Vejez
ENSIMISMADO y solo, el viejo Juan decidió de nuevo enfundarse con los ropajes de la memoria para seguir viviendo en algo. Viajó como de costumbre a aquella casa de sus abuelos, la casa de su infancia, donde Lena lo esperaba para jugar. En aquel reino antiguo envuelto en telarañas de un raro gris, no necesitaba del recuerdo, como tampoco pensar en qué sería de él después de 70 años, cuando ella ya estuviese muerta y él anduviera pesarosamente, con el alma también arrugada, hacia un encuentro incierto y opaco.
ÁCS
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