ZEPPELIN ROCK: Crítica de "Nacido el 4 de julio" (Oliver Stone, 1989)

jueves, 7 de enero de 2016

Crítica de "Nacido el 4 de julio" (Oliver Stone, 1989)


por Möbius el Crononauta



Como sabréis, Oliver Stone es un tipo de lo más extraño, y tiene una carrera tan tortuosa como su propia experiencia vital. Uno de sus primeros films, La mano, resulta de lo más bizarro y desalentador, con un Michael Caine en horas bajas que no sé muy bien si sabía dónde se metía. Supongo que desintoxicarse y un periodo de descanso dedicándose a los guiones le dieron para centrarse y rodar Salvador, un film interesante aunque algo irregular, que sin embargo imagino que en la época no habría servido como aviso para lo que se le venía encima al público. Stone, voluntario y veterano en la guerra de Vietnam, afrontó de lleno sus demonios personales y sus recuerdos y facturó una de las mejores películas sobre el famoso conflicto de la Guerra Fría. Platoon sorprendió a propios y extraños, y puso al director en el mapa cinematográfico. Su alucinógeno cameo en Torrente 3 (!) lo dejaremos de lado.



Siempre me ha parecido que Stone es un director que siempre ha tenido claro lo que quería decir. Al igual que Michael Moore, nunca ha dudado en jugar con la realidad para apoyar su punto de vista. Ni siquiera hace falta recurrir a temas políticos para apoyar tal afirmación. En su biopic de los Doors quería ofrecer su visión del gurú mesiánico del rock and roll al que acompañan tres comparsas y al que los excesos de la fama y las drogas se llevan por delante, eso sí, tras haber robado el fuego a los Dioses. En Jim Morrison el director neoyorquino vio a su moderno Prometeo.

Basada en la autobiografía del veterano de guerra y activista político Ron Kovic, Nacido el 4 de Julio es el siguiente paso de la visión de Stone sobre Vietnam. Si en Platoon asistíamos al horror de la guerra y la salvaje experiencia por la que pasaron los soldados norteamericanos, en el film protagonizado por Tom Cruise el director se centra más (sin dejar de mostrar las llagas bélicas y la barbarie absurda) en el regreso de los veteranos a su país y cómo tuvieron que afrontar unos momentos difíciles para la nación norteamericana, donde no parecía haber lugar para ellos.

Para un norteamericano de una familia creyente y confiada en la bondad y grandeza de su país, nacer un 4 de julio debe representar un gran honor y motivo de orgullo. Como elemento cinematográfico es muy sugerente, aunque en este caso lo mejor es que realmente era cierto. Kovic nació un 4 de julio de 1946 en un pequeño pueblo norteamericano, aunque creció en Massapequa, a la postre otra localidad de gentes de bien donde todos se conocen y la gente es feliz.




En una de las primeras escenas del film tenemos al Kovic cinematográfico subido a hombros de su padre en el día de su cumpleaños, mientras contempla la cabalgata del 4 de julio. Los veteranos del pueblo desfilan mientras la gente los vitorea y los niños tiran petardos. Dos conflictos mundiales y una difícil guerra en Corea aglutinan a ancianos y a hombres de mediana edad que han servido a su país en nombre de la libertad. La traumática experiencia aún perdura en algunos de ellos, y se sobresaltan al oir las explosiones de los petardos y el olor de la pólvora. Todos ellos son un motivo de orgullo para sus paisanos.

Recuerdo que en Forrest Gump el teniente Dan procedía de una familia con una extraña tradición: cada generación, el hombre de la casa había fallecido en una guerra al servicio de su patria. En la familia Kovic ocurre algo parecido: su bisabuelo luchó en la Guerra de Secesión, su abuelo en la Gran Guerra y su padre en la Segunda Guerra Mundial. Norteamérica nació bajo el olor de la pólvora y el estruendo de los cañones, y se labró un liderazgo a base de contiendas. Ningún gran imperio puede ser ajeno a la guerra.




