by King Piltrafilla (@KingPiltrafilla)
Os adelanto que mi crítica será negativa sobre este éxito de la cinematografía española reciente. Y os diré que a mi me gustan más las películas que se convierten en éxito casi sin quererlo, gracias al boca-oreja. No obstante me convertí en otro de los españoles que fue a ver –obligado- ese producto de marketing llamado El Orfanato, de Juan Antonio Bayona. Que si era la película más vista, que si era la que más había recaudado...
Y lo cierto es que no es una mala película, pero no creo que sea para echar las campanas al vuelo. No desvelo nada a los que -inexplicablemente- aún no la hayan visto si explico que, a mi modo de ver, a la película le sobra el epílogo, ese añadido colorista que estropea un oscuro final, que a la postre no lo es, en el que la protagonista toma conciencia de la realidad y de su responsabilidad en ella.
En fin, que he aquí un ejemplo más –como si a estas alturas necesitásemos de alguno- de comida de tarro y triunfo de las campañas de publicidad bien construidas –aquí sí que se tendría que dar un premio a alguien-, que han provocado la masiva afluencia al cine del personal aborregado, dispuesto a consumir una ración de fast-food que, por muy bien presentado que esté, les ha privado de disfrutar de un buen solomillo. Lo mejor de la película, el niño protagonista.
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Y llegamos a un ejemplo del que os hablaba, esto es, la constatación de que -en más ocasiones de las que serían de desear- la falta de recursos dedicados a la propaganda y publicidad de una película provocan que -por desgracia- el gran público no pueda apreciar una buena cantidad de obras más que notables.
Porque si en el caso de El Orfanato quedaba patente la impresionante labor de los publicistas para conseguir el éxito nacional e internacional (como lo fue) con una historia que ya os dije que estaba bien rodada, pero que no era nada del otro mundo, lo contrario pasa en La habitación del niño, de Álex De la Iglesia, una historia que me ha parecido mucho más angustiosa, bien rodada y actuada que esa especie de vehículo de lucimiento para Belén Rueda que es El Orfanato.
Y es que las comparaciones son inevitables. De hecho, las dos comienzan -¿casualidad?- con casi la misma escena, pasan en una casa antigua y están protagonizadas por un matrimonio con niño. Sin embargo, la de De la Iglesia está rodada, ¿cómo diría yo?, menos de cara a la galería, o sea, sin importarle si le dan o no un Oscar. Ah, y acaba como a mí me gusta que acaben estas películas. Esta sí que os la recomiendo, piltrafillas, sin lugar a dudas.
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