ZEPPELIN ROCK: Crítica de "En busca del arca perdida" (Steven Spielberg, 1981): Review

martes, 31 de julio de 2018

Crítica de "En busca del arca perdida" (Steven Spielberg, 1981): Review



por Möbius el Crononauta



"Venció las diez veces y rompió los pronósticos; él tuvo suerte y yo fui un idiota por dejar que lo intentara", dijo Steven Spielberg en retrospectiva acerca de la hazaña de las diez tomas de la piedra rodante.

Dos hombres toman el sol, se bañan y hacen castillos de arena en las playas de Hawai, mientras fantasean con la idea de crear al héroe de aventuras definitivo. Podría tratarse de otro juego de fantasía más para dos "piterpanes" treintañeros, si no fuera porque esos dos hombres son George Lucas y Steven Spielberg, dos de los cineastas más poderosos del momento.



Desde que a los hermanos Lumiére les dio por rodar a un tren con sus primitivas cámaras, o bueno, más concretamente, algunos años después, todas las generaciones que han seguido a aquellos primeros pasos cinematográficos han quedado marcadas por ciertos actores, películas o sagas. Estos días el nuevo estreno de la última aventura del amigo Harry Potter vuelve a tener locos a millones de fans por todo el mundo. No me he acercado a la saga de la escuela de magos ni en libros ni en películas, tal vez lo haga algún día, pero no es una de mis prioridades. De todas formas por lo poco que sé me imagino que es la saga ideal para que niños y adolescentes pierdan la cabeza y se envuelvan de magia, de la cinematográfica, en una oscura sala. Y me parece perfecto; aunque no he visto nada del amigo Potter, seguro que es una saga de aventuras digna y con más estilo que muchos mierdones que son lenguaje de Mordor y que no pienso nombrar aquí. En fin, como decía, todas las generaciones, sobretodo desde la Segunda Guerra Mundial, han tenido unas historias y unas sagas que les han transportado a mundos donde todo era posible. Evidentemente mi generación quedó marcada por dos grandes sagas: Star Wars y las aventuras del intrépido Indiana Jones. Y aquellos niños encerrados en cuerpos de directores de cine que descansaban en Hawai también tuvieron las suyas: los seriales de aventuras del cine y las fabulosas sagas espaciales de la televisión.




Dicen que ya cuando estaba rodando American Graffiti George Lucas tenía en mente fabricarse su propio héroe de aventuras, moldeado al calor de los viajes seriales y películas de aventuras que había consumido cuando era crío. La idea comenzó a hacerse realidad un par de años después, cuando hablando con su colega Philip Kaufman, director y guionista, los dos amigos empezaron a trazar lo que podría ser una mezcla de aventurero cazatesoros con la personalidad de James Bond. Inspirado por el libro Spear of Destiny, que se centraba en la figura del arqueólogo nazi Walter Johannes Stein y su búsqueda de la Lanza de Longinos, Kaufman dio con la idea básica de la trama: el aventurero playboy Indiana Smith (como lo llamaron por entonces, usando el nombre del perro de Lucas) se vería inmerso en la fascinante búsqueda del Arca de la Alianza, que contenía las tablas con las leyes de Moisés.




Indiana Smith no pasaría de ser unas cuantas ideas escritas en un papel. Kaufman estaba ocupado trabajando con Clint Eastwood, y Lucas ya estaba inmerso en la preparación de lo que sería La guerra de las galaxias. El personaje del aventurero cazatesoros habría de quedar guardado en un cajón durante algún tiempo.

En 1977 Steven Spielberg y George Lucas se tomaban unas merecidas vacaciones tras los rodajes de La guerra de las galaxias y Encuentros en la Tercera Fase. Spielberg llevaba dos increíbles taquillazos a sus espaldas, y Lucas había roto récords con su epopeya galáctica. Ahí había dos amigos en la cima de Hollywood, congeniaban bien, tenían gustos comunes e ideas similares a la hora de entender el cine. Podían hacer lo que quisieran, y de sus conversaciones era fácil que surgiera algo grande.