Viviendo en la tranquilidad de Europa y su acogedor liberalismo, resulta casi aterrador contemplar cómo un sargento de artillería (el semper "impasibilis" Tom Berenger) acompañado por su ayudante entra en el salón de actos de un instituto y anima a sus estudiantes a alistarse en los Marines, la crema de los cuerpos combativos norteamericanos. Al más puro estilo prusiano de Sin novedad en el frente, unos chavales de un pequeño pueblo que poco saben del mundo son instados a enrolarse y partir a una tierra lejana para librar al mundo de unos cuantos rojos. Para mí, lo más escalofriante resulta ver hace unos meses un documental donde ocurría lo mismo: dos Marines dando charlas y repartiendo flamentos en institutos y demás centros de enseñanza para conseguir reclutas para las nuevas campañas en Oriente Medio. Siempre resulta extraño juzgar al país del Gran Padre Blanco con ojos europeos.

Ganar. Es lo único que importa. Patria y Dios. Mediante los combates entre los equipos de lucha del instituto Stone nos acerca a los imperantes valores norteamericanos que exigen lo máximo del individuo, su esfuerzo, su entrega y, sobretodo, su victoria. Cuando Kovic pierde el combate la decepción de sus familiares y amigos no pasa desapercibida.

En una cafetería los amigos recién licenciados discuten sobre las palabras del sargento. La mayoría creen que su deber es acudir a la llamada y partir lo más pronto posible. Apenas uno solo de ellos considera que en Vietnam no se le ha perdido nada. No Vietnamese ever called me a nigger (Cassius Clay).

Bailando juntos mientras la inmortal "Moon River" de Henry Mancini suena de fondo, Kovic se despide su amada Donna, quien obviamente no ve con buenos ojos la partida del mocetón. Y es que poco se imagina el joven patriota que a su vuelta nada será igual.


Bajo el calor tórrido de Vietnam la compañía avanzada desplegada por entre los campos de altas hierbas. El color rojizo de la escena no es casual: el azul y el blanco también tendrán su oportunidad.




El sargento Kovic conoce a un joven novato de Georgia. "Es la segunda vez que vengo aquí y nunca ha caído nadie de Georgia", le tranquiliza Kovic. Poco después avistan su objetivo. "¿Ve los fusiles, sargento?". Cualquiera juraría que el sargento Kovic no ha visto ningún fusil, pero ante la insistencia del superior el dubitativo soldado contesta afirmativamente. La compañía se aposta, preparada para abrir fuego. Antes de dar la orden, comienzan los disparos. Las aldeas cercanas son batidas hasta que se recupera el control de la situación. Cuando por fin llegan a las cabañas, apenas hay supervivientes. La mayoría de los campesinos han sido masacrados. Un ahora huérfano bebé llora mientras los Marines se repiten a sí mismos que no pueden haber sido ellos los causantes de tan sanguinaria matanza.El Vietcong responde y trata de cortar la retirada de la compañía. Es entonces cuando Kovic comete un error fatal.

Creo que una de las bazas del cine de Oliver Stone es su poder visual. Junto con un casi intuitivo sentido del ritmo, esos dos aspectos de su obra son los que más me atraen. En un momento lírico por momentos, mientras el personaje de Cruise dispara sin cesar, una figura, a contraluz, con el sol a su espalda, surge de entre las dunas, a cámara lenta. El asustado Kovic se gira y abre fuego. Tres disparos cortan el aire. El sargento acaba de matar al novato de Georgia. Para mí, una de las mejores escenas del film.

Esa noche en el campamento Kovic se presenta a su superior para informar de lo sucedido, pero el capitán no está para bromas, y le dice que se olvide el asunto. ¿Cómo olvidar algo así? Es entonces cuando vemos un primer plano de Cruise, con unos ojos brillantes (un extraño rasgo de la película, ese extraño brillo en los ojos de algunos personajes) y la mirada perdida. Su pensamiento sin duda está lejos de allí. Tras acabar con un poblado y matar a un compañero, su destino está decidido: falto de concentración, en el fragor de la batalla cometerá un descuido fatal. Un disparo le dejará paralítico para siempre.




