Bicicleta
Odio las bicibletas. Ring. Odio sus dos ruedas, con sus radios y sus palomillas. Ring. Odio la cadena y ese plato dentado en que encaja, y los pedales que la hacen moverse. Ring. Odio el portaequipajes y el sillín, este odioso sillín que se me mete en el culo cuando llevo ya una hora, o dos, sobre la bicicleta. Ring. Como ahora. Ring, ring. Odio la dinamo y el faro, el manillar y la canastilla. Odio ese absurdo cuadro de hierro en que todo está engarzado... y los frenos y los guardabarros. Ring. Pero hay algo en la bicicleta que adoro y amo por encima de cualquier otra cosa en este mundo: el timbre. Rinnggggg. El timbre que acciono constantemente cuando voy subida en la bicicleta recorriendo las calles del pueblo, más aún en verano, incluso a la hora de la siesta, aunque los vecinos me llamen la Loca, la loca del pueblo. Si no fuese por el timbre, no subiría nunca en esta aborrecible bicicleta. Ring, ring, ring, ringggggg.
ÁCS
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