Primerísimos planos, sexo explícito y la voz en off de Leo interpretada por el actor y director teatral Mario Gas que nos permite escuchar sus desviados pensamientos –como cuando ella le masturba mientras está sentado a la mesa comiendo y oímos cómo piensa “Nunca podré explicar lo que siento por María: más de una vez he pensado en matarla”-, son los rasgos característicos de la película. Y además del interés obvio que una historia enfermiza como la de Bilbao despierta en este que os escribe, con una estética más que indicada para el argumento que nos cuenta –está rodada en 16mm, aunque no como decisión artística, sino por falta de presupuesto-, hoy en día resulta un estupendo compendio de imágenes de una Barcelona que forma parte de mi infancia, una ciudad gris una década antes del cambio radical que supuso para su desarrollo la concesión de los Juegos Olímpicos de 1992. El SEAT 132 del protagonista, el Renault 12 de ella, esos vagones antiguos del Metro, la polución sobre los tejados, televisores con UHF... con la obsesión de Leo de fondo bajo la atenta mirada de María, la mujer de mediana edad con la que mantiene una relación poco convencional. Una delicia.
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