ZEPPELIN ROCK: Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima (Clint Eastwood, 2006-2007): Una comparativa crítica

jueves, 3 de agosto de 2017

Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima (Clint Eastwood, 2006-2007): Una comparativa crítica


por Möbius el Crononauta



Os cuento cómo ocurrió. Steven Spielberg, el "Rey Midas" de Hollywood, poseía los derechos de cierto libro sobre las vivencias de los héroes de Iwo Jima, un grupo de marines que se convirtieron en un símbolo al aparecer en una de las fotos más famosas del pasado siglo. Sin embargo, Spielberg se encontró con Eastwood, y hablando sobre el proyecto, decidieron que sería este último quien la dirigiría, mientras Spielberg se encargaría de la producción.



Seguro que cuando interpretaba a un silencioso pistolero vestido con poncho poco podría imaginar aquel joven Eastwood que medio siglo después sería considerado "el último de los clásicos". Aunque generacionalmente Eastwood pertenezca al declive del sistema de estudios hollywoodiense, su filmografía como director le emparenta más con directores como Ford, Sturges o Hawks (sin olvidar que los mentores de Clint, Don Siegel y Sergio Leone, fueron también producto de la obra de aquellos directores irrepetibles). Por tanto (y sin desmerecer en absoluto la maestría de Spielberg), se presentaba pues como el candidato perfecto para llevar a cabo el proyecto del "Rey Midas".




Durante la producción de Banderas de nuestros padres, a Eastwood se le ocurrió que sería interesante contar también la misma historia, pero desde el punto de vista japonés. Si en la versión americana nos encontramos ante la realidad de un pretendido heroísmo que esconde miserias y virtudes, el horror de la batalla y el trauma postbélico, Cartas desde Iwo Jima sirve para humanizar al típico enemigo que siempre nos ha llegado desde Hollywood. Tal vez en esta cinta Eastwood fuerce un poco más su visión omnisciente del conflicto. Los héroes de las barras y estrellas de Iwo Jima aparecen totalmente humanos en su gira por los Estados Unidos. Los anónimos soldados japoneses que en un principio parecen dispuestos a morir por defender a su país, vistos más de cerca, son seres humanos envueltos en un terrible conflicto. Tan humanos como esos americanos que un buen día izaron una gran bandera norteamericana en la cima del monte Suribachi.




Y es que ambas películas no deberían ser disociadas. El díptico formado por Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima son las dos caras de una misma moneda, la cruenta batalla de Iwo Jima.

Para un espectador occidental, acostumbrado a ver el mundo a través de Hollywood, puede resultar impactante ver cómo un soldado norteamericano dispara a sangre fría a un prisionero japonés desarmado. Y esa es la grandeza de Eastwood, intentar ser un observador omnisciente e imparcial de un conflicto que es tan solo una metáfora de cualquier conflicto que en el mundo haya sido. Ya que, en definitiva, si algo permanece inalterable en un mundo que no para de evolucionar es todo aquello consustancial a la guerra. Aquel que se vea obligado a dejar atrás a su familia o su propia inocencia para matar y luchar por un ideal, una patria, o simplemente porque sea obligado a ello, probablemente sentirá lo mismo sea un campesino del medievo o un marine estadounidense.




Hay que dar gracias a Spielberg de que apoyara a Eastwood al llevar adelante no solo el film americano sino también el japonés. En un mundo ideal, Eastwood no necesitaría de productores ajenos para financiar sus películas, pero el viejo Hollywood nunca ha sido un paraíso.

Banderas de nuestros padres es una película muy interesante, donde algunos han querido ver la mano alargada de Spielberg. Es cierto que la película parece distinta a la labor habitual del viejo director, y, aunque no descarto que Spielberg haya aconsejado más de la cuenta, también hay que tener en cuenta que Eastwood siempre ha tenido muy claro que un poco de comercialidad no es mala si esta le permite luego asumir sus propios proyectos más personales. En esta ocasión no necesitaba de tales apuestas, pero creo intuir que en Banderas de nuestros padres quería plasmar un momento de la historia de los EEUU y dirigirla a sus mismos compatriotas. y dado que Spielberg, Hollywood y Estados Unidos son prácticamente lo mismo, tal vez podamos hallar aquí una posible explicación a esa forma de rodar la película.




De lo que no cabe duda es que Cartas desde Iwo Jima es un film más personal, intimista, con una historia en la que parece que el viejo Clint se sentía más cómodo. Uno de los pequeños fallos de Banderas de nuestros padres es el reparto. Decidido a rodar una historia lo más verosímil posible, Eastwood se rodeó de un reparto de caras desconocidas y jóvenes, lo que ha provocado que algunos de los personajes estén faltos de carácter.

Ocurre todo lo contrario en el lado japonés. Si hasta un miembro de una boys band japonés resulta acertado en su papel como el joven soldado Saigo, el resto no podía ser menos. Y destacando sobre los demás tenemos a Ken Watanabe como el general Kuribayashi. Watanabe ya había llamado mi atención en El último samurai, siendo de lo mejor en una película fallida en todos los sentidos. Como Kuribayashi, Watanabe logra toda la atención del espectador interpretando al viejo general que fue un día amigo de americanos, y que aún sabiendo que la guerra esta perdida, se aferra a su deber como militar y a su esperanza de que el sacrificio sirva para ayudar a su familia y a todas las familias del Japón imperial.




Las dos películas cuentan con espectaculares escenas bélicas, de una calidad digna de mención. Ver ambas cintas en el menor tiempo posible le brinda a uno la posibilidad de contemplar escenas similares desde dos o más puntos de vista, como si de una escena rodada con multiángulo se tratase.

Si Cartas desde Iwo Jima es superior a la versión norteamericana es por contar con una historia más interesante, siendo prácticamente un drama épico, y con una sensibilidad especial de la que Banderas de nuestros padres carece. Aun así, ambos trabajos son recomendables, y no hay que olvidar que Eastwood es alguien imprescindible. Incluso su lado comercial está por encima de películas hechas para consumidores de palomitas. Haceos un favor y no dejéis pasar lo que el último de los grandes tiene para ofrecer.

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