ZEPPELIN ROCK: BELINDA CARLISLE – Runaway Horses (1989): CRÍTICA Review

martes, 17 de diciembre de 2024

BELINDA CARLISLE – Runaway Horses (1989): CRÍTICA Review

 

por Dani Matute (@dmatuteb)



Aunque es lo pop lo que predomina en sus discos, la voz fuerte de Belinda Carlisle es la que me hizo adicto a sus primeros trabajos, de finales de 80 y primeros de los 90. No sé, debilidad por este timbre de voz: Cher, Bonnie Tyler, Alannah Myles, Melissa Etheridge



Como todos sabéis -y si no os lo cuento ahora-, Belinda comenzó a circular por la carretera del estrellato con su grupo de new wave, The Go-Go’s, primera banda íntegramente femenina que tocaba y componía sus temas, que llegó al número uno en USA. Aquello fue entre 1978 y 1985. Antes había sido la batera de otro grupeto punk llamado The Germs. Simultáneamente, por aquellas épocas, conducía por la autovía del alcohol y las drogas. Ella mismo reconoció en más de una ocasión que fue un milagro que su adicción a la cocaína no hubiese terminado con su nariz y sus huesos en la cárcel por haber atropellado a alguien con su coche. Cuando se embarcó en su carrera en solitario una de las cosas que siempre decían los locutores musicales era, precisamente, que había luchado y conseguido salir del mundo de las drogas… Parece ser que durante 30 años coqueteó siempre con ellas, según escribió en su autobiografía, Lips Unsealed.

Tras el éxito mundial en el 87 de su anterior larga duración, Heavens On Earth, en 1989 vio la luz este Runaway Horses, su tercer disco. es, quizás, un poco más maduro, buscando colaboraciones de muchos kilates, como las de George Harrison y Bryan Adams.

La producción, como en el anterior, corrió a cargo de Rick Nowels del que ya os hablé aquí en la entrada dedicada a Then Jerico: entre sus producidos, Joan Jett, Stevie Nicks, Celine Dion, Madonna, Texas, Sia, Lana del Rey… Pero mejor vamos tema por tema.


 

Se abre con “Leave a light on”. Lo mejor de la canción, el solo de slide guitar de Harrison. Curioso porque el ex Beatles no se prodigaba en exceso en colaboraciones en discos de otros artistas. Es más, en aquella época, George había vuelto a la cima con su disco Cloud Nine y, más recientemente, con el pelotazo de The Traveling Wilburys, que os conté en mi última colaboración (aquí). Al parecer, el productor Nowels estaba como loco intentando “meter” en el disco un nombre de relumbrón. Resulta que el marido, por aquel entonces, de Carlisle, Morgan Mason (hijo del actor James Mason, que llegó a ser jefe de protocolo de Ronald Reagan y socio del promotor de boxeo Don King) conocía a alguien muy cercano a Harrison. Eso, junto que Olivia, la mujer de George, adoraba la voz de Belinda, produjo la conjunción de astros necesaria para consumarse la doble colaboración en este LP. En una entrevista en 1992 en Guitar World, George dijo que su mejor solo de slide lo había hecho en este disco. Se supone que se refiere a esta canción: “Toqué en uno de sus álbumes. Uno de los solos de slide tenía su propia pequeña melodía que se relacionaba con la melodía que cantaba Belinda, pero también es una pequeña composición por derecho propio, con lo que estoy muy contento de él.” Al parecer, le mandaron las cintas y George hizo su solo, lo mandó de vuelta a California y todo el mundo contento. El tema fue compuesto por Nowels y Ellen Shipley, que también puso los coros, junto a Maria Vidal (luego volveremos a ella). Un pop muy de los 80 que gana mucho con ese solo de guitarra de Harrison.

Seguimos con “Runaway horses”, también compuesta por la dupla Nowels-Shipley. Como curiosidad, la colaboración del percusionista cubano-americano de dilatada carrera, Luis Conte, acreditado en la “native american drums and percussion”, sea lo que sea eso. También colabora en la siguiente canción, “Vision of you”, una romántica balada.

Cuarto tema, “Summer rain”, en este caso compuesta por Robbie Seindman y Maria Vidal, también presente en los coros como en casi todo el disco. María Vidal, la Gina del “Livin’ in a prayer” de Bon Jovi. Sí, resulta que Maria Vidal se trataba con Desmond Child a finales de los 70 y era parte de su grupo Desmond Child & Rouge, y fueron pareja algún tiempo. Debido a su parecido con Gina Lollobrigida, el cachondo de Desmond gustaba de llamarla Gina. Y sirvió a Child de inspiración para el mundialmente conocido “Gina works the diner all day working for her man/

She brings home her pay, for love, for love”. Quizás todo esto sean solo rumores inventados pero la historia mola, ¿o no?

Para cerrar la primera cara, un tema con inspiración latina, incluso en su título, “La Luna”, uno de los singles extraídos del disco, con un sensual video promocional, dirigido por uno de los grandes, del que también hablé en la reseña de Then Jerico, Andy Moragan (responsable de clips antológicos como el “Last Christmas”de Wham!, “West End Girls” de Pet Shop Boys, “Shot in the dark” de Ozzy Osbourne, “I want your sex” y “Faith” de George Michael, “Woman in chains” de Tears for Fears, “Don´t Cry” y “November rain” de Guns N' Roses y un largo etcétera en el que hay  nombres como Van Halen, Elton John, Tina Turner, Paul McCartney, Coverdale-Page, Aerosmith, Bon Jovi, AC/DC…).


 

En la cara B nos encontramos más de lo mismo. “(We want)The same thing”, con colaboración especial en la batería de Kenny Aronoff, que por aquel entonces todavía estaba en la banda de John Cougar y del omnipresente guitarrista de Toto, Steve Lukather. Fue el último single extraído, pero no con la versión del disco, de un estilo staccato punk rock (¿qué coño significa eso?) sino con una versión enfocada más a ser un himno pop, con un comienzo muy distinto.

“Deep Deep Ocean” es el otro tema donde colabora George Harrison. En este caso, acreditado en el bajo de seis cuerdas y en la guitarra de 12 cuerdas. Repite Aronoff en la batería con Maria Vidal y Shipley en los coros, como en casi todo el disco.

“Valentine” es quizás la más pop de todas y la que más reminiscencias del pop de lo 60 que tanto gustaba a Carlisle tiene de este larga duración.  Seguimos con “Whatever it takes”, de nuevo con Aronoff en las baquetas y, en los coros, compartiendo tarea con Vidal y Shipley, nos encontramos a Bryan Adams, que le da otro aire. Se cierra el disco con la más floja a mi parecer, compuesta por la propia Carlisle, “Shades of Michaelangelo”, una balada sin mucha chicha.



En definitiva, un disco muy de los 80, un pop con ínfulas de rock, agradable de escuchar y que ha envejecido un poco mal. Pero yo sigo disfrutándolo de vez en cuando. Y me apetecía enlazar mis últimas entradas de Then Jerico y Traveling Wilburys con otra y que tuviesen algo en común.

No hay comentarios:

Publicar un comentario