Buenos días, de
Yasujirô Ozu, es una obra de arte, una joyita de 1959 recomendada por el periodista y cinéfilo
José Manuel Albelda en el blog
zeppelirockon.com del piltrafilla
Ángel. La verdad es que de Ozu solo recuerdo haber visto sus
Cuentos de Tokyo hace veinte años, cuando me dio por visitar Japón, estudiar japonés, ver cintas de
Kurosawa y leer a
Kabawata,
Ôe y
Mishima. Sin embargo, desconocía la existencia de esta película. Lo que esta
Ohayô nos cuenta es la vida en una pequeña comunidad de los arrabales de Tokyo centrada en dos hermanos obsesionados con la idea de tener un televisor que ante la negativa de su severo padre deciden dejar de hablar. Este simpático argumento es la excusa que le sirve a Ozu para retratar las relaciones entre los habitantes –sobre todo los niños y las mujeres- de la comunidad. Debo deciros que la historia me es más familiar de lo que cabría pensar, y es que yo era uno de esos niños a los que sus padres no querían dejar ver la televisión para que no afectase a mi desarrollo intelectual. Sin embargo, por indicación del pediatra, mis padres tuvieron que transigir ya que su bienintencionado gesto resultaba contraproducente al convertirme en un marginado, un excluido social cuando –en el patio- todos los niños querían jugar a Kung-Fú y yo no sabía ni quién era. Y es que a veces es imposible nadar a contracorriente.
Alrededor de los Hayashi encontraremos a la señora Ôkubo, a la chismosa Tomizawa, a la presidenta Haraguchi y su madre, a la joven liberal... en fin, a diversos personajes de los que Ozu se vale para regalarnos un delicioso retrato de la sociedad nipona de finales de los 50 impregnado de un fino humor –eso sí, Nihon style- en el que veremos al señor Ôkubo tirándose pedos y a su mujer preguntándole si le ha llamado cada vez que este deja escapar una ventosidad, al pequeño Isamu –de lo mejor de la película, un crío fantástico- diciendo "I love you" a todo el mundo, a la presidenta de la comunidad espetándole a su madre –por cierto, la escena con el vendedor es genial- que se marche al monte Narayama, dónde los viejos se van a morir... o a la señora Tomizawa mostrándonos que el personaje de la vecina chismosa no es algo típicamente español, sino una característica universal en todo grupo humano. En resumen, piltrafillas, un argumento simple que con esa fotografía, esos encuadres, ese colorido, la naturalidad de los críos y esas historias sencillas, humanas y cotidianas dan como resultado una película inolvidable. Gracias, José Manuel.
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