Creo que una película con afán de ser grande debería seguir cuatro máximas: cuenta una historia interesante, haz que los diálogos la enriquezcan, saca lo mejor de tus actores y rodéalo todo de bonitas imágenes. En esta ocasión predominan rojos oscuros, azules intensos... cada fotograma es un cuadro, estéticamente no tiene mácula, pero al realizador se le ha ido la mano sacrificando la historia en aras del envoltorio. Un argumento que podría perfectamente haber sido extraído de cualquier cinta infecta de Jean-Claude Van Damme de los 80 y que prometía acción a raudales se ha quedado en un preciosista y surrealista producto con pinceladas de extrema violencia. Además, la lentitud -ese tempo oriental, a lo cine surcoreano- con la que transcurre la historia provoca que, pese a no llegar a los 90 minutos, parezca que estamos ante más de dos horas de película. Aún así, aunque no la pueda recomendar a los que se interesan mucho más por el contenido que por el continente, creo que he visto una película de culto, una cinta incomprendida que ya es maldita al poco de estrenarse, pero que en el futuro –estoy seguro- recibirá el reconocimiento que se le negó por entonces por parte del público a tenor de la pobre recaudación en salas que a duras penas permitió recuperar la inversión inicial. A mí, en general, me ha gustado bastante.
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