Mi cuerpo sin mí
MI cuerpo a veces se harta de mí y me abandona como a un trapo usado en un rincón cualquiera. Se peina, se perfuma, se pone una ropa elegante y, con unos buenos billetes en la cartera, sale a la calle y me aparta de él con rabia de un manotazo, cansado ya de mi tristeza. Luego vuelve a las tantas, algo mareado y con la sonrisa del que ha besado, y, al abrir la puerta del dormitorio, allí me encuentra de nuevo, esperándolo impertérrito para seguir ejerciendo sobre él torturas que quizá no se merece, miedos y rutinas existenciales que agujerean su corazón indefenso y maltrecho, palabras con que llenar de miseria su pobre y egoísta conciencia.
Allí lo espero, sí, para llevarlo de nuevo a ese infierno en el que solo sabe vivir en mi compañía. Y así he de seguir, atormentándolo, pues soy el mismo mal o el mismísimo demonio. Y hago esto con la rabia del que sabe que, al final, mi cuerpo, infiel sin reparos, se vengará de mí haciéndome morir cuando también él muera, aunque bien sé que indeliberadamente, pues no hay voluntad ni optimismo que pueda con la muerte.
©Ángel Carrasco Sotos
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Guaaaaau, ¡qué historia!
ResponderEliminarEsencia, alma, conciencia... Ahí lo dejamos porque ¿quién sabe de qué estamos hechos?
Muy bueno, Ángel.
Me ha encantado esa palabra: indeliberadamente.
Unos besos.
Más que historia (que la hay aunque breve) es más bien una reflexión: nuestra conciencia, lo que somos cada uno, se encarga de envenenar nuestro cuerpo con pensamientos insanos; y el cuerpo luego se nos venga procurándonos la muerte, porque morimos (nosotros, nuestra conciencia de personas in-di-vi-dua-les) cuando él muere (me temo). Ojalá y sea ese resto puro y feliz a ratos el que nos sobreviva a todo este tinglado algo macabro.
EliminarMás besos.