No se limita, pues, a enumerar un montón de anécdotas. Este libro va más allá de juntar fotografías y recortes mentales: en este libro. Patti nos cuenta cómo se convirtió en la mujer que canta y posa desafiante en Horses, su primer disco. Porque ella no quería cantar, ni dedicarse al rocanrol, nada de eso. Ella quería ser pintora, poeta, ilustradora, musa, fotógrafa. Quería triunfar al lado de Robert.
Me parece goloso el capítulo dedicado a sus años viviendo en el Hotel Chelsea. Cómo conoció a Jimmi Hendrix o a Janis Joplin y su relación con ella (y la canción que le compuso y cantó). La forma en la que se introdujo poco a poco en el rock and roll desde la poesía, a través de un simple recital. Curiosa su labor de vigilante de William Burroughs: le esperaba en el vestíbulo del hotel hasta que salía borracho del pub anexo y le acompañaba hasta un taxi, asegurándose de que llegara a casa.
Y descubre Patti sus influencias iniciáticas. Su primer concierto de The Doors o de The Velvet Underground. La relación con las bandas de los primeros setenta (New York Dolls, Blue Oyster Cult). Y, sobre todo, cómo montó su primera banda: la elección de los músicos, de las canciones, su experiencia alucinante en el CBGB. Llamaban a su música “tres acordes fusionados con el poder de la palabra”.
En fin, un libro de amistad, amor y creación de una artista de los setenta, un texto muy recomendable, sobre todo si eres fan de Patti (no podrás dejar de leer el libro). Está lleno de ternura, de dolor y de alegría. Y de mucha pasión por la música. Como ella misma dice recordando la grabación en los Electric Lady de su primer álbum: «desde el momento en que entré en la cabina de voz tenía estas cosas en mi mente: mi gratitud al rock and roll por haberme ayudado a pasar una adolescencia difícil, la alegría que experimentaba cuando bailaba, la fuerza moral que adquirí al responsabilizarme de mis actos».
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