por MrSambo (@Mrsambo92)
del blog CINEMELODIC
Las películas de submarinos han dejado algunos títulos imprescindibles. La concepción claustrofóbica, aventurera, obsesiva y enfermiza, donde las tensiones van surgiendo en un lugar sin posible escapatoria, un clásico de la dramaturgia, da mucho juego.
“El submarino” (Wolfgang Petersen, 1981), “U-571” (Jonathan Mostow, 2000), “La caza del octubre rojo” (John McTiernan, 1990), “Marea roja” (Tony Scott, 1995)… son títulos que han dado prestigio al cine de submarinos, un subgénero al que viene a sumarse “Black sea”.
La dirección de Macdonald recurre a los planos escindidos en el inicio de la narración, así como a encuadres inestables, pero eso irá cambiando una vez entremos en el submarino, donde todo se hará más sobrio. Curiosamente, la nuca de Law será encuadrada en múltiples ocasiones, una forma de retratarlo de denota determinación y decisión. No parece haber vuelta atrás para ese hombre.
Junto a otros parados, desubicados, náufragos vitales, emprenderá un viaje en submarino para descubrir un tesoro oculto en otro submarino hundido en la 2ª Guerra Mundial, un submarino nazi. En la parte inicial habrá momentos de sano humor, en un planteamiento ágil para ir poco a poco adentrándonos en el drama y la tensión. La preparación del submarino, una chatarra, está bien mostrada, de forma escueta pero efectiva.
Parece abrirse así un relato de aventuras donde la ambición y sus excesos serán el tema a tratar, un poco al estilo de “El tesoro de sierra madre” (John Huston, 1948), pero si bien es cierto que estas ideas son importantes en la película, se perderá algo el foco y divagará sin terminar de definirse motivaciones y roles, yendo por otros derroteros.
Una vez ha pasado la fase de exposición, el relato tornará claustrofóbico en el interior del submarino, como mandan los cánones del género. En este sentido es excelente el plano de Jude Law lanzando una última mirada al aire libre, al mar y al cielo, mientras el viento le golpea en la cara. Una mirada que será significativa al final.
Las manías, las supersticiones, la vida en el submarino, se desarrollan con breves fogonazos, contrastando caracteres para ir generando la atmósfera tensa que provocará los futuros conflictos.
El problema es que todo es apresurado, falto de elaboración, sin sentido ni lógica dramática. Cambios psicológicos bruscos y repentinos sin sentido y que no vienen a cuento.
Así, el duelo de ambiciones y avaricias se convierte en una lucha de naciones interna en el submarino o una lucha de clases. Pasamos del drama a la crítica social y la lucha de clases, pero sin foco definido ni motivaciones asentadas. El lenguaje y el desconocimiento mutuo serán los mecanismos de guión para provocar las rencillas. Una división en bandos, breve, difusa.
El mismo conflicto que desencadena el accidente resulta forzado y apresurado, poco logrado, además de previsible. No es creíble. Los personajes van cambiando de opinión sin ton ni son, de carácter incluso, lo que perjudica a la verosimilitud y credibilidad dramática de la cinta. Un ejemplo: el asesino de abordo.
Otro ejemplo lo tenemos con el propio personaje interpretado por Law, Robinson. De persona sensata y reivindicativa, mesurada y justa, torna en ambiciosa o más bien activista de la lucha de clases, pero sin acabar de perder el sentido ni caer en la locura de la que algunos le acusan. Del mismo modo no quedan claras sus motivaciones, si es su familia, si es la lucha contra los poderosos, si es el oro… Un caos dramático. Su retrato como líder es lo más logrado. El aspecto paterno-filial de Law con el chico al que acoge tampoco es un mal elemento en la creación del personaje.
A mitad de película, en un arranque violento de uno de los personajes, repentino y sin sentido ni justificación, tendremos el primer giro de guión. El otro giro en la trama resulta atractivo y no funciona mal.
Lo mejor de la película, además de su ritmo, que mantiene el interés, son algunas de las escenas de suspense y acción, como la de los buzos, de una imaginería acuática muy atractiva y lograda, que casi nos remite a “Alien, el octavo pasajero” (Ridley Scott, 1979). De hecho, la figura del traidor de abordo en un lugar claustrofóbico, con luces parpadeantes también nos remite al clásico del terror. Otra escena notable es el intento de cruzar por el cañón submarino…
Al final todo queda reducido a la elección entre el oro o la vida, como era de prever, pero se mezclan la lucha de clases, el odio a los poderosos, la avaricia del pobre… Además, en la criba de marineros se acaba cayendo en el tópico hasta la conclusión.
No es una gran película, pero tiene lo suficiente como para hacer pasar el rato.
Jorge García
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