El Record Store Day, como concepto, es una noticia excelente para la música. ¿Cuáles son mis pruebas? Yo odio tener que hacer colas casi tanto como odio el reggaetón, pero cada vez que llega el Record Store Day y veo la cantidad de gente que tengo por delante en tiendas como Nakasha me pongo muy contento. En ese sentido, me posiciono radicalmente a favor de cualquier iniciativa que acerque bichos humanos a tiendas de discos. Partimos de la base de que ya no estamos en 1984, gran libro de Orwell por cierto, y eso supone que los vinilos, cds y cintas hace tiempo que han dejado de ser imprescindibles para escuchar música. Precisamente por ello, que en los últimos tiempos el vinilo haya vuelto para quedarse me parece una paradoja preciosa sin una explicación lógica aparente.
El gran problema del Record Store Day, o uno de ellos, es la tensión sexual no resuelta que mantienen los responsables de elegir los lanzamientos con las ediciones en colorines monísimos, picture discs y sucedáneos que además encarecen significativamente el producto final, o dicho de otro modo: la ausencia total y absoluta de sentido común con muchas de las elecciones. Volver a lanzar el primer discazo de Los Secretos, fácilmente localizable en tiendas tanto nuevo como de segunda mano, no tiene sentido alguno, máxime cuando hay material del grupo pidiendo a gritos una edición en doce pulgadas: ahí está el maravilloso Dos Caras Distintas o el Desde Que No Nos Vemos de Enrique Urquijo junto a los Problemas, que sí salió hace unos años pero que ya se encuentra descatalogado. Endureciendo un poco el asunto, fantástica idea la de sacar el primer single de Alice In Chains mientras sus discos de estudio siguen sin estar disponibles. Hablando de singles, ¿de verdad Taylor Swift no tenía nada mejor que ofrecer en lugar de una canción que ya aparece en el tremendo LP Folklore?
Por suerte, no todo apunta hacia el coleccionismo de exhibición y hay discos muy interesantes entre los lanzamientos: siempre apetecen los conciertos de Motörhead, Jefferson Airplane o Grateful Dead, aunque en este último caso el precio puede conllevar la venta de algún riñón; las demos del Blue de Joni Mitchell y Lou Reed también prometen una escucha gozosa, mientras que las sesiones acústicas de Joan Jett y Sandy Denny me hacen muchísima ilusión. Por otra parte, es una excelente noticia que discos como el Age of Miracles de Chuck Prophet, el Long Player Late Bloomer de Ron Sexsmith vuelvan a girar a 33 revoluciones por minuto, o que lo vayan a hacer por vez primera discos como el Peddlin’ Dreams de Maria McKee.
Al final, esto del Record Store Day necesita mejorar, como casi todo lo que existe en este mundo nuestro carapijo y feliz, pero mientras dure ese proceso tenemos dos opciones: podemos ir en busca de los discos de nuestras bandas favoritas que sean humanamente accesibles, o lamentarnos ante la industria musical y su decadencia al tiempo que afirmamos que The Wild, The Innocent & The E Street Shuffle es el último disco bueno del Boss. Larga vida a las tiendas de discos todos los días del año, y si encima hay un día dedicado a esos templos donde la felicidad viaja a través de surcos, qué demonios: aprovechémoslo.
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