ZEPPELIN ROCK: THE CULT - Electric (1987): CRÍTICA Review

martes, 16 de noviembre de 2021

THE CULT - Electric (1987): CRÍTICA Review

 


 por JLBM



Tras la publicación de Dreamtime en 1984 y Love en 1985, el grupo The Cult había cautivado a una legión de seguidores británicos merced a un sonido pausado, oscuro, de atmósfera opresiva y arreglos en cierto modo góticos.

Con esos favorables precedentes The Cult entraba en el estudio para grabar Peace, el que hubiese sido su tercer álbum de estudio. El resultado de aquellas grabaciones, lo que hubiese sido Peace, está recogido en Rare Cult, y son conocidas como las "Manor Sessions". Seguían sonando a Love, aunque los riffs de guitarra se antojaban algo más enfurecidos.



Con todo aquel material en el bolsillo Ian Astbury y Billy Duffy cruzaron el charco en busca de la chispa que convirtiese aquellos temas en un álbum verdaderamente explosivo, un artefacto que les abriese las puertas del suculento mercado estadounidense.

Aquel detonante fue Rick Rubin. Su genialidad en la producción se asoció al genio compositivo de Astbury y Duffy y parió uno de los mejores álbumes de rock de toda la década de los 80.

Electric fue publicado en 1987, y probablemente estaba destinado a seguir la línea de Love, si no llega a ser por la afortunadísima aparición de Rubin, el artífice de que lo más parecido a un disco oscuro se transformase en un tremebundo trallazo de hard rock.

Una excelente fusión entre la energía y la creatividad melódica, entre el ritmo y el sonido, entre la psicodelia primitiva de The Cult y la fuerza de las guitarras imbuida por Rick Rubin.

Cuando los clásicos riffs de Keith Richards mutaron en los riffs duros de Malcolm Young, el resultado sólo podían ser los riffs de Billy Duffy en Electric, un tipo, Duffy, que descubrió lo dura que podía sonar su guitarra cuando se puso en manos de Rubin, el encargado de metalizar ese sorprendente aura que impregna todo el disco evocando el rock clásico de los 70.

Afortunada combinación de estilo vocal, imaginería clásica americana y riffs simples pero llenos de poderío, una de las claves que Rubin utilizó en muchas de sus producciones.

Ian Astbury está inmenso, un potente animal que evoca a un barítono Robert Plant y que con su tremendo cambio de imagen representó también mejor que nadie el giro de 180 grados que su banda dio en Electric.

Los solos y riffs de Billy Duffy muestran de manera inequívoca su procedencia, pero el guitarrista consigue dotarlos de personalidad propia al mismo tiempo que obtiene el que se convertiría en sonido característico de The Cult.

El soporte rítmico es fundamental en Electric, y el bajo de Jamie Stewart y la batería demoledora del inmenso Les Warner sientan las perfectas bases sobre las que apoyar el incuestionable protagonismo de Astbury y Duffy.



El romanticismo de "Wild Flower" abre Electric y muestra a The Cult en su máxima expresión, una especie de preparación para "Peace Dog" y su brutal solo sustentado por una tremebunda base rítmica y la poderosa voz de Astbury.

"Lil' Devil" es pura adrenalina, y "Aphrodisiac Jacket" muestra a un Astbury que cree fielmente en las inocuas letras del tema.

Trallazos como el demoledor "Electric Ocean" o "Bad Fun", de inmenso riff, conducen sin remisión a "King Contrary Man", un brutal homenaje a Robert Johnson, sin duda el tema más duro de todo Electric.

El riff clásico del "Start Me Up" de The Rolling Stones preside la cínica y fabulosa "Love Removal Machine", a continuación de la cual una sucia y agresiva versión del "Born To Be Wild", el clásico de Steppenwolf, provoca fuertes divisiones.

El rápido y contagioso riff de "Outlaw" y su eléctrico solo anticipan un final que llega con "Memphis Hip Shake", el tema que cierra el álbum como si no hubiese un mañana, llena de poderosos y sucios acordes.

Un álbum, Electric, nada pretencioso, pero lleno de una emoción y una energía de la que tal vez The Cult adoleció en sus dos primeros álbumes, a pesar de que temas como "She Sells Sanctuary" nada hacían presagiar el espectacular cambio de dirección.

Electric capturó la esencia más energética del auténtico rock and roll en sus niveles más primarios, y entró por derecho propio en los altares del rock hecho en los 80.

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