ZEPPELIN ROCK: OZZY OSBOURNE - No Rest for the Wicked (1988): Crítica review

sábado, 9 de marzo de 2019

OZZY OSBOURNE - No Rest for the Wicked (1988): Crítica review


por Rockología (@RockologiaTwit)
del blog Rockologia



Quizás lo sepáis. Ozzy estaba pasando por una de sus peores épocas personales cuando en mayo de 1987 decidió reordenar las cosas. Despidió a Jake Lee y al resto de la banda, editó el homenaje a su llorado Randy Rhoads (Tribute) y dedicó un tiempo a reflexionar. Lo que significa que intentó salir de sus adicciones y volver a comenzar desde cero de nuevo.





Tras muchas vueltas, recluta a un desconocido guitarrista llamado Zakk Wylde y recurre a dos viejos conocidos, el bajista Bob Daisley y el batera Randy Castillo. Randy le acompañaría algunos años más. A Bob le había echado ya un par de años antes y le volvería a echar al terminar la grabación de No rest for the wicked, siendo sustituido por Geezer Butler (Black Sabbath). Geezer hizo las promos, los vídeos y la gira correspondiente. De los teclados se encargó John Sinclair.

Con el productor también tuvo sus menos. El elegido fue Roy Thomas Baker, pero no cuajó con Ozzy. El madman acabó hasta ahí y llamó a Keith Olsen para que rehiciera el trabajo. Volvieron a grabar algunas partes (sobre todo las baterías) y un par de temas nuevos (Miracle man y Devil’s daughter).

El resultado, un pelotazo que mezcla temas heavys con momentos más calmados y algún que otro guiño a la MTV, aunque no tan descarado como en su álbum anterior. Lo cierto es que Ozzy intentó encontrar un sonido que había perdido tras la muerte de Rhandy, y, en cierto modo, lo encontró.




Miracle man abre con un fantástico riff made in Wylde y Ozzy taladrando con su característica voz. La sección rítmica, al punto. La historia de un telepredicador que la tenía tomada con el bueno de Osbourne y recibe su jodida venganza. Temazo (single de presentación) con el primer solo grande de Zakk.

Sigue Devil’s daughter con un ritmo más vacilón, la batería marcando un ritmo muy sencillo y la guitarra más en segundo plano, cediendo protagonismo a Ozzy. Intenta ser comercial pero se queda a medio camino. Sin embargo, el resultado funciona muy bien.

Crazy babies contiene uno de los mejores solos de Zakk en medio de un temazo. Me encanta la batería de Castillo. El riff también tiene su aquel y Ozzy está a muy buen nivel, sobre todo en el puente “nobody’s gonna change them, change them”.

Un estructura clásica y un trabajo comedido pero efectivo de los tres músicos hacen de Breakin’ all the rules una gozada para el fan de Ozzy. Suena a tema de Rhandy. Otro solo memorable. Genial final. Acabó siendo el último single. Una de mis favoritas: Bloodbath in paradise. Asoma tras una breve intro Ozzy cantando sobre otro riff bestial. De los mejores estribillos del álbum. Da su particular versión de la familia Manson y su helter skelter. ¿Por qué echó al bajista? Menudo crack.




El único atisbo de balada lo da Fire in the sky, el tema más largo. Se apoya en un buen trabajo de teclados a cargo de John Sinclair. El tema tiene un crescendo hasta el solo de guitarra, sigue una parte un tanto ambiental donde guitarra, efectos y teclado juguetean para acabar con la banda a tope. La verdad, hubiera sido un single pegón en las listas.

Recobramos la mejor rítmica en Tattooed dancer. Una canción sobre sexo al fin, parecía que Ozzy se había reformado de todo: “I can hear her moaning like a dog that’s on heat”. Pues eso, tema exprés.

Y acabamos con Demon alcohol, una de las letras más sinceras de Ozzy tratando sobre sus problemas con el alcohol y cómo la tentación y la necesidad siempre están ahí: “I’ll watch you lose control, consume your very soul”. ¿Habrá estado realmente sobrio este hombre alguna vez? Creo que no en los ochenta. Pero ¿a quién le importa si fabrica temazos como este?




Uno de mis álbumes favoritos de Ozzy. No desperdicies la oportunidad de disfrutarlo con el volumen a tope y las greñas puestas.

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