ZEPPELIN ROCK: TANGERINE FLAVOUR en la sala Sol (Madrid, 19 de abril de 2024): CRÓNICA del concierto

martes, 23 de abril de 2024

TANGERINE FLAVOUR en la sala Sol (Madrid, 19 de abril de 2024): CRÓNICA del concierto

 

por Alberto Iniesta (@Radiorock70)
del blog Discos




Lo dijo Santiago Alcanda durante su breve y dulce introducción a ese maravilloso caos cósmico sonoro espacial que dio forma al cóctel del que pudimos gozar el pasado viernes en la Sol. Tangerine Flavour son un grupo atípico dentro del panorama musical actual porque defienden las canciones contra todo y contra todos, algo nada habitual en la era de los likes y los vídeos fugaces donde la norma es que no importa estar, importa publicar que has estado. 

En un mundo donde la novela de Nick Hornby reemplazaría la fidelidad por la velocidad si fuese publicada hoy, ellos siguen apostando por la música, y el resultado es gozoso para los oídos y conlleva un aumento considerable de la temperatura del alma. Solo ante el peligro, calentó la noche un Javi Tejero que empuñó sin piedad su guitarra presentando un disco que, llamándose Minnesota, dejaba claras las intenciones desde el primer acorde. Cuando les llegó el turno a los Tangerine estábamos sedientos de rock and roll y ellos, como hicieron los Kinks con su disco del 81, le dieron a la gente lo que querían. Venían a presentar el reciente Space Cowboy, discazo doble donde agitan la coctelera de géneros, porque hacer un disco normal con una docena de canciones es de vendidos. Sonaron de manera impecable temones como Madison Ave, donde tu mente no pide permiso para coger un vuelo que se detendrá allí donde todo comenzó. Free reivindica la excelsa capacidad vocal de Alejandro Vizcaíno, demostrando que lo suyo va mucho más allá de ejecutar riffs adictivos que no entienden de rehenes ni prisioneros, al tiempo que recuerda que no es necesario ser “un Mississippi boy” para cantar en inglés. Que se lo digan a los Tangerine, a los Sunday Drivers, a Morgan y a tantas bandazas. Rainha Do Soul, maravillosa joya con un cambio de tempo que hace las delicias de los más gourmets, sonó espectacular en directo. Cuando una banda te defiende de esa manera un tema en directo, poco más puedes hacer aparte de quitarte el sombrero y aplaudir. Outlaw City nos hizo viajar a otro universo cósmico donde las normas y lo establecido son los padres, pero los riffs son de verdad. Qué locura de tema, es para rememorar aquella frase antológica que le decían a Maradona: “pero de qué planeta viniste”. Fernando Lima, además del bajo entwistleiano, a unas voces de las que comprueban si estás vivo o si no hay nada que hacer por ti ya. 

Otro de los momentos grandes llegó de la mano de God, tremendo artefacto sonoro del anterior LP, Empty Fantasies. A medida que Pablo Martín comienza a pisar el acelerador y todo estalla la vida empieza a tener más sentido. Todo empieza en The Last Resort, pero el final es un Victim of Love en toda regla. Al igual que los Eagles, Tangerine Flavour son los que dictan sus propias normas, y se permiten el lujo de hacer y deshacer a su antojo con sus creaciones. Un ejemplo claro de ello es Dark Winter, canción de su primer EP que ahora suena radicalmente distinta en comparación con sus primeros conciertos en la Maravillas. Hablando de sitios, obviamente no podía faltar su homenaje al bar de todos los bares: el Moloko, representado de maravilla en esa Moloko Nights repleta de referencias a Paul Weller, Nat Simons y otros músicos enormes. Y hablando de música inmortal, la versión que se marcaron del The Weight con Javi Tejero y Andreu Muntaner Lobo en el escenario fue un disfrute para los sentidos. Robbie Robertson vivirá siempre gracias a momentos como ese. Y, para terminar, esa canción que habla sobre lo bien que lo pasan los Tangerine Flavour por la noche, esa Ten Dollars que coreamos como si fuera la última canción de nuestras vidas. Qué pena que se hiciera tan corto, qué pena que no pudiéramos escuchar el Space Cowboy íntegro, qué pena que no sonaran The Promised Land, Roses, After The Long Night o Song For Alba, qué pena que no tengamos un concierto de estos tipos cada semana. Cuando los focos se apagan y la música termina solamente queda agradecer porque, un puñado de canciones atrás, éramos menos felices.








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