Espero, piltrafillas, que me permitáis exponer mi opinión sobre una práctica extendida internacionalmente, pero que me parece enormemente irrespetuosa, que no es otra que la de cambiar los títulos de las películas a conveniencia de no sé qué razones. Y no digo traducirlos –lo que, hasta cierto punto, tiene su justificación-, sino cambiar por completo el significado. Este es un caso de los más vergonzosos. Hace años –demasiados- se estrenó Die Hard, una película –yo diría que modesta, aunque con el tiempo se haya convertido en objeto de culto- protagonizada por Bruce Willis. El título original hacía referencia al personaje principal, el tozudo e indestructible John McClane. Sin embargo, en nuestro país se estrenó con un La jungla de cristal que hacía referencia al rascacielos en el que tenía lugar la acción. El problema llegó cuando el éxito de esta cinta propició una secuela y se convirtió en saga. Lo de "jungla de cristal" ya no pegaba ni con cola. Y llegó el despropósito al convertir, en nuestro país, A good day to die hard en La jungla: Un buen día para morir, con ese añadido inicial del todo innecesario que demuestra que el responsable de turno del tema –que ignoro quién será- se cree que los espectadores somos imbéciles. Total, que todo este preámbulo viene a cuento porque esta reseña se la dedico a esta película, la mencionada A good day to die hard. En ella, el bueno de John se marcha a Moscú para encontrar a su hijo, que está detenido por las autoridades. Una vez allí, sin quererlo, meterá la pata desbaratando la misión del joven McClane Jr. –en realidad, un agente de la CIA- y se verá envuelto en un lío épico del que padre e hijo tendrán que salir uniendo sus fuerzas.
En fin, amiguitos, ¿qué queréis que os diga? La película comienza con un tal Komarov encarcelado por orden de Viktor Chagarin, candidato a ministro de defensa de Rusia y antiguo amigo de Komarov, aparentemente otro caso de antiguo miembro del establishment comunista convertido en millonario gracias a la perestroika y caído en desgracia al pasarse al sector crítico ante la nueva deriva del Kremlin. Ficción inspirada en la realidad en la que se advierte cierto paralelismo más que verosímil con casos como –entre otros- el de Boris Berezovski, científico de la época comunista que hace unas décadas se enriqueció con negocios relacionados con el aluminio, el petróleo y los medios de comunicación y que cayó en desgracia con la llegada de Putin al poder. Berezovski, que había acabado exiliándose, falleció en Londres en circunstancias que la policía británica calificó de “inexplicadas”. Pero centrémonos en la película. Tenemos a la CIA, mucha acción, el puto John McClane, explosiones, disparos, persecuciones inverosímiles sobre ruedas, socarronería... En resumen, una nueva cinta de la saga, amena y palomitera, que os hará pasar un buen rato. Eso sí, lo de los tipos con traje, corbata y fusiles de asalto ya lo vimos en Heat de Michael Mann. Por cierto, ¿para cuándo una película en la que valerosos agentes del KGB desbaraten los planes de algún senador republicano de los Estados Unidos involucrado en el tráfico de armas internacional?, o sea, que la Guerra Fría ya había acabado, pero se seguían dividiendo el mundo en duros cowboys y comunistas lerdos. La verdad es que agradecíamos un cambio de enfoque, y mejor aún que partiese de Hollywood. Es una utopía lo sé.
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