Mientras Lucas sorbía de una pajita zumo de frutas servido en un coco (esto es una licencia artística, amigos) y repasaba los datos y las noticias que le llegaban desde Hollywood donde las colas para ver su película se multiplicaban hasta el infinito, le comentó a Spielberg que algún día tenía la idea de llevar a cabo un film de aventuras al estilo clásico. El distraído Spielberg dejó sobre la mesa el cubo de Rubik que acababa de convertir en oro (otra licencia artística, lectores) y prestó atención. Lucas le contó el punto de partida: un aventurero experto en lo oculto con reminiscencias de James Bond que buscaba reliquias antiguas. No era un arqueólogo: era un playboy que robaba preciados tesoros que donaba a museos, tras haber apartado una parte de ellos para costearse su tren de vida de mujeres y champán. Un brillo apenas perceptible cruzó la mirada de Steven (de nuevo, licencia artística, colegas) antes de afirmar rotundamente: "Me encantaría hacerla". Sorprendetemente poco sorprendido, Lucas le respondió: "Muy bien, es tuya". Tras la traumática experiencia de La guerra de las galaxias el amigo George había decidido que no quería dirigir más, así que los dos amigos acordaron que uno produciría y otro dirigiría, aunque bueno, tanto monta que monta tanto. De momento, tras sus vacaciones, ambos tenían que finiquitar sus compromisos: Spielberg tenía ya en el horno la extraña 1941, y Lucas debía ir pensando en una secuela para la rebautizada, entre sorbo y sorbo de la pajita, Episodio IV: Una nueva esperanza. Lucas y Spielberg (aquí viene otra licencia artística, gente) rompieron un posavasos y cada uno se quedó con un trozo. Acordaron que cuando acabaran sus compromisos se reunirían de nuevo y juntarían el posavasos.




Es una máxima del cine épico y de aventuras: empieza con un terremoto y a partir de ahí ves subiendo. Fuera Cecil B. DeMille quien lo dijera o no, seguro que Spielberg y Lucas la tuvieron bien presente a la hora de construir su película de aventuras. Película que comenzaba, como parece que alguna vez ya había hecho el propio DeMille, con el logo de la Paramount desvaneciéndose para dar paso a un pico de aspecto semejante, que domina el horizonte de una selva por donde transitan el héroe aventurero, unos guías y ayudantes que parecen ex-convictos. Cubierto por su sombrero, andando entre vegetación y sombras, visto de espaldas, el aventurero avanza sin que veamos su rostro. Los porteadores topan con una advertencia en piedra y huyen. Nuestro protagonista continúa imposible. En un árbol, examina una pequeña flecha envenenada. Dos de los ayudantes recogen la flecha. El veneno aún está fresco. ¿La tribu local sabe de su presencia? Uno de los ayudantes está preocupado. El otro le aclara la situación: "si supieran que estamos aquí, ya estaríamos muertos". La comitiva llega a un río. El aventurero examina los trozos de un mapa. Uno de sus ayudantes, sabedor de estar ya cerca del objetivo, desenfunda una pistola, a espaldas del protagonista. Amartilla el percutor, el aventurero lo oye, y entonces... resuena el chasquido de un látigo.




Meses después de haberse separado en Hawai, Lucas llamó a Spielberg. ¿Seguía a dispuesto a dirigir la aventura sobre Indiana Smith? Desde luego, contestaba el Rey Midas. Bien, pues era hora de comenzar los preparativos. De momento, unos abogados se reunieron en alguna sala y se concedió a Lucas y Kaufman la autoría de la historia que iba a servir de inspiración para la película. Para elaborar el guión a partir del tratamiento que debían ultimar los dos directores, Steven propuso a un joven talento que le había deleitado con uno de sus guiones (Continental Divide, un proyecto que acabaría protagonizando John Belushi), que había ido a parar a manos del director. Lucas leyó el guión de aquel joven talento, y quedó tan admirado como Spielberg. Fue así como Lawrence Kasdan recibió la tarea de elaborar el guión para Indiana Smith. De paso, Lucas le llevó consigo inmediatamente para que le ayudara con el guión de El imperio contraataca.




