ZEPPELIN ROCK: RESEÑA del disco de JETHRO TULL "Aqualung": CRÍTICA

sábado, 4 de febrero de 2023

RESEÑA del disco de JETHRO TULL "Aqualung": CRÍTICA

 

por Rockología (@Rockologia_)
del blog Rockologia


Los "yezro" aún no eran nadie cuando, a finales de 1970, entran en los estudios Islands de Londres a trabajar en el que sería su cuarto álbum, Aqualung. Jethro Tull había evolucionado a lo largo de tres entregas y sus correspondientes giras, ampliando sus capacidades compositivas, cambiando de miembros y buscando el maná artístico y comercial entre la pléyade genial de artistas variopintos que en aquel cambio de década comenzaba lo que hoy entendemos como uno de los periodos más brillantes de la Historia de la música popular, y, en especial, del rock. Y parieron otro de los discos imprescindibles de nuestro rollo, una de sus obras cumbres.



Ian Anderson compone todos los temas, canta, toca la flauta y la guitarra acústica. A su lado, uno de los guitarristas más infravalorados que haya en el planeta, Martin Barre. Se estrenaban en la banda el bajista Jeffrey Hammond Hammond y John Evan, quien se encarga de todo lo que tenga teclas (mellotron, piano, órgano). Cierra el quinteto, a la batería, Clive Bunker. Lo produjo el propio «jefe» Anderson con Terry Ellis, fundador del sello Chrysalis y sexto miembro de la banda en estos años de crecimiento.



Se divide en dos caras físicas y artísticas: una se tituló Aqualung y reúne canciones que hablan de los desfavorecidos, de crisis y, en general, del abandono vital, la soledad o la pérdida; la otra se tituló My God y contiene canciones sobre la religión, desde un punto de vista algo irónico, el poder de la Iglesia en la educación y la vida social y el control sobre el pensamiento que eso conlleva. De hecho, en la contraportada aparece un texto imitando el bíblico que comienza: «In the beginning Man created God; and in the image of Man created he him». La idea de Dios como creación voluntaria del hombre. Ahí es nada. Esa continua reflexión sobre los desfavorecidos y cómo se les ignora o aplasta, llevó a cierta polémica. Ian Anderson se hartó de escuchar una y otra vez en la promoción y la gira de Aqualung que había compuesto y grabado un disco conceptual. Tanto se cabreó el hombre que acabó dando forma a un disco conceptual que se tituló Thick as a brick, la madre y el padre de los discos concepto.



El tema Aqualung abre el disco con su riff hiperfamoso, uno de los más característicos de la banda. Barre, en los poco más de seis minutos que dura la canción, da una hermosa lección de guitarra rock. Anderson canta con precisión y entrega, dejando un estilo algo desesperado. «Feeling alone/the army’s up the road/salvation a la mode/ and a cup of tea/Aqualung my friend». Aunque da una imagen romántica del sin techo protagonista, no deja de denunciar, precisamente, el abandono y la indiferencia. Una parte central acústica, con el piano como protagonista, para derivar en una locura de final, rítmica y mágica. Sigue otra famosa Cross eyed Mary, con el protagonismo de la flauta en la intro, aunque luego deviene en un corte roquero donde Barre y Bunker están impresionantes. La protagonista, una adolescente bizca, se dedica a «prestar» su cuerpo a hombres maduros («viejos verdes») mientras cobra a los ricachones. Preciosa letra, vaya. Las acústicas y una pequeña orquesta abren Cheap day return, un corte de poco más de un minuto donde Anderson reflexiona sobre un hecho que le ocurrió al visitar a su padre: la enfermera que le cuidaba le hizo un té y le pidió un autógrafo y eso le hizo reír. El aroma acústico, y un tanto folk, sigue en Mother Goose con Anderson soplando su flauta en un tono arcaico;  el conjunto tiene un tempo y una finalización que recuerda a los bailes medievales. Más calmada, Wond’ring aloud es una joya emocional: «Wond’ring aloud/will the years treat us well/(…)/then she comes, spilling crumbs on the bed/and I shake my head». Las guitarras y la orquesta acompañan y agrandan el sentimiento. Algo más de caña, sin excesos, en el cierre con Up to me, donde se mezclan a la perfección flauta, guitarra eléctrica y voz.



La cara «religiosa» arranca con My God y reflexiona, precisamente, sobre la institución eclesiástica: «People, what have you done/locked him in his golden cage». Lejos de renegar de sus creencias, Anderson enfrenta el sentimiento y la fe en Dios a la estructura que «lo controla» para «controlar» a la gente. La canción, con sus más de siete minutos, tiene varios pasajes diferenciados, destacando un increíble solo de flauta sobre unas voces «gregorianas». Aceleramos en Hymn 43, con otra excelente interpretación de Barre, tanto en el riff cortado como en los punteos, jugando con el piano y la flauta. La letra es un remedo de los himnos que se cantan en las ceremonias protestantes «Oh, Father high in heaven/smile down upon your son/who’s busy with his money games». Vuelve el revuelo acústico con violines en Slipstream («And you press on God’s waiter your last dinre/and He hands you the bill») que, tras apenas un minuto, desemboca en otro de los momentos grandes del álbum: Locomotive breath. Una entrada de piano y guitarra, un pequeño corte y un riff de guitarra, bajo y batería preciosista, rudo y elegante a la vez que desesperado. «In the shuffling madness/of the locomotive breath/runs the all-time loser/headlong to his death». La súplica de un hombre que lo ha perdido todo y viaja en un tren sin sentido: «he hears the silence howling/catches angels as they fall/and the all-time winner/has got him by the balls». Impagable el solo de flauta. El tema fue complejo de grabar, por cierto. Cierra el disco Wind up arrancando con intimidad acústica de confesión: «When I was young, the packed me off to school/and taught me how not to play the game». Pero va musculándose «I don’t believe you: you got the whole damn thing all wrong» con Barre haciéndose protagonista, eléctrica en mano, llenando de rabia los últimos surcos del vinilo «In your pomp and all your glory/you’re a poorer man than me/as you lick the boots of death born out of fear».



La parte visual no se queda atrás. La portada es una pintura de Burton Silverman basada en fotografías que Anderson y su mujer tomaron de personas reales, en concreto de un vagabundo con el que se cruzaba en sus paseos. En el interior, un retrato de los cinco miembros de la banda, un poco alocado, un poco alegórico y asociado a esa cara sobre Dios y la religión. La carpeta interior repite las imágenes en blanco y negro con las letras en una elaborada caligrafía.

Jethro Tull es una de esas bandas de carrera dilatada que, a veces, parece de difícil acceso. Este sería, sin duda, el portal de entrada a cualquier neófito. Directo, en realidad, a pesar de ciertas complejidades, con letras cercanas en el sentimiento y excelentes interpretaciones.

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