por MrSambo (@Mrsambo92)
del blog CINEMELODIC
Prestigiosa película belga, un duro melodrama, intenso y de concepción bastante alegórica para rebajar la intensidad de la historia.
Esta cinta nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa describe la relación de Elise y Didier, una pareja que se enamora nada más conocerse y que entre tatuajes y actuaciones Country y Bluegrass todo parece sonreírles. Cuando nazca su hija la felicidad será plena, hasta que al cumplir los 6 años le detectan un cáncer de médula…
La carrera por los festivales de “Alabama Monroe” no ha podido ser más exitosa, con premios por toda Europa, recibiendo el beneplácito de la crítica y, sobre todo, del público. Lo cierto es que la historia que cuenta “Alabama Monroe” no tiene la enjundia que pretende o cree aparentar, pero da el pego por su buena dirección y estética, además de por sus desgarradas interpretaciones, repletas de sinceridad.
Ciertamente la historia de amor entre Didier (Johan Heldenbergh) y Elise (Veerle Baetens) funciona muy bien, una relación llena de química, autenticidad, sinceridad y frescura. Sientes, comprendes y compartes ese amor que se profesa la pareja, logran traspasar la pantalla en todo momento.
El drama con la enfermedad de su hija funciona de manera algo más irregular. Desgarra en muchos momentos, de nuevo gracias a las sensacionales interpretaciones, pero ciertos simbolismos y alegorías dejan la película al borde de la sensiblería, licencias artísticas que parece querer diluir la dureza del relato. Un ejemplo lo tenemos con el uso de los pájaros y su relación con la pequeña.
Lo peor de la película lo encontramos en su último tercio, con la repentina inclusión del mensaje anticlerical y a favor de las células madre, que no encaja con el resto de la historia. Le falta desarrollo y sólo tiene sentido desde un punto de vista dogmático y adoctrinador, fallido a nivel dramático, con independencia de lo que opines sobre el tema. Un mensaje político e ideológico que canta demasiado, parece gratuito y mal integrado en el conjunto.
El retrato de los dos personajes es bueno, parecen polos opuestos que se complementan a la perfección y atraen irremisiblemente. Él un romántico dicharachero, ella una silenciosa con mala suerte en el amor. Él ateo, ella creyente; él no gusta de tatuajes, ella los adora, por algo es tatuadora… En un primer momento ella se mostrará más entera que él con la enfermedad de su hija.
Son interesantes los encuadres para la pareja, unidos en el mismo plano en la felicidad, con miradas y gestos vinculadores, planos frontales a menudo, o en planos y contraplanos íntimos que retratan su complicidad. Cuando el deterioro en la pareja sea patente, los planos se escindirán, apareciendo separados en los encuadres, recurriendo a desenfocados cuando ambos aparecen en cuadro o negándose esas miradas y gestos que antes veíamos…
La fragmentación narrativa que estructura la película, con multitud de flashbacks y flashforwards, resulta gratuita, un mero recurso para aligerar la historia, dar impresión de trascendencia, darle un dinamismo del que parece se duda si se hubiera recurrido a una narración lineal. Se consigue a través de esa fragmentación mezclar tonos, como un retrato vital fidedigno, pero nada más.
Reseñable es el uso de los animales a lo largo de la narración, que acaban teniendo importancia, sentido y vínculos con las propias vidas de los personajes: Caballo-libertad; Potro-nacimiento; Vacas-establecimiento; Pájaros-espiritualidad; Mariposa-transformación…
También se usan fenómenos atmosféricos para resaltar emociones en los personajes, con mención especial para la lluvia y las tempestades.
Del mismo modo la música se vincula con los estados emocionales de los personajes y los momentos que viven. Una excelente banda sonora con buenos y tradicionales temas de Bluegrass.
Relacionadas con la música tendremos algunas de las mejores escenas, esas canciones cantadas por el grupo de Didier en los momentos significativos, como homenajes o expresión de sentimientos: Un funeral, una muerte, un regreso a casa…
La dirección tiene varios aspectos interesantes para reseñar. Uno es la gran cantidad de planos tras cristales que se suceden durante la película, que en ocasiones difuminan rostros, escenificando aspectos emocionales, y en otras se manifiestan como barreras entre los personajes. También los agobian, los frustran en su impotencia.
Los montajes paralelos, algunos con potentes imágenes simbólicas, resultan acertados muchas veces. En algunos casos, como en la parte final, dejan momentos y detalles muy bellos y emotivos.
A través de un montaje sincopado se retratará el crecimiento de la niña, la vida en felicidad y la cotidianeidad.
El juego con el sonido, con los efectos de sonido, y también, aunque en menor medida, con la imagen, son otros detalles brillantes de dirección que pretenden y logran transmitir las emociones, perturbaciones, estados de ánimo y puntos de vista de los personajes. En muchas ocasiones la escena se quedará sin sonido o se omitirán los diálogos mientras vemos la imagen.
En el “debe”, me incomodan los saltos de eje que realiza en ocasiones el director Felix Van Groeningen.
“Alabama Monroe” es una buena película, algo sobrevalorada, pero satisfactoria en términos generales. En cualquier caso, si gustan de una profunda reflexión sobre el amor y la pérdida de un hijo o en sentido abstracto, les recomiendo el libro “Niños en el tiempo” de Ian McEwan.
Jorge García
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