por Möbius el Crononauta
del blog La cinta de Moebius
La reina de África narra la historia de dos viejos bajando y subiendo un río africano... ¿Quién va a estar interesado en eso? Irás a la bancarrota. Alexander Korda, ejerciendo (¡ay!) de visionario.
No sé si habréis visto Cazador blanco, corazón negro (ya os hablé de ella aquí), pero todo, o casi todo, lo que acontece en ella parece ser cierto, incluída la obsesión de un director de cine por cazar un elefante. Ésa es, al menos, la verdad de Peter Viertel, guionista llamado a terminar un guión que estaba destinado a convertirse en uno de los grandes clásicos del cine.
Para el director John Huston La reina de África no era solo una gran historia, sino una oportunidad de viajar al continente negro e irse de caza mayor. Huston era un tipo peculiar, de gustos exquisitos que no excluían los placeres sencillos. Tan pronto hablaba de pintura o literatura como se pimplaba una botella de whisky o desenfundaba los puños para dirimir alguna discusión. En resumen, un hombre de contrastes.
Pero, por supuesto, La reina de África no era solo un pasaporte para ir de safari. Al menos, no para el productor Sam Spiegel, uno de esos tipos capaces de venderle a uno camisas hawainas en medio del Ártico. Spiegel era el socio de Huston en la productora Horizon que habían fundado hacía poco, y La reina de África era una buena historia para convertirse en el segundo film de la Horizon. El problema era que los derechos de la novela habían sido adquiridos hacía tiempo por la Columbia como un vehículo para Charles Laughton y su esposa. Sin embargo el plan nunca pasó del cajón, y acabó en los archivos de la Warner como un posible proyecto para su mayor estrella femenina, Bette Davis. Pero, de nuevo, la idea acabó en un cajón. Unos míseros 50.000 dólares eran lo que separaban a la Horizon de comenzar a rodar La reina de África.
Ni Huston ni Spiegel tenían esa cantidad. Pero como ya he dicho, Spiegel era un hombre de recursos, y quizás, de no haberse dedicado a las películas habría sido un excelente con man, como aquellos que retrataron en El golpe. El productor acudió a la Sound Services, una compañía que alquilaba y proporcionaba equipamientos de sonido a los estudios. Spiegel les pidió un préstamo de 50.000 dólares, a devolver con los beneficios del film, además de comprometerse a usar el equipamiento de la compañía y darles un buen lugar en los créditos. La compañía aceptó, y así fue como la Horizon pudo hacerse con los derechos de La reina de África.
Pero incluso antes de haberse podido hacer con los derechos de la novela, Spiegel ya había atado a Katharine Hepburn y Humphrey Bogart para los papeles protagonistas. La Hepburn quedó encantada con la novela, y tras poner sus condiciones económicas, preguntó por quien la acompañaría en el reparto, antes de dar un sí definitivo. Spiegel sacó el nombre de Bogart, aunque ni siquiera había hablado con el actor. A la actriz le pareció bien, así que Spiegel fue derecho a convencer a la gran estrella del cine negro. Lo cual no fue difícil, ya que Bogey era amigo de Huston. El director le dijo al actor que el personaje era un borrachín de mala fama, como lo era el propio Bogart, y por lo tanto era idóneo para el papel. Supongo que tan aplastante lógica debió parecerle bastante como para aceptar participar en el proyecto. Además, todo indicaba a que su papel iba a ayudarle a ampliar sus horizontes como intérprete.
Con la pareja estelar apalabrada, el siguiente problema iba a ser el coste. Huston había exigido desde el principio rodar en exteriores, lo que implicaba que el presupuesto iba a ser alto. En unos tiempos en que rodar al aire libre no era tan habitual como hoy, y en los que el colmo del exotismo para un rodaje hollywoodiense era rodar en México (y ya Huston había pasado por allí), irse a rodar a África era una excentricidad de gran calibre, por no hablar de un gasto totalmente innecesario. Pero en aras del realismo (y quizás, de algún posible safari que otro) Huston solo quería África. Si no, no habría película. Spiegel de nuevo halló una solución financiera al problema contactando con una productora inglesa que aceptó financiar el film, salvo los salarios de las dos estrellas, el director y el productor, que correrían a cargo de la Horizon.
