Hay veces en que una colonia de hombre se la juega. Jorge "Ilegal" Martínez se la jugó de alguna manera cuando hace unos años lió aquello (aunque suene lejano) de Jorge Ilegal y los Magníficos, y a ritmo de boleros, chachachás, etc., y versionando temas clásicos del primer rock (incluida "Popotitos", o una "Dieciséis toneladas" a la española, un poco a lo José Guardiola) en los cuales no dejaba de marcar su personal sello (no penséis), parió dos discos que a unos les parecerá la excentricidad del ogro y a otros una sana muestra de que Jorge tenía otras inquietudes o simplemente le apetecía. Quizá algunos se lo tengan en cuenta; yo, no.
Doce años han pasado desde el último disco de Ilegales, aquel Si la muerte me mira de frente me pongo de lao de 2003, una burrada de tiempo líquido para los que amamos a Ilegales (más aún sabiendo que la vida es fuego). No se quiere decir que haya sido una pérdida de tiempo pues uno escucha estos discos con los Magníficos con gusto aunque sean otra cosa que, en cualquier caso, no pierde la esencia de un Jorge que, con su voz única de reconocible timbre chulesco tirando a punk, nos recuerda que sigue siendo el de antes. Yo animo a que los catéis primero y los devoréis con gana a continuación. Y dicho esto, sigo pensando, asumiendo, reconociendo que me gusta más Ilegales. Por eso aplaudimos la sabia decisión de Jorge y solo le deseamos que la diosa Fortuna haga justicia con este nuevo disco, porque se lo merece y porque queremos más alfalfa.
Y dicho esto, vayamos con esta nueva obra de un Jorge que ha regresado al redil ("he regresadoooo"). Y con dos de los "antiguos ilegales", Jaime Belaústegui (batería) y Alejandro Espina (bajo), se ha propuesto seguir por la escondida y abandonada senda, esa de los pocos sabios que en el mundo han sido. Uno escucha La vida es fuego, que es el nombre del nuevo disco, y piensa "¿serán canciones compuestas en años ilegales?" Y no lo piensa porque las escuche como descartes (que no lo son, pues son pata negra, ya os lo digo), sino porque suenan tan bien como las clásicas y con un tono irónico en ocasiones y macarra casi siempre a la par que canalla (ya los conocéis, no voy a descubriros nada), con letras incisivas y burlonas unas veces junto a otras más graves y oscuras que bucean en nuestro interior, dejando muchas veces al escuchante que interprete en ellas lo que mejor le convenga. Así es Jorge: a veces se entiende y otras no, aunque no cree uno que este señor pretenda dar cursillos de ningún tipo y menos aún consejos. Lo suyo no es el el ensayo, sino susurrarnos desde el púlpito de los desdichados o de los cachondos, a cuya secta pertenece desde su fundación. Lo más grato es que se vacía en ellas (en las letras) y dice lo que siente o lo que le dicta el corazón en ese momento. Se agradece esa huida natural de lo impostado. Se agradece que la vida (o esos marcianos que nos lo han tenido secuestrado) nos lo haya devuelto tal como esperábamos: joven, violento y divertido.
Como es frecuente, todas las canciones de La vida es fuego han sido compuestas por Jorge Martínez y no hay versiones en este caso (como lo hiciera con los Magníficos, más aún en su segundo álbum) aunque en algunas encontremos ecos de, incluso (fijaos), Led Zeppelin: escúchese a este respecto el magistral tema que cierra el álbum, ese de "Las rosas trapadoras asesinas" que nos trae recuerdos, al comienzo de la copla, de "Stairway to Heaven" y de los Floyd en su progresivo desarrollo. También hay un tema que es "El Souvenir" que quizá sea la única canción con apariencia de haber sido cogida del repertorio de los Magníficos: un hijo que se ha quedado pegado a las faldas de papá y se resiste a dejar el hogar.
El disco ha sido grabado en los estudios La Casa del Misterio (Asturias), del propio Jorge, desde el 5 de noviembre de 2014 hasta el 29 d enero de 2015. Han intervenido como técnicos de grabación David Gutiérrez y el propio Jorge Martínez; ambos se han ocupado también del mezclado y el primero de la masterización. El disco, por último, ha sido producido por Jorge Martínez y David Morei siendo el productor ejecutivo Roberto Nicieza.
La fotografía y diseño de la portada ha corrido a cargo de Mabel "Ladyblues", el modelo fotográfico ha sido Vladimir Martínez Rivera y del maquillaje y estilismo se ocupó Sofía Álvarez Carreño. Como se nos informa en los créditos del CD (sí, ayer llegó a casa) "El concepto de la portada recrea una vieja foto perdida que fue candidata a portada del primer disco de Ilegales en 1982".
