Acción a raudales, violencia –explícita, pero también contenida en momentos de gran tensión- y un humor nervioso disfrazado de naturalidad que se nos muestra como un retrato con afán documentalista que pretende ser frío y distanciado de la vida de unos policías que alternan su trabajo –duro, aterrador- con una existencia aparentemente normal, junto a sus amigos, sus novias o sus mujeres. Ayuda mucho que la película esté compuesta por las imágenes rodadas por cámaras que portan los agentes, sus automóviles o los propios delincuentes. No sé si cada día es así en la vida de un policía uniformado de LAPD, pero no sé cómo son capaces de tener una vida personal, cómo no se convierten en psicópatas como esos con los que tienen que tratar continuamente, viéndole cada día la cara de la muerte sin enfermar mentalmente. Quiero decir que lo normal sería ser depresivos, violentos, buscando refugio en el alcohol o los calmantes –quizás muchos de ellos lo hacen, lo que aún da más miedo- pero, pese a algún destello en la figura del sargento apesadumbrado por la muerte de un compañero, no se nos muestra demasiado en esta obra. En fin, espero que en nuestro país no sean así los turnos de patrulla. Me niego a pensar que esa chusma está en mis calles, me aterra pensar que puedan llegar a estar viviendo en mi ciudad. Claro que, si llega el momento, espero que haya muchos Taylor y Zavala preparados a dar su vida por defenderme a cualquier precio con esa alegría y buena disposición. ¿O eso solo pasa en las películas?
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