ZEPPELIN ROCK: MIGUEL RÍOS - Rocanrol Bumerang (1980): CRÍTICA Review

sábado, 16 de julio de 2022

MIGUEL RÍOS - Rocanrol Bumerang (1980): CRÍTICA Review

 

por Rockología (@RockologiaTwit)
del blog Rockologia


Cuando escuchaba Rocanrol bumerang caí en la cuenta de que, a pesar de los cuarenta años transcurridos, sigue de actualidad, para bien y para mal, tanto por sus temáticas como por su excelente sonido. Porque esto es un clasicazo y, en cierto modo, el disco que lo comenzó todo en el subidón comercial del rock de los ochenta en España. Miguel Ríos se rodeó de un grupo fantástico de músicos. En la máquina de creación tenía a Carlos Narea y a Tato Gómez. De la mano de Narea vino Roque Narvaja y dos composiciones importantes para el éxito del disco. De la mano de Tato vinieron sus compañeros del grupo Santiago, el guitarrista galés John Parsons, Serge Maillard y Mario Argandoña. Súmale dos excelentes guitarristas más: Javier Vargas y Salvador Domínguez. Juntos y un poco revueltos completaron las nueve canciones que forman Rocanrol bumerang en Madrid (estudios Eurosonic) y Colonia (Sound Studio N) duante febrero y marzo de 1980. El álbum triunfó y la fórmula se repitió en los siguientes tres discos, incluyendo el imprescindible directo Rock & Ríos (1982).



El contenido sonoro y las letras giran alrededor del rocanrol y de la nueva vida, de la generación que comenzaba una inocente democracia. La inicial Rocanrol bumerang reivindica la fuerza del rock como elemento vital, enfrentándolo a las modas sonoras del final de los setenta y el abandono que había sufrido: «el rock es un bumerang/por eso siempre volverá». Quizá imaginaba que, gracias a él, y a otros como él, se vivirían años de gloria en el rock nacional muy pronto «algunos lo enterraron en este país / ahogándolo entre modas / y como el ave fénix de la imaginación / se nos presenta ahora». ¿Igual que hoy, cuarenta años después? Salvador hace un magnífico trabajo y tiene un arreglo de metales brutal. Siguiendo la estela guitarrera, suenan varios cortes. Lua, lua, lua la compuso Miguel en honor a su hija, insistiendo en la transmisión generacional «cuando crezcas algo / llena tu cabeza de rock / será como un juego / para conocernos mejor». Un rock’n’roll de vieja escuela con Vargas a tope y un piano grande tocado por Rafael Guillermo. «No harán falta palabras / si conectamos con el rock».



Los neones que inundaban la noche protagonizan dos canciones bien distintas. En La ciudad de neón nos cuenta la historia de un joven que pasa por la cárcel tras un robo y piensa en las noches que se pierde «se emborrachaban de neón / y de fumar con las tías / y sobre todo se flipaban / con la caña de un rock and roll». Otra lección de guitarra de Salvador, por cierto. Y más neón en Nueva ola, con un rollo «moderno» para tratar la creciente normalidad favorecida por intereses «una mano luminosa de neón de color rosa/se ha acercado a la ciudad/y por las calles, las aceras, los tejados y las cuevas/neón de color rosa se hace cargo de las cosas» porque «aquí alguien controla en forma de nueva ola lo que va a suceder». El último ramalazo de caña lo escuchamos en El laberinto, reivindicando las pocas oportunidades que tienen los jóvenes de la ciudad «hay gente joven/que tiemblan ante el porvenir/se sienten atrapados/en medio de un ambiente hostil». ¿Han pasado cuarenta años? «Sin curro y sin dinero / trapicheando para subsistir/algunos  cuelgan/como salidos de un mal trip». Vida precaria, drogas, desesperanza.



Mezcladas entre tanto guitarrazo suenan baladas y medios tiempos, quizá el estilo por el que Miguel Ríos se ha hecho tan famoso. La primera que suena, y la canción que justifica por sí sola la fama de este disco, la compuso Narvaja y se titula Santa Lucía, uno de los cortes más importantes del poprock nacional. Una canción de necesidad y amor, de oportunidades y deseos «me pregunto si algún día te veré / ya se todo de tu vida y sin embargo / no conozco ni un detalle de ti». Con un fantástico crescendo, una gran acústica, la percusión muy bien trabajada y un arreglo de cuerda sencillo pero clave en el sonido final, todo encaja «abre las puertas/cierra los ojos/vamos a vernos/poquito a poco». ¿Quién no conoce a esta santa? Como curiosidad: cuando iban a editar el disco hicieron dos versiones; la primera, para el mercado europeo, incluía Santa Lucía; la segunda, para el mercado nacional, la dejaba fuera. Por lo visto, Miguel Ríos no quería volver a «triunfar» con una canción «al estilo del Himno a la alegría» y sí por su vertiente más «dura». Afortunadamente para él, se decidió hacer una sola versión. Otro gran corte es La canción de los 80, un medio tiempo, compuesto también por Narvaja junto a Miguel, con protagonismo de la acústica y el piano eléctrico. Obviamente, reflexiona sobre la década que empieza «el mundo seguirá su curso antiguo / pero a velocidades de futuro» porque la incertidumbre del presente y el porvenir es grande «la gente angustiada mira al cielo / en busca de algo de amor / la vida cotidiana se reduce / a una carrera sin valor» y siempre hay esperanza «pero en medio de la noche estas tú / con tu fuerza, tu belleza, con tu luz / ayudándome a seguir». En el fondo, una canción de esperanza amarga que tiene pleno significado cuatro décadas después.

No hay mucho espacio para el amor al uso; ahí suena Compañera, balada sencilla de piano y buenos arreglos de cuerda y vientos, con la que agradecer la vida en pareja «tan solo quiero que estemos juntos / que seas mi viento para navegar». Y el disco se cierra con la sorprendente Sueño espacial, emparejada, quizá, con sus composiciones más experimentales, y una doble interpretación: por un lado, los extraterrestres te han elegido para un viaje interestelar y admirar el futuro de la Humanidad, pero, por otro lado, un canto al futuro del individuo, al futuro de un país que se desperezaba «relájate y sé feliz / porque no estás solo / en el Universo hay más / hijos de la energía» y al final «vivirás tus sueños / porque el hombre vencerá / ya sabes ¡no estás solo!».

La portada la diseñó Juanjo Díaz y la realización de la funda corrió a cargo de Orestes. El sonido es excelente; no todo el rock de los ochenta sonaba mal. Aquí hay dinero: grabado, mezclado y masterizado en Alemania. Disfrutad de este discazo por el que no pasan los años…

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