A finales de 1977 Kasdan, Spielberg y Lucas se reunían en Los Ángeles para pasar una semana juntos pergeñando ideas y haciendo brainstorming, recordando escenas de viejos seriales y películas, e ideando locas escenas como tres niños a la salida de un cine. Lucas grababa cualquier idea interesante en un magnetofón. Para empezar, Indiana Smith ya no sería Smith (un apellido que le repelía a Spielberg) sino que sería Indiana Jones, y en una de las decisiones más acertadas de la futura saga, la historia se ambientaría en 1936. Y es que, ¿para qué elaborar y crear una atmósfera para un villano creíble y temible, cuando tenían a los villanos perfectos en su memoria? ¡Los nazis serían unos malutos perfectos! No había mejores rivales que unos fanáticos nazis haciendo lo que fuera para conseguir mágicos objetos arqueológicos para su Führer. De paso podrían usar trucos muy sucios y toda la maquinaria bélica alemana, fuera real o ficticia: ¡submarinos! ¡camiones! ¡alas volantes! No había límites. Además, la acción transcurriría en exóticos paisajes por todo el orbe terrestre. Spielberg llevaba tiempo deseando ver mundo y quería un film con ambientes extraños.




El carácter de Indiana Jones surgió de la fusión de los dos conceptos que Lucas y Spielberg tenían del personaje. Para Lucas, Indy debía ser un aventurero de la selva, un playboy desastrado con barba de varios días, una mezcla de James Bond y del Bogart de El tesoro de Sierra Madre. Spielberg concebía a Jones como un alcóholico quejumbroso, un tipo brusco pero romántico en el fondo, más parecido al Bogart de Casablanca. Su aspecto tendría mucho que ver con los aventureros que había interpretado Charlton Heston en el pasado, un tipo duro enfundado en una chaqueta de cuero y que llevaba sombrero de fieltro; también sería un maestro del látigo, como El Zorro de los viejos seriales. Otra novedad sería que Jones ya no sería un robatumbas, sino un profesor de arqueología que en sus ratos libres recorre medio mundo para conseguir piezas para un museo. Cuando se acabaron de recopilar todos los datos, Kasdan se llevó todo el material para organizar las ideas y escribir un guión. Le llevaría seis meses.




Una pistola arrebatada de unas manos, un ayudante traidor que sale huyendo. Una mirada que surge de entre las sombras. Nuestro héroe muestra, por fin, su rostro. Es Indiana Jones. En una galaxia muy, muy lejana, tal vez haya otro como él llamado Han Solo. Pero esto es 1936 y no hay naves espaciales. Es hora de penetrar en el templo de la temible tribu india. Hay que preparar una antorcha, recoger algo de tierra en un saquito, y armarse de valor. Indy está siguiendo los pasos de un arqueólogo rival, el doctor Forrestal. Caminando por el angosto túnel que lleva al interior del templo, Jones no tardará en toparse con su rival. O más bien con su cadáver. El duro héroe no parece impresionado, como tampoco le han impresionado antes las tarántulas en su espalda. Otro chasquido de látigo, y el arqueólogo rebasa una gran obertura en el suelo. Es seguido por el último de sus ayudantes. Por fin, entran en la cámara del tesoro. Allí está lo que andan buscando: ¡el ídolo dorado de los indios! Pero todo está demasiado tranquilo. El experimentado aventurero se huele una trampa. Efectivamente, una flecha sale disparada al pisar un engranaje en el suelo. Habrá de ir con cuidado.