Tras pasar por el horror del hospital de campaña asistimos al horror del hospital de veteranos, un lugar tétrico donde las ratas campan a sus anchas y la desidia de enfermeros y médicos es patente. Cuando el propio gobierno apenas da ayudas suficientes para cubrir la atención a los veteranos, poco se puede esperar del plantel médico, con un equipo de enfermería significativamente de color.

Stone nos ofrece entonces lo mejor de su habilidad para mostrar momentos espeluznantes mezclados con momentos de camaradería entre pacientes y enfermeros. Dentro de esa sinrazón de hospital hay espacio para la diversión, y alguna que otra mujer o prostituta se amparará en la oscuridad para jugar con alguno de los soldaditos, ante la lógica irritación de aquellos paralizados de cintura para abajo.

Tras volver a su hogar, Kovic deberá enfrentarse a una nueva realidad, y conciliar su pasado y su presente. Un golpe de la silla de ruedas al intentar pasar una puerta, un reflejo de Cruise en una foto del Kovic vestido de luchador... pequeños detalles aquí y allá que indican el duelo interior del ex-combatiente.

El frustrado soldado se verá incapaz, en su actual situación, de soportar esas pequeñas tensiones y traumas familiares anteriores a la guerra: una madre santurrona y dominante, un padre débil al que Cruise intenta idolatrar sin éxito, y un hermano ensimismado y pasota que parece no compartir las ansias de encajar del estudiante Kovic. Para colmo, el desfile de veteranos le demuestra lo mucho que ha cambiado su país desde su niñez: el respeto se junta con el desprecio, y muchos ven en él a una pieza más del engranaje belicista del gobierno estadounidense.




Resulta en cierto modo fascinante que Stone fabrique una película con un claro mensaje antibelicista pero sin embargo sepa mostrar tan bien los sentimientos del veterano de Vietnam que regresa a casa. Viendo la película podía llegar a comprender la situación de Kovic, mientras que al mismo tiempo podía aceptar las críticas de los pacifistas. Una mutua incompresión que causó una herida profunda, consecuencia de aquella guerra maldita. Seguramente la propia experiencia del director le valió de mucho para trasladarnos esos sentimientos encontrados.

Un desangelado encuentro con su antigua chica no parece ayudar en nada al veterano Kovic. Incapaz de aceptar a su familia, a su país y a sí mismo, el joven se traslada a Méjico donde llevará una extraña vida de alcohol, drogas y prostitutas y conocerá a otros deshauciados como Charlie, jugador de póquer y devorador de gusanos bañados en tequila o mezcal. Desgarradora escena la de Cruise llorando mientras trata de hacer el amor con una bella prostituta. Irónicamente, el veterano lisiado parece encontrar el cariño que tanto necesitaba y que su familia o su antigua amiga no le supieron dar.

Tras su particular descenso a los infiernos, Kovic regresa a los Estados Unidos, donde completará el círculo visitando a la familia del novato a quién abatió en Vietnam. Comienza para él entonces una nueva vida de activismo político y antibélico que se verá culminada en 1976, cuando se dirija en un discurso a toda la convención demócrata de aquél año.

Confieso: yo también odié a Cruise. No es que estemos hablando de un gran actor, pero era duro que en clase las chicas le nombraran una y otra vez. Películas como Nacido el 4 de julio me ayudaron a cambiar mi perspectiva sobre él, aunque actualmente sigue siendo un desastre de tipo, pero al menos parece capaz de ofrecer buenas actuaciones. Aunque desde luego necesita una buena batuta: la mayoría de su filmografía como actor es un desastre. A veces me pregunto si no será el doblaje el que mejora sus actuaciones. De todas formas, su encarnación de Ron Kovic es de lo más brillante que le he visto al eterno barbilampiño, aunque peca de efectista en ciertos momentos. Seguramente sea el principal lastre del señor cienciólogo.

Con todo, nada de eso es suficiente para sobrevivir un encuentro con el genial Willem Dafoe: en las pocas escenas en que se deja ver su extraño rostro de sátiro Cruise se diluye hasta casi desaparecer. Y es que siempre habrá clases.

Möbius el Crononauta

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