
Entonces, en su primera noche allí, Ellison descubre en el desván un caja con cintas caseras y ve la que nosotros ya conocemos desde el principio de la película. Rápidamente se le ocurren varios interrogantes. ¿Quién filmó la película?, ¿cómo ha aparecido en su altillo? y, lo más importante, ¿qué ha sido de Stephanie? Pero, amiguitos, en la caja hay más cintas que documentan horribles asesinatos y en todas ellas aparece una figura extraña, un ente terrorífico que angustia y despierta la curiosidad de Ellison a partes iguales. Y en eso consiste el argumento de Sinister. Mientras la estabilidad familiar del escritor se tambalea, sentimos –él y los espectadores- la necesidad de descubrir más y más cintas inquietantes, averiguando detalles que nos harán saber que la familia de Ellison está en peligro. Crueles asesinatos en serie, deidades babilónicas, apariciones, algunos sustos de esos que le hacen a uno botar en el sofá, un Ethan Hawke aceptablemente convincente y una aún mejor Juliet Rylance como la amante esposa Tracy, entre resignada y definitivamente harta de seguir a su marido de localidad en localidad. Total, que no es la cinta de terror definitiva de la década, pero es –en mi opinión- una estupenda película de miedo palomitero para pasar una fría tarde de otoño. Además, sale mi admirado Vincent D’Onofrio en un pequeñísimo papel. ¿Qué más se puede pedir de una cinta que costó tres millones de dólares?
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