ZEPPELIN ROCK: CREEDENCE CLEARWATER REVIVAL - Bayou Country (1976): CRÍTICA Review

jueves, 4 de julio de 2024

CREEDENCE CLEARWATER REVIVAL - Bayou Country (1976): CRÍTICA Review

 

por Dani Matute (@dmatuteb)



Como os lo digo. Pinchar el primer corte de este LP y sentirme transportado a otra dimensión es todo uno. Descubrí este trabajo entre los cientos de vinilos con los que un cliente del bar pagó a mi hermano parte de su deuda, adquirida por su necesidad de meter copazos de veterano entre pecho y espalda para que sus musas literarias se quedaran con él (por cierto, eran unas musas muy hijas de puta, porque no les molaba si el trasiego del marrón licor se realizaba en su casa, en la intimidad, con el ahorro que eso supondría. No. Tenía que hacerlo en un bar).



En esos plásticos, entre mucha música clásica o folclórica española y sudamericana, había un generoso número de obras del folclore norteamericano: blues, jazz, R&B y algo de rock sureño, como este de la Creedence. En aquella época pre-internet, pre-mp3, pre-todo, para un chaval de mi edad era complicado estar al tanto de grupos “antiguos” por lo tanto, la única manera de saber a qué sonaban aquellos discos era pinchándolos, poco a poco. Fijaos mi ignorancia que recuerdo perfectamente que pensé que el grupo se llamaba Bayou Country y el título del disco era Creedence Clearwater Revival. Pero nada más bajar la aguja sobre este Bayou Country, decidí que ese disco se iba a traspapelar del montón en el que estaba a mi colección. Por desgracia fue una operación que realicé en muy pocas ocasiones ahora que lo pienso con retrospectiva: mi hermano no hubiese podido controlar cuántos y cuáles discos le podían faltar en aquellos grandes montones. Y tras pasar a mi montoncito, aquel disco y aquel grupo se convirtió en uno de mis fetiches. He escuchado sus canciones una y otra vez. Su versión de “Suzie Q” es capaz de sacarme del pozo más profundo. He tenido la oportunidad de ver en vivo a John Fogerty, cumpliendo uno de mis grandes deseos. Y todo eso gracias a la curiosidad (ojalá la mantuviese hoy en día) de saber “a qué sonará esto”.


 

Lo bueno de escribir sobre algo tan grande es que no creo que sea necesario explayarme en la reseña de un álbum clásico como este, el segundo de la Creedence y marcó su camino definitivo. En una obra maestra de la música popular de todos los tiempos. Pantanosa, sureña, blusera, rockera, rockabilly, country. Su escucha es de lo más cercano a un orgasmo que puedes experimentar sin ser un orgasmo de verdad. Todas las canciones son esenciales, todas únicas, todas adictivas. “Born on the bayou” hace honor al título y no te puedes imaginar en otro sitio que no sea rodeado de mosquitos en los pantanos de Luisiana, con esas guitarras de los Fogerty, John y Tom, Tom y John y el cencerro de Doug Clifford. “Bootleg” es una pequeña maravilla donde la batería de Clifford y la guitarra de John Fogerty parece que dialogan. “Graveyard Train” empieza con un riff de bajo de Stu Cook de esos que pasan a la historia y sostiene toda la canción mientras se enraízan a él los riffs de los Fogerty. Y todo ello con los rugidos de John y la armónica final. Ocho minutos en el paraíso. “Good Golly Miss Molly” es una acelerada versión del tema clásico de Little Richards. En mi opinión no mejora a la original, pero le da fuerza. “Penthouse pauper” es, no sólo mi favorita del disco, sino casi de toda su discografía. Ya, no es de sus temas más conocidos pero los gustos son así. Es un blues-rock con mayúsculas, con una letra de im-presionante. Una base rítmica que ella sola vale todo el tema, con un groove de muchos quilates. Pero es que John suelta unos versos acojonantes y se va contestando a sí mismo con los punteos de su guitarra. Mención aparte el solo bluesman total. Pero, qué se puede esperar si ha soltado perlas como “And if I were a guitar player, Lord, I'd have to play the blues” o “You can find the tallest buildin', Lord, I'd have me the house on top”. Realmente, una canción que me llevaría a una isla desierta. Y todo eso lo digo cuando, a continuación, viene una de sus más famosas canciones, por no decir la que más: “Proud Mary”, temazo que combina el rockabilly con el country y el R&B, y donde Tom está sobresaliente con su guitarra rítmica. Atemporal y mágica y también candidata para llevarla a la isla. Y, para terminar, “Keep on Chooglin´” que apesta a rock sureño por todos los lados y que es perfecta para la improvisación en directo y que demuestra, una vez más, que lo sencillo es lo más complejo. 



En fin, poco más de media hora de disfrute salvaje. Si lo conocéis, sabéis de lo que hablo. Si no, estáis tardando en poneros un bourbon y paladear, tanto el sabor a madera como este discazo. Eso sí, aviso de que, después de esto, yo no sé cómo volver a la rutina diaria. Espero que vosotros sí. 

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