by King Piltrafilla (@KingPiltrafilla)
Si mal no recuerdo, descubrí a los Maiden con Run to the hills y la cinta de The number of the beast fue lo primero que tuve de ellos. El Piece of mind ya fue el acabose y con Powerslave me contagié para siempre con la fiebre maideniana. Sin embargo, me faltaban sus lanzamientos anteriores por lo que rápidamente me hice con sus dos primeros álbumes en estudio. En su debut aparecía en portada Eddie The Head, con un aspecto de zombie punky desaliñado. Pero en este Killers que hoy os presento –por cierto, reedición de 1985 de la serie Fama de EMI-ODEON S.A.– ya se nos mostraba un Eddie más definido, además de violento, con su apariencia heavy habitual –utilizada tanto en el mencionado The number of the beast como en el Maiden Japan– hasta que comenzaron a cambiarla en cada lanzamiento. Musicalmente, aunque paradójicamente fue compuesto antes del inicial Iron Maiden, suponía una transición entre su primer trabajo oficial y el seminal The number of the beast, ya con Bruce Dickinson en sus filas. Ello se debía a la presencia a la producción del gran Martin Birch, artífice –con permiso del omnipresente Rod Smallwood– de gran parte de la ascensión al estrellato internacional de la banda.
Grabado en los Battery studios y con Derek Riggs a cargo de la portada –su marcha, así como la mierda de portada del Fear of the dark, supuso para mí una decepción casi tan grande como la llegada de Blaze Bailey–, Killers fue el último disco en el que el impredecible y pasado de vueltas Paul Di’Anno se ocupó de las voces y el primero en contar con Adrian Smith –amigo de Dave Murray– en substitución de Dennis Stratton.
Así pues, con Di’Anno a las voces, Murray y Smith a las guitarras, Steve Harris al bajo galopante y Clive Burr a la batería, el grupo sacó al mercado este Killers con el siguiente track list cargado de himnos imprescindibles del metal de los 80:
A
The ides of march
Wrathchild
Murders in the rue Morgue
Another life
Genghis Khan
Innocent exile
B
Killers
Prodigal son
Purgatory
Drifter
El disco se inicia con The ides of march, un icónico tema instrumental, una especie de obertura pomposa que no deja de ser un ejercicio de arrogancia y osadía para unos casi desconocidos que estaban sacando su segunda obra al mercado. Para que veáis lo lanzados que iban estos tipos. Por cierto –aunque supongo que la mayoría ya lo sabéis, no está de más comentarlo–, este tema también aparece en el álbum Head on de Samson con el título Thunderburst. Y es que fue compuesto a finales de los 70 en una primeriza formación de Iron Maiden que incluía al batería Barry Thunderstick Purkis, quien acabó entrando en los mencionados Samson sustituyendo a Clive Burr, que, a su vez, entraría en los Maiden en un ejemplo más de cómo de relacionados estaban los grupos de lo que se llamó la NWOBHM, al menos en sus albores.
La relación no acaba ahí, ya que en Head on cantaba un tal Bruce Bruce, quien grabaría un solo álbum más con la banda antes de dejarla y entrar en Iron Maiden. Pero ahí no termina la cosa porque Samson era el grupo de Paul Samson, que había tocado con John McCoy, quien a su vez había estado en la banda de Ian Gillan, donde coincidió con Janick Gers, que años más tarde se uniría también a los Maiden.
En fin, dejemos el anecdotario y pongámonos a lo que toca, que en este caso es hablar de Wrathchild, otro de los clásicos de Iron Maiden. De hecho, no hay un tema en los primeros álbumes de la banda que no sea mítico e imprescindible por lo que se hace difícil comentarlos de manera individual. Una cosa está clara y es que el salto cualitativo del sonido del grupo entre su debut y este Killers es abismal gracias a Birch, algo que con la llegada de Dickinson ya adquirió tintes estratosféricos. La siguiente Murders in the rue Morgue tiene un inicio tranquilo que poco a poco va adquiriendo fuerza hasta desembocar en otro trallazo clásico. Lo mismo que Another life. Murray y Smith brillan de qué manera y Harris lo conduce todo con sus líneas de bajo. Genghis Khan es una instrumental alucinante con diversos cambios de ritmo que precede a Innocent exile. Y si en esta cara queda algo claro es que tanto Harris como el dúo de guitarristas son las estrellas del grupo. Burr cumple de manera más que aceptable, aunque no destaque por nada en particular y Di’Anno, aunque me es imposible separar su voz de estas canciones imperecederas, era quien menos nivel tenía. Estoy convencido de que sus problemas con diferentes adicciones fueron la excusa perfecta para darle la patada ya que igualmente hubiese sido invitado a dejar la banda más pronto que tarde.
Ya en la cara B, las líneas de bajo iniciales de Killers me conducen a esos cajones de la memoria que siguen inalterables a lo largo del tiempo. No puedo decir nada más de ese temazo. Prodigal son es una preciosidad, desde el principio –que me recuerda al de You can’t kill rock and roll de Ozzy Osbourne, de su Diary of a mad man editado el mismo año– hasta el final. Entonces llegan Purgatory, otro trallazo supersónico en el que Murray y Smith se lucen, como en todo el álbum la verdad y la imprescindible Drifter. ¿Qué puede decirse de esta canción? Era el tema que nunca faltaba en los directos ya que era en el que un Eddie gigante aparecía en escena y para mis neuronas es como el metrónomo para los perros de Pavlov. Es oír su inicio e imaginarme al monstruo apareciendo en escena.
Total, uno de esos discos incontestables e imprescindibles de una banda que lo ha sido todo en la música rock de los 80 sobre todo y que ha sabido mantenerse –pese a algunos altibajos– en un lugar preeminente de la historia de la música a lo largo de las últimas décadas.
¡Feliz viernes!
@KingPiltrafilla
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