Para adaptar la novela Huston se trajo al escritor James Agee, a quien el director consideraba el mejor crítico de cine del país. Agee y Huston se alojaron en las afueras de Santa Monica y comenzaron a trabajar en el guión. Ambos acordaron evitar los clubes nocturnos y las fiestas, y establecieron un régimen de partidos de tenis, natación, y escritura del guión. Tras discutir una escena, ambos escribían sus propias versiones de la misma, para luego intercambiarlas, trabajar en ellas, y quedarse con lo mejor. Pero Huston pronto se dio cuenta de que Agee llegaba a las reuniones con muchas más hojas que él. Y entonces descubrió que Agee apenas dormía y seguía trabajando por las noches. Pero el escritor le tranquilizó diciéndole que era su rutina habitual. Sin embargo, mientras estaba en un viaje relámpago en San Francisco, para una compra de arte precolombino, Huston se enteró de que Agee había tenido un ataque cardíaco. Huston fue a verle, prometiéndole trabajar de nuevo juntos cuando estuviera repuesto. Después tomó un avión hacia Inglaterra para reunirse con Spiegel. El guión tenía que ser pulido, y no tenía final, tan sólo uno provisional escrito por el director. Pero ya habría tiempo para pensar en ello. De momento, Huston tenía que partir hacia África para buscar localizaciones.
Fue entonces cuando Peter Viertel entró en acción, viajando a África con Huston para limar los diálogos y buscar un final apropiado. Pero al parecer, aparte de las localizaciones, el director parecía más preocupado por la caza mayor que por el guión. De hecho, Viertel y Huston tenían que haber ido a recibir a un aeropuerto del Congo Belga a Hepburn, Bogart y su esposa Lauren Bacall. Pero una hora antes Huston había decidido que era imprescindible obtener un permiso de caza y perderse en la selva, cosa que indignó a la Hepburn, intelectual amante de las buenas maneras y detalles como ir a recibir a una estrella al aeropuerto.
De hecho al principio del rodaje la relación entre Huston y Katharine Hepburn fue, cuanto menos, tensa. La actriz, aparte de quejarse de los mosquitos, el calor, las instalaciones y alojamientos muy por debajo del estándar de una estrella de Hollywood, se indignaba ante la idea de que Huston pudiera disfrutar pegándole tiros a los inocentes animalillos de la sabana. Y las maneras rudas y costumbres alcohólicas del director y de Bogart tampoco la colmaban de alegría. Y como ambos lo sabían, al principio no dejaron de tomarla el pelo comportándose como dos forajidos ebrios sin modales.
Tras un penoso viaje en trenes viejos y camiones desvencijados, las estrellas y el equipo llegaron a un afluente del río Congo, en plena África negra. Allí sólo habían tribus, selvas y enfermedades. Para alojar al equipo y a las estrellas los nativos locales habían levantado un campamento junto a un lago negruzco repleto de un extraño virus. Tenían por delante treinta días para rodar y un lago donde nadie podía bañarse. Y un barco ruinoso que sería ideal para servir como el tercer personaje del film, el viejo vapor que da título a la película. Dos balsas servirían como réplicas de distintas partes del bote, para rodar las escenas con los actores. Otra llevaría un generador. Y la cuarta llevaría un camerino con un gran espejo para Katharine Hepburn.
El rodaje en África no era fácil. Además del calor y los mosquitos, estaban las bacterias, virus, disentería y demás. En medio del campamento había una cuba de agua filtrada y galvanizada bajo la que se parapetó un cocodrilo durante varios días