El Tombstone del título remite a un episodio conocido por todos por haber sido tratado en el cine en diversas ocasiones –una de esas historias de delincuentes y agentes de la ley que en la vieja Europa no despiertan mayor interés, pero que en una nación con relativamente poca edad como los Estados Unidos ha adquirido grado de leyenda-, aunque para ser exactos tuvo lugar en el estado de Arizona y tiene poco que ver con la historia que la cinta nos explica. Dirigida por Roel Reiné, su inicio con música de dobro y la voz en off de Mickey Rourke –aquí el mismísimo Lucifer- explicando que el oeste es un nido de víboras en el que nunca le faltan almas malvadas que devorar es alentador si sois de los que disfrutan con las historias de forajidos, espuelas, sheriffs y vasos de whisky en el saloon. Es verdad que el argumento recuerda un poco a Gallowwalkers (Cazador de demonios) en lo que a localización en el oeste, el tema de la venganza y el regreso de la tumba se refiere. Sin embargo, mientras que aquella seguía una visión algo surrealista o jodorowskyana del género, en esta la ambientación es mucho más acertada, es ciertamente como un western de toda la vida –poco original, eso sí- pero con un guion de trasfondo fantástico tratado de manera clásica. Y por si fuera poco, cuenta con el aliciente de ver a Danny Trejo en otro de esos papeles hechos a su medida –no nos engañemos, como actor es limitadito- en la piel de violento chicano, por lo que, mientras esperamos babeando la nueva entrega de Machete, Muerte en Tombstone nos sirve de perfecto aperitivo. Entretenida.
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