El proyecto de En busca del arca perdida pronto fue la comidilla de la industria. ¡Dos de los cineastas más importantes uniendo sus fuerzas en una película! Sin duda aquello prometía mucho. Pero era también un arma de doble filo. Evidentemente cualquier estudio orgasmaba sólo con pensar en las posibles recaudaciones que pudiera atraer la película de dos tipos que habían colocado a sus películas entre las más taquilleras de la historia en un tiempo récord. Pero por otro lado, los sueldos, retribuciones, diezmos y prebendas que habría que pagar a Lucas y Spielberg prometían ser más que astronómicos, siderales. Y como si aquello fuera el mundo al revés, Astérix en los Juegos delante de unos romanos repletos de poción, los estudios comenzaron a echarse atrás. Para entonces todos los directivos de Hollywood sabían ya que con sus éxitos respaldándoles, Lucas y Spielberg ponían sobre la mesa condiciones que habrían despeinado al propio Vito Corleone.




Todo un veterano de Hollywood como Lew Wasserman, dueño por entonces de la Universal-MCA, que las había visto de todos los colores, se sintió ofendido cuando le llegaron las condiciones de la pareja de moda. Y no había para menos. Lucas y Spielberg ofrecían su codiciado proyecto, rodado y terminado, a cualquier estudio que estuviera no sólo dispuesto a abonarles 20 millones de dólares y costear todos los gastos de distribución, sino que además debía abonar cuatro millones a Lucas en calidad de productor y guionista, y millón y medio a Spielberg por dirigir el film. Más cuantiosos porcentajes de los beneficios. Es decir, que Lucas y Spielberg se aseguraban jugosos ingresos sin arriesgar nada. Recaudadas varias decenas de millones de dólares el estudio tal vez empezaría a obtener beneficios. Nadie en Hollywood parecía estar dispuesto a dejar tanto dinero en manos de unos cineastas. Pero en el ínterin seguro que muchos ejecutivos se debieron revolver en sus camas, temiendo que alguien decidiera cerrar el trato y llevarse lo que prometía ser un megaéxito de proporciones ciclópeas.

Y, en efecto, hubo un alguien, y quizás desde entonces Hollywood no volvió a ser igual, al menos en lo que a contratos se refiere. Michael Eisner, presidente de la Paramount, aceptó el reto. Puso a su productor Frank Marshall a cargo del proyecto, y esperó que a que cayeran los millones. Pero si Lucas y Spielberg se habían asegurado un contrato que habría provocado suicidios masivos en los bufetes de abogados de los estudios, Eisner y Marshall iban, a cambio, a apretar bien apretada la correa alrededor de los dos fenómenos.




En muchas entrevistas Spielberg suele comentar que tras los problemáticos rodajes que había tenido anteriormente, pasándose de tiempo y presupuesto con Tiburón, Encuentros en la tercera fase y 1941, a la hora de rodar En busca del Arca Perdida quería demostrarse a sí mismo que podía acabar una película dentro del tiempo estipulado y sin gastar un centavo más de lo debido. Aunque no deje de ser cierto, lo que suele omitir es que Eisner habría preparado una cláusula en el contrato con increíbles sanciones económicas para Lucas y Spielberg si rebasaban el presupuesto (20 millones de dólares) o el tiempo estipulado para el rodaje (87 días). Es decir que si Spielberg se metía en otro jardín como al rodar Tiburón, su bolsillo, y el de Lucas, lo pagarían con creces.

