resguardo de la vida, abrumados por ella.

Una vida que, a través de la familia, ese hermano difunto, arrebata del limbo al protagonista para anclarlo a la existencia. Es ahí donde tienen sentido esos planos de transición para entornos y decorados naturales, nevados en unos casos, marinos en otros, que parecen escenificar la vida del protagonista en ese momento, congelada, como criogenizada, a la espera de un momento mejor o de que llegue la muerte sin más, contrastados con esos otros en los que vemos el mar, el puerto, donde la vida, con sus pesares, parece fluir, navegar, sin un rumbo fijo quizá, pero con sentido gracias a la familia (en ese barco) o el amor.




Los silencios, las pausas, las esperas, son pieza fundamental de la narración de Lonergan, donde aunque es muy detallista en ese periplo con las gestiones del funeral y demás, tiene una exposición impresionista al pretender capturar un pedazo de vida, donde la naturalidad y el realismo emocional son las grandes ambiciones. Por ello, la mayor parte del metraje se dedica a escenas y momentos aparentemente intrascendentes, cotidianos, sin interés narrativo, pero con sentido para desarrollar lo que bulle en el interior de los personajes y sus relaciones. Un drama que filtra con excelente acierto el humor, como la vida misma, sin forzarlo ni retorcerlo.

Se recurre a la fragmentación narrativa, insertando diversos flashbacks que nos muestran momentos concretos del pasado de los personajes, especialmente de Lee (Casey Affleck), del que se respeta su punto de vista. Una fragmentación que desvela la mencionada filosofía del film: cómo la vida viene al rescate cuando nos damos por desahuciados, es decir, pretendiendo un punto de vista distinto al más habitual donde la vida perturba nuestra tranquila existencia para llevarnos al límite. Una elección con pleno sentido.




Los exteriores, en concreto el barco y el mar, resultarán simbólicos. Un barco que es como el contenedor del espíritu de Joe (Kyle Chandler), el difunto hermano de nuestro protagonista, de ahí que se pretenda con esmero su conservación. Es en ese barco y al aire libre donde tendremos los únicos atisbos de libertad y felicidad…

La relación entre el tío y el sobrino, un también excelente Lucas Hedges, es francamente entrañable y auténtica. Se intuye un amor y cariño de mucho tiempo, donde las trifulcas y pequeñas discusiones o enfados nunca se traducen en rencor o malos modos, siempre comprensivos, con sus egoísmos y manías, pero con su cariño como bandera anteponiéndose a todo.




Es cierto que la película se extiende en demasía, que podría prescindirse de muchos planos o que estos podrían ser sustituidos por otros sin que el mensaje y la esencia cambiaran, pero el resultado es notable.

El uso de la música es cuestionable, ya que en ocasiones contradice la concepción realista, distante, natural que pretende la película, enfatizando las emociones, como inseguro del impacto de los duros hechos que se escenifican, para llegar más al espectador al ritmo de Händel o Albinioni.




Grandes interpretaciones de todo el reparto, donde quizá la nominación a Michelle Williams se antoje excesiva, ya que aparece en un par de escenas nada más, una de ellas, bien es cierto, notable. Las de Lucas Hedges y Casey Affleck son más que merecidas.

Las culpa, la pérdida, la vida, el amor y la redención que a veces no logramos, son algunos de los temas de este film que, desde luego, no es para los que busquen convencionalismos ni el último blockbuster.

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