
Y mientras finge comportarse como una adulta, Leigh comienza a mostrar signos de inmadurez que la llevan a eludir responsabilidades en un vano intento por regresar a la adolescencia, cuando esta no regresa nunca. Piltrafillas, la cinta finalmente –además de no ser ni gore ni erótica ni violenta ni un thriller- tampoco ha sido una comedia o un drama romántico sino el triste retrato de una generación en la que a veces me incluyo y que comparo con los hámsters, esos animalillos que van dando vueltas en la rueda del interior de su jaula, corriendo siempre adelante sin ir a ningún lugar.
The Lifeguard hace reflexionar sobre la seguridad engañosa que el entorno, la rutina y los lazos sociales nos proporcionan, enredándonos con una tela invisible. Y aunque quizás nuestra vida no sea lo ideal que esperábamos -¿la de alguien lo es?- nos aferramos a lo conocido y no abandonamos la rueda en nuestra jaula. Leigh lo había hecho, pero cobardemente, cuando ve que el resultado tampoco es lo feliz que imaginaba, intenta retroceder en el tiempo. Y es que, cuando somos pequeños, queremos crecer para ser libres de hacer aquello y lo otro. Sin embargo, la realidad es que los años conllevan obligaciones y restan libertad. Lo valiente es afrontar lo que viene y –si no nos gusta- intentar cambiarlo, pero nunca debemos echar la vista atrás. Total, que –sin ser tampoco una gran obra de arte, eso es obvio- The Lifeguard es una interesante historia con sabor agridulce que hace pensar.
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