ZEPPELIN ROCK: Crítica de la película Nebraska, de Alexander Payne (2013)

sábado, 8 de marzo de 2014

Crítica de la película Nebraska, de Alexander Payne (2013)



por Savoy Truffle (@CarlosLorenteR)




Anoche vi Nebraska en versión original subtitulada, y disfruté muchísimo, cosa que no esperaba realmente, porque lo que en principio tenía trazas de ser un auténtico drama, tiene tanta chispa y tanto sentido del humor, que no pude sino reírme a carcajadas por los paralelismos que se muestran entre la historia contada y otras que has vivido y que sabes que son muy reales. El tema de la vejez, de saber que te queda poco y querer recuperar aquellas cosas del pasado, recuerdos, sensaciones, pero con un físico y una mente que ya no son los de entonces, es lo que en el fondo nos trae esta gran historia.





Alexander Payne (del que sólo había visto About Schmidt) nos cuenta la historia de Woody Grant (Bruce Dern), un anciano, con síntomas graves de demencia y que se suele perder por el pueblo donde vive, recibe un "premio" por correo y cree que se ha vuelto rico, y obliga a su receloso hijo David (Will Forte) a emprender un viaje a Lincoln, en el estado de Nebraska, para cobrarlo. Poco a poco, la relación entre ambos, rota por los desvaríos etílicos de Woody, tomará otro rumbo, y pasarán por las más distintas situaciones ante la sorpresa de la madre Kate (June Squibb) a la que llegas a adorar (leches en algunos momentos me recuerda a mi propia madre) y del triunfador del otro hermano Ross (Bob Odenkirk).

Pero una de las cosas que más me llamó la atención del film, aparte de su gran historia, y su mirada sin concesiones a la vejez, pero que se produce dentro de los que podríamos llamar la América profunda como la nada, es cómo está descrita esa parte del país, pueblos sosos y medio muertos, que están casi aislados del mundo. Cuando inician el viaje a Nebraska, padre e hijo paran en su pueblo natal, dentro del mismo estado de Nebraska, dónde queda una parte de la familia. Pero claro, se corre la voz de que viene a cobrar el premio, lo que hará que aparezcan buitres hasta debajo de las piedras, incluso en la propia familia, y como no, viejas rencillas con algún socio antiguo de trabajo como Ed Pegram (Steacy Keach) y recuerdos del pasado de sus antiguas novias y desvaríos alcohólicos.




Pero leches, es que el personaje de Woody tiene bastante de Quijote, quien desde su mirada cansada y clara, nos describe las humillaciones (que vuelve a sufrir al volver al pueblo) y su necesidad de reconquistar la dignidad perdida, para lo que contará con la inestimable y no esperada por él, ayuda de su hijo David (un claro perdedor de la vida, en contraprestación con su hermano Ross). Entre su aparente locura, mantiene una cordura, y la gente de bien siempre tiene buenos recuerdos de él y es apreciado.

Nebraska también es ilusión y desilusión a la vez, y el blanco y negro deprimente del film, sin matices ni sombras, no hace sino contar con más fidelidad una historia que nos retrae al pasado dónde la depresión y la derrota eran la nota dominante de sus vidas. La música de Mark Orton con ese aire country pero sin voces, donde guitarras acústicas y banjos dominan realzan si cabe, aún más, esa sensación depresiva, pero donde los toques de humor constantes del film hacen que no pares de reír ante situaciones enternecedoras.




Muchas escenas valen quintales, desde la aparición en casa de la familia, con los dos hermanos cachondeándose de David por su velocidad de crucero en el viaje, el dantesco karaoke del pueblo (un teatro de los horrores) dónde cantan Ed y sus acólitos, cuando la madre visita el cementerio y no deja títere con cabeza, la escena del robo del compresor de aire por los hijos, el detalle de la furgoneta y su paseo glorioso por el pueblo...

©Savoy Truffle

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