¡Ahí está! El ídolo dorado, al alcance de sus manos. Indy se agacha, sus manos están inquietas, sus ojos, fijos en la fulgurante figura. Se pasa una mano por la barbilla, sopesando sus opciones, calculando. Echa mano a su bolsa repleta de tierra, la pesa. Demasiado, un puñado menos será suficiente. Ha llegado el momento de hacer el cambio, con cuidado, mucho cuidado. Música en crescendo, y, ¡lo tiene! Una nota de violín en suspenso, y una sonrisa en el rostro de nuestro héroe. Sí, era el peso justo, ningún resorte ha saltado. ¿Seguro? No, la peana sobre la que reposaba el ídolo de oro se hunde. Un ruido estremecedor lo invade todo. El templo comienza a venirse abajo. Se acabaron las sutilezas. ¡Hay que salir corriendo! Mientras Indy trata de dejar atrás tantas flechas como puede, su ayudante ya ha rebasado el pozo del corredor con el látigo de nuestro héroe. Cuando Indy llega al lugar, le pide a su ayudante que le pase el látigo. ¡No hay tiempo que perder! Pero su sosias inmoral esboza una sonrisa: el ídolo a cambio del látigo. Una puerta delante de ellos comienza a bajar. No hay tiempo para discutir. Indy lanza el ídolo. Su ayudante lo recoge, y deja caer el látigo. "¡Adiós señor!". El arqueólogo salta la distancia. Por supuesto, lo consigue. Pero será por poco. Llega justo a tiempo para cruzar la puerta y recoger su látigo, antes de que ésta caiga a plomo sobre la roca. Y allí, junto al cadáver de Forrestal, ve... el de su ayudante, quien cegado por el oro no parece haber recordado que siempre hay una trampa al acecho. Justo castigo para un traidor. Indy coge el ídolo, se despide de su "amigo", y se pone en marcha. ¿Ha pasado el peligro? Eso parece, pero, entonces, escucha un ruido tras él. Indy mira hacia arriba, y, con horror, contempla una muerte segura.

Mientras se preparaba el rodaje y se buscaban localizaciones en África, Francia y Hawai, Lucas y Spielberg buscaban a su Indiana Jones. En un principio la pareja de cineastas habían querido a un completo desconocido, pero cuando la tarea de encontrar a un Indy de las calles se mostró imposible, comenzaron a buscar entre los profesionales y las estrellas. Lo único que tenía claro George Lucas es que no quería a Harrison Ford para el papel. Lo último que quería era que el público exclamara algo como "¡Mira, es Han Solo con látigo!".




Las primeras sesiones de casting se llevaban a cabo en las oficinas de LucasFilm, donde había una cocina. Los actores que iban por la mañana a las audiciones y esperaban entre bambalinas, se dedicaban a preparar comida en una pequeña cocina que había en las oficinas. Los que llegaban en el segundo turno de las dos, se la comían. Pronto se corrió el rumor y ningún actor quería ir por la mañana. El papel de Indy se convirtió en la "pequeña Escarlata" de Spielberg y Lucas. Por muchos actores que pasaran por allí, ninguno parecía encajar. Hasta que encontraron a su hombre. Un tipo macho y atlético llamado Tom Selleck, un aspirante a actor que había sido la imagen de una marca de cigarrillos.

En Tom Selleck tanto Spielberg como Lucas vieron a su Indiana Jones, así que le ofrecieron el papel. Selleck aceptó sin pensárselo dos veces. Mientras tanto, en algún cajón de la Universal, la opción prioritaria de la CBS para contratar al actor estaba a punto de expirar. Meses atrás Selleck había rodado un episodio piloto para una serie que había de titularse Magnum P.I., pero el personaje no había impresionado a los ejecutivos de la CBS y el proyecto había sido pospuesto sine die. Pero la noticia de que Selleck sería Indiana Jones no tardó en llegar a oídos de los "sabios" de la Universal y la CBS. Vaya, si Lucas y Spielberg querían a aquel actor para su tan esperado proyecto, quizás es que se les había pasado por alto. Me imagino a algun viejo ejecutivo con pinta de Charles Durning gritándole a su secretaria que fuera corriendo a buscar el contrato de Selleck para ver si la opción de la Universal y la CBS seguía vigente. Y sí, lo estaba. Así fue como nació Magnum P.I., una serie que sería un éxito, y así fue como los impotentes Lucas y Spielberg vieron como perdían a su Indiana Jones.

Al mismo tiempo, en otro lugar de Tinseltown, un tipo al que muchos conocían como Han Solo se reconcomía mordiendo una almohada, dolido en su ego, incapaz de encajar que su amigo George Lucas estuviera probando a todos los actores de América sin tan siquiera haberle llamado para una mísera prueba de fotografía. Mientras un dardo aterrizaba sobre una foto de Lucas colocada sobre una diana, en otra parte de la ciudad Steven Spielberg visionaba un pase privado del nuevo film de su amigo George, El imperio contraataca. Fue entonces cuando una varita mágica tocó la cabeza del director y comprendió lo que en realidad ya sabía: habían tenido a su Indiana Jones delante de sus narices todo el tiempo.




