por Alberto Iniesta (@Radiorock70)
del blog Discos
Año 2069. Buenos tiempos para la lírica, pero malos para la calidez del alma, que a cada año que pasa se afianza un poco más en un período de glaciación, donde la caza indiscriminada de sentimientos parece transitar con paso firme en su destino a una irremediable extinción. De fondo suena una edición 100 aniversario del Abbey Road de los Beatles con extras que incluyen, entre otras cosas más, un solo de batería del nieto de Ringo Starr en Maxwell Silver Hammer que promete, según la publicidad, cortar la respiración de los idólatras de Keith Moon. Además, solo por 399,95 euros viene de regalo el holograma tamaño natural de John Lennon que, por si fuera poco, habla y dice "Beatles are bigger than Jesus". Una ganga, vaya, si la locura de tu bolsillo camina de la mano de la de tu cabeza. Todavía digiriendo eso, una notificación de eBay se manifiesta en el caos virtual de tu teléfono móvil: una captura de pantalla en Spotify del Satisfaction de los Stones firmada por el bisnieto de Mick Jagger ha alcanzado los 3.400 euros en una puja. Una sensación de agobio que avanza con la fuerza de la más mortífera de las ondas expansivas habidas y por haber te invade sin piedad. La imagen de cierto cuadro de Munch llama al timbre de tu atención. Te sientes como Ray Davies en Too Much On My Mind.
Tus ojos optan por gritar más que por abrirse. El gélido sudor recorre el mapa de tu espalda, dibujando una curiosa silueta a su paso. La luz del amanecer se cuela sin permiso por la ventana, y tu recién resucitado cerebro asiste a un desfile musical de acordes menores. La derrota del sueño perdido comienza a asumirse por parte de la totalidad de tu ser, pero la victoria de la certeza que supone el hecho de que solo había sido una pesadilla desequilibra la balanza a favor del rock and roll. La más cálida de las miradas hacia el tocadiscos basta para esbozar una sonrisa: a su lado reposa el último LP escuchado, The River, y vuelve tu vista caprichosa a dirigirse hacia el tocadiscos. Tan bonito como una canción de los Kinks, piensas. La sonrisa no te abandona en un solo instante.
Conoces el ritual como el riff de Johnny B. Goode, pero continúas saboreándolo como un manjar de dioses. En la estantería todos los discos se visten con sus mejores canciones, ambicionando sin trampa ni cartón el objetivo de la conquista del más recóndito rincón de tu corazón. El maravilloso problema: que tu corazón ya ha decidido. Lo extraes con mimo de la carpeta, y entonces aparece en escena ese olor indefinible, único. No es labor fácil definir con palabras la felicidad de las 33 revoluciones por minuto. Entre caras a y b se nos iba la vida, pero qué bien sonaba…
En memoria de los miles de discos escuchados... Y los que quedan por escuchar. Que nunca nos falte la música
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