ZEPPELIN ROCK: ANDRÉS CALAMARO - 20 años de Honestidad Brutal: Crítica

jueves, 18 de abril de 2019

ANDRÉS CALAMARO - 20 años de Honestidad Brutal: Crítica


por Alberto Iniesta (@Radiorock70)
del blog Discos




Este martes se cumplieron dos décadas desde que la honestidad dejó de ser virtud para transformarse, con aires de eternidad, en una obligación color salmón. Comentaba Calamaro hace poco que las sesiones de grabación de este disco duraban 37 horas, y solo así se entiende que la cantidad de canciones superara el centenar y que, en solo dos años, grabara un doble y quíntuple cd respectivamente. Todo ello en una época donde el formato físico agonizaba y los grupos no lanzaban sus nuevas obras en vinilo, para que nos quejemos siempre de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Hablando del formato más romántico de todos los tiempos, no estaría de más que se le hiciera justicia a esta obra con una edición triple, a lo All Things Must Pass. El tiempo lo dirá. De momento, música, maestro.




Se trata de la encargada de poner fin al primer cd, pero siempre la he considerado un excelente punto de partida. Con Abuelo supone ese agradecimiento hacia la persona con la que Andrés comenzó a tocar. Hablo de los Abuelos De La Nada, frecuentemente olvidados cuando se habla de la trayectoria de Calamaro, pero cuyos dos primeros LPs son dos joyas que ningún amante de la música debería pasar por alto. Volviendo al tema en sí, hablamos de una canción que huye de la tradicional estructura de estrofa-estribillo, desprendiendo una luz tanto lírica como musicalmente al alcance de muy pocos. Socio De La Soledad viene a ser una declaración de intenciones, en el sentido de jugar todo el tiempo con una sabia contradicción que encuentra su clímax en ese estribillo cuando canta “esta vez no sé si gané o perdí, pero sufrí y también fui feliz”. Sabia, cuando menos, por la necesidad que plantea de sufrir primero para ser feliz después. En esa temática ahonda nuevamente en Cuando Te Conocí, cuando afirma con su savoir-faire habitual aquello de “no se puede cambiar de corazón como de sombrero, sin haber sufrido primero”. No será la última, porque Los Aviones también gira en torno al final del amor, con un estribillo lamentando lo inevitable: “no quiero que se termine, no quiero que me abandones”. Todas ellas dignas, sucesoras de la reina de todas las canciones desgarradoras habidas y por haber, Crímenes Perfectos, del maravilloso LP anterior, Alta Suciedad.




Son Las Nueve ejerce un poco de capitana de barco, acometiendo la imposible misión de poner orden en un disco con 37 canciones (yo tampoco estoy siguiendo orden alguno), y echa además la vista atrás para afirmar con orgullo que “fueron las canciones mi recompensa”. Un medio tiempo sensacional, con una buena dosis de melancolía en la que tan a gusto se mueve siempre Calamaro. Hablando de medios tiempos, otra gema enorme del disco está evocada al lunes y a su ritmo, inexistente para más de un bicho humano, en El Ritmo Del Lunes. En este caso, el ritmo marcha sentado en un bar viendo la gente pasar, radiografiando comportamientos y vistiéndolos con los acordes y versos oportunos.




En un disco de estas características no podía faltar una canción al lugar que le vio nacer en No Tan Buenos Aires, que en ningún momento pretende ser un homenaje a la capital argentina, sino que se trata más bien de una carta de amor ante cualquier atisbo de calma y tempestad. La calma es fácil de localizar, pero en ningún momento resulta impasible ante el desarrollo de los acontecimientos (“mi Buenos Aires querido, yo te quiero desde lejos”), mientras que la tempestad se torna de tonalidades más mordaces para añadirle tonos más oscuros a la canción (“nacimos desorientados, y nos educaron como tarados”). De haberse tratado de una película, Miedo y Asco en Buenos Aires no habría sido en absoluto un título descabellado.




El optimismo llega radiante de la mano de una canción de dudosa legalidad como es el caso de Victoria y Soledad, donde la ecuación sexo, drogas y rock and roll queda sumamente satisfecha. Idealización al máximo (“no basta con vivir, quiero mi parte de Victoria y Soledad”) para el recuerdo de lo que fue, y dosis de sabiduría para un futuro que, en esta canción, se presenta soleado (“juntos somos más, otra lección que la vida me dio otra vez”). No obstante, es complicado apostar por el optimismo más desenfadado cuando la melancolía y la indecisión vuelven a sobrevolar de la mano de Me Pierdo. El paso del tiempo con su correspondiente tormento, una dudosa declaración de amor y, sobre todo, dolor, mucho dolor en una canción que se debe saborear como el mejor de los vinos, haciendo justicia a la obra monumental de la que estamos hablando. Como el disco entero, vaya. Un álbum que no debería faltar en ninguna colección de discos, que constituye en su inmensidad una obra imprescindible de la música escrita en castellano en particular, y de la música a nivel mundial en general.

Han pasado 20 y, si vivir es jugar, entonces, quiero seguir jugando. La honestidad nunca más será una virtud…

Son Las Nueve

Con Abuelo

No Tan Buenos Aires

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