Tras el golpe de Tom Selleck, el amigo Lucas no podía poner más pegas, y desde luego a Harrison Ford el papel de Indiana Jones le iba que ni pintado. Pero cuando por fin llamaron a su puerta... Ford les estaba esperando como una mujer que espera con un rodillo en la mano a su parrandero marido. Si Lucas y Spielberg eran duros negociando, Ford no les iba a la zaga. Como castigo por no haberle llamado antes, el actor le sacó a los cineastas una buena tajada para su bolsillo. Como coprotagonista femenina, la elegida había sido la novia (y futura esposa) de Spielberg por entonces, Amy Irving. Pero la parejita tuvo una riña y rompieron, por lo que obviamente Amy cayó del proyecto. Fue así como el papel de Marion fue a parar a las manos de Karen Allen, la perfecta girl-next-door. Marion era guapa, intrépida, inteligente, y capaz de tumbar a un ruso bebiendo vodka. En definitiva, ¡la compañera de juegos perfecta! Cualquier grupo de chavales habría aceptado a una Marion como Karen Allen en sus aventuras, aunque fuera una chica. El tercero de los buenos, Sallah, debería haber sido interpretado por Danny DeVito, pero el pequeño gran actor finalmente no pudo involucrarse y fue sustituido por el británico John Rhys-Davies. Habría sido interesante ver a DeVito en ese papel, supongo que habría sido parecido a lo que haría más tarde en Tras el Corazón Verde, pero de todas maneras no cabe duda de que Rhys-Davies fue un estupendo Sallah.

Indiana Jones huye con el ídolo por el túnel mientras una gigantesca bola de piedra rueda tras él, siempre a punto de aplastarle. Pero nuestro héroe logrará evitar a la gran piedra rodante, mientras le expulsa de la entrada a la cueva, rodando ladera abajo. Sin tiempo para recuperarse del golpe y quitarse las telarañas, Jones contempla a su comité de bienvenida: una tribu india muy ofendida, armada con lanzas, arcos y flechas envenenadas. Y entonces, una voz familiar: la del doctor René Belloq, un rival francés con métodos muy poco ortodoxos para conseguir lo que quiere. La moralidad no es lo suyo. Belloq tiene a su lado a la tribu india, Indy sólo tiene su látigo y su pistola. Belloq gana la partida, y toma el ídolo dorado. "Es una pena que no te conozcan como yo te conozco". Belloq está de acuerdo. "Podrías avisarles... ¡si supieras hablar Hovitos!". Belloq alza el ídolo en señal de triunfo ante la tribu. Los respetuosos indios se inclinan ante su dios. Es la oportunidad para escapar. Indiana Jones comienza a correr evitando apenas una lluvia de flechas. Llegando al río, le espera un hidroavión y su piloto, que pesca. "¡Arranca el motor!", vocifera Indy. El piloto duda. ¡Tiene un pez a punto de picar!. "!Arranca!". Adiós, pez, otra vez será. El hidroavión arranca, Indy se lanza al río y logra asirse a una de las paletas. Indy sale volando, vivo, pero sin el ídolo. Esta batalla la ha perdido. Pero aunque no lo sabe, aún ha de librar su mayor batalla, una epopeya sin igual.

El rodaje comenzó el 23 de junio de 1980, en aguas francesas, con Harrison Ford nadando hacia un submarino. Cinco días después la producción se trasladaba a unos estudios en Londres. La espada de Damocles pendía sobre la cabeza de Spielberg, y no estaba dispuesto a perder tiempo y provocar que el hilo se rompiera. Para Ford el rodaje iba a ser duro, muy duro. Aunque gran parte de la culpa fue suya, al querer divertirse rodando escenas que podría haber hecho un doble. Pero como diría el director, el juego iba a ser el siguiente: "Todo lo que significaba la muerte debido a un error fatal de cálculo, lo hacían los especialistas. Todo lo que simplemente implicaba graves lesiones o incapacidad total, Harrison lo hacía". Aunque suene a típica frase de promoción, como en toda exageración siempre hay parte de verdad. Aunque fue el propio Harrison Ford quien mejor resumió el asunto de hacer él mismo tantas escenas de acción: "Joder, si no las hubiese hecho, no se me habría visto en la película". Caso cerrado.