El álbum se abre con "Voy al bar" el tema que sirvió de adelanto de La vida es fuego. Es un tema ilegal por todos los costados en donde, con ritmos habituales, se expone la idea del bar como la verdadera patria, patria de los sentimientos y de la necesidad de compartirlos con la libertad que permite el alcohol. "La vida es fuego", siguiente tema, se inicia con coros indios, pero no precisamente para fumar la pipa de la paz, sino para todo lo contrario: son cantos de guerra, entendemos, del odio que nos lleva a matar amparados por la justicia (personal) que nos otorga lícitamente ese mismo odio. La vida es efímera y la muerte (el asesinato) no tiene importancia. En fin, algo que podremos tomar a broma simplemente (ya sabéis la tendencia a hurgar de Jorge). Con "Regresa a Irlanda" se desata la furia y el asco contra las cantantes escocesas-irlandesas que con su tono melifluo céltico folk intentan embaucarnos. 'Vete a tocar a casa y a venderle esa mierda a tu familia' viene a ser el mensaje de esta canción. En fin, como ocurría con aquello de los pasadobles.
En "Hacia las profundidades" Jorge entona esa voz que nos susurra y que arrastra cavernosamente su letra hasta nuestro oído. Es de esas letras abiertas, por cierto, en que uno puede sospechar que el autor habla de la muerte, o de la introspección o ensimismamiento en que uno bucea por su alma o por un fondo negro en donde todo parece tomado por la destrucción o por la tranquilidad, que tanto monta. Con "Vivir sin novia ni reloj" el tono de Jorge se transforma a ritmo country en ese que se ve sin novia ni reloj: después del dolor, producido por el hecho de cortar con una relación, viene la calma, la reflexión y la felicidad; la conclusión viene a ser, más o menos, que uno es más feliz sin novia ni reloj. "El Souvenir" trata el tema de la cocaína a ritmo esta vez de cabaret y orquesta de pueblo; muy "magnífica", como dijimos.
A ritmo de punteos bluseros trazados por la Fender Stratocaster del moztro transcurre "Aquel boogie pesado". Toda la mala hostia del artista se ceba ahora con la estética "Hipster", pasajera y endemoniadamente falaz, a la que dirige sus puñetazos certeros y, quizá, necesarios. Ritmo muy ilegal también en "El teléfono y el mal", con letra raruna a lo Jorge Ilegal. Guitarras pesadas y ritmos oscuros empañan "La mala hierba", canción susurrada con una voz demoníaca: "soy una mala hierba en tu jardín, pero a mí me gusta crecer aquí", dice el poeta con la satanífera intención de joder a aquel que ha poseído. El disco termina con "Las rosas trepadoras", también hablada y susurrada, en que el vate asturiano se ocupa de trasladar secretamente su mefistofélica letra a través de nuestro orificio auditivo de niños impúberes para dejarnos tiesos de miedo. Una de las señas de identidad del Jorgito-Loboferoz que ha alimentado nuestra tierna alma y nuestras pesadillas de niños bien durante años.
En fin, damos la bienvenida con entusiastas aplausos a este nuevo e inesperado disco de Ilegales deseando que no solo sea flor de un día, el regreso sentimental a esa nueva senda dejada hace unos años, sino el inicio de una fresca y renovada era ilegal que nos deje otras sorpresitas varias como este recomendable La vida es fuego.
En "Hacia las profundidades" Jorge entona esa voz que nos susurra y que arrastra cavernosamente su letra hasta nuestro oído. Es de esas letras abiertas, por cierto, en que uno puede sospechar que el autor habla de la muerte, o de la introspección o ensimismamiento en que uno bucea por su alma o por un fondo negro en donde todo parece tomado por la destrucción o por la tranquilidad, que tanto monta. Con "Vivir sin novia ni reloj" el tono de Jorge se transforma a ritmo country en ese que se ve sin novia ni reloj: después del dolor, producido por el hecho de cortar con una relación, viene la calma, la reflexión y la felicidad; la conclusión viene a ser, más o menos, que uno es más feliz sin novia ni reloj. "El Souvenir" trata el tema de la cocaína a ritmo esta vez de cabaret y orquesta de pueblo; muy "magnífica", como dijimos.
A ritmo de punteos bluseros trazados por la Fender Stratocaster del moztro transcurre "Aquel boogie pesado". Toda la mala hostia del artista se ceba ahora con la estética "Hipster", pasajera y endemoniadamente falaz, a la que dirige sus puñetazos certeros y, quizá, necesarios. Ritmo muy ilegal también en "El teléfono y el mal", con letra raruna a lo Jorge Ilegal. Guitarras pesadas y ritmos oscuros empañan "La mala hierba", canción susurrada con una voz demoníaca: "soy una mala hierba en tu jardín, pero a mí me gusta crecer aquí", dice el poeta con la satanífera intención de joder a aquel que ha poseído. El disco termina con "Las rosas trepadoras", también hablada y susurrada, en que el vate asturiano se ocupa de trasladar secretamente su mefistofélica letra a través de nuestro orificio auditivo de niños impúberes para dejarnos tiesos de miedo. Una de las señas de identidad del Jorgito-Loboferoz que ha alimentado nuestra tierna alma y nuestras pesadillas de niños bien durante años.
En fin, damos la bienvenida con entusiastas aplausos a este nuevo e inesperado disco de Ilegales deseando que no solo sea flor de un día, el regreso sentimental a esa nueva senda dejada hace unos años, sino el inicio de una fresca y renovada era ilegal que nos deje otras sorpresitas varias como este recomendable La vida es fuego.
ÁCS (ZRS)
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