Si bien no está claro si Harrison estuvo cerca de la incapacidad total o no, lo cierto es que un especialista sí vio de cerca a la Parca en la escena en que Indy hace zozobrar a una gran estatua, que cae con él subido encima. El especialista perdió pie mientras la gran mole caía, accionada por unos resortes hidráulicos. Si no hubiera está rápido (pero por suerte los especialistas lo son), habría corrido el riesgo de precipitarse al suelo y que la estatua le cayera encima. Pero todo fue bien gracias a la pericia del doble. Como suele ocurrir en estos casos, ésa fue la escena que se eligió para el montaje final.

Durante el rodaje Harrison Ford saltó, corrió, cabalgó, fue golpeado, magullado, y realizó personalmente la boutade de las diez tomas de la bola gigante, que no era de piedra, pero pesaba sus buenos 200 kilos y pico, y si por algún casual Ford se tropezaba, seguró que se habría hecho pupa. Pero el actor lo logró las diez veces, y, como hemos visto, más adelante Spielberg se dio cuenta de que aquello no podía ser. Y luego, llegaron las serpientes.

El suelo de aquel viejo templo egipcio debía estar totalmente cubierto de serpientes. Como en el sueño de un Bart Simpson preocupado por el destino de su perro, Spielberg no cesaba de gritar: "¡más serpientes!". Las había de todas las clases, la mayor parte inofensivas. Cuando no hubo suficientes, Spielberg rellenó con serpientes falsas, y legendarios cinturones del vox populi. Como habría unas pocas áspides venenosas, había una ambulancia y un equipo médico preparado, y antídotos contra el veneno reptiliano. Hasta que alguien se fijó en que esos antídotos ¡estaban caducados! Con lo que hubieron de traer más desde la India. De todas formas el único que fue mordido sería el cuidador y experto en serpientes. Cuando Ford se enfrenta a una cobra, totalmente auténtica, se puso entre estrella y bicho un cristal. Y cuando cierto día la hija de Stanley Kubrick (que rodaba en unos estudios de al lado) pasó por allí, fue a llamar a la Protectora de Animales, para que supervisaran lo que pasaba allí con tanta serpiente. Tras el retraso que comportaron las inspecciones, el rodaje siguió. Aunque las serpientes eran el punto débil de Indiana Jones, Ford no pareció sufrir especialmente rodeado de tanta serpiente. Para Karen Allen la cosa fue distinta, y Spielberg se lo pasó en grande lanzándole a la cabeza una serpiente, para conseguir más realismo. Sí, querida Karen, ¿por qué habían de ser serpientes?




De Londres el equipo partió hacia Túnez, para rodar las escenas en el desierto. Escenas que incluirían uno de los trabajos de especialistas más espectaculares de su época, en la famosa escena en que Indy es arrastrado bajo un camión para emerger por detrás, homenajeando a La diligencia. La escena fue rodado a menos fotogramas por segundo, para dar más sensación de velocidad. Ford también fue arrastrado un poco, aunque, con su humor habitual, afirmó no haber sentido miedo porque, de haber sido la escena realmente peligrosa, "habrían rodado más película antes". Otra de las famosas anécdotas en Túnez tuvo lugar cuando llegó el momento de rodar la secuencia en que Indiana Jones tenía que enfrentarse a un malvado egipcio y su gigantesco alfanje. La secuencia incluía una completa coreografía de lucha a espada y látigo, pero Harrison Ford, con tanta secuencia de acción a sus espaldas, unos ligamentos chafados por el ala volante (metido en su papel de tipo duro, Ford se aplicó hielo, se vendó, y siguió rodando), con un equipo cansado, y con la disentería haciendo estragos, puso la misma cara de agobio que su personaje en el film, y le dijo a Spielberg: "¿Por qué no me limito a disparar a ese cabrón?". El director vio que en verdad eso era mucho mejor, y fue así, dicen, como surgió una de las escenas más celebradas de toda la película.

Sin dejar tiempo a nadie para pestañear, Spielberg finalizaría el rodaje en Hawai, donde rodarían los exteriores de las secuencias iniciales. Allí el mundo casi pierde a Harrison Ford para siempre, cuando, aferrado a una de las patas del avión, éste escoró y se perdió en la maleza. Por supuesto la suerte de Indy estaba con él, y tanto el piloto como Ford emergieron de nuevo de entre los árboles, quitándose el polvo como haría el intrépido arqueólogo. 66 días después del comienzo, el rodaje llegó a su film. Spielberg había impuesto un ritmo de rodaje brutal, y había confiado escenas a las segundas unidades, alguna de las cuales dirigió el mismo George Lucas. Había vencido al tiempo, y tras el montaje y la posproducción, habrían de vencer sobre todo el orbe.




En busca del arca perdida fue una de las películas más excitantes de su tiempo, y ocupará por siempre un lugar destacado dentro del género de aventuras en su vertiente más clásica. Tanto Spielberg como Lucas lograron revitalizar un género comatoso que estaba en las últimas, y que sólo tenía al western por debajo. Los dos cineastas lograron aunar el espíritu de los viejos y baratos seriales de los 40 y los 50 con la espectacularidad salvaje y centelleante del cine de acción de la época, al que ambos habían contribuído tan notablemente. El impulso que le dieron a las aventuras fue tal que todavía hoy siguen apareciendo títulos deudores de aquella primera aventura de Indy.

Los momentos excitantes del film son incontables, empezando por esos primeros veinte minutos que son toda una lección de cinematografía y de acción aventurera. "Empieza con un terremoto", decía DeMille. Lucas y Spielberg lo consiguieron: desde la fabulosa escena de la piedra, la cosa no hacía sino ir a más.

Desde que salí de aquel cine flipando en colores, durante años hubo dos escenas que nunca se me fueron de la cabeza: la piedra persiguiendo a Indy, y el aventurero agarrado a la parte delantera del camión, con el famoso símbolo del Mercedes delante. No fue hasta mucho después, cuando llegó el VHS y la tele privada, que volví a ver la peli. Pero esas dos escenas siempre fueron conmigo. Y bueno, la increíble escena final, con el Arca, tampoco le iba a la zaga.

¿Cómo ha conseguido Beloq una cara del medallón? Eso se preguntaba Indy. No había copias, ni notas escritas. Pero ahí estaba la mano de Ronald Lacey, estupendo en su papel de hiena nazi, el retorcido Toht (impagable la parida con su percha portátil), y a quien dicen que Spielberg eligió porque le recordaba a Peter Lorre. Y Paul Freeman resultaba tremendamente odioso como el lametraserillos Beloq. Como toda gran película de aventuras que se precie, En busca del Arca Perdida debía tener a uno, dos o varios malvados carismáticos. Y los tenía, desde luego, y sus ayudantes eran nazis. No se podía pedir más.
En busca del Arca Perdida es el epítome del film de aventuras perfecto, rodado por dos tipos en plena forma, quienes homenajeando a su niñez llenaron de recuerdos increíbles la niñez de muchos otros. El Pozo de las Almas, el Arca, la ira de Dios (todo un reto artesanal), esa mítica escena final, en el no menos mítico almacén... sí, En busca del Arca Perdida lo tenía todo. Y como cualquier gran clásico del género, es intemporal, y seguro que seguirá haciendo disfrutar a muchas generaciones. Y muchos de los que nos convertimos en "Indianófilos" en su día, lo seguimos siendo, y lo seremos hasta el fin de los tiempos.

Al fin y al cabo... it's not the years, honey, it's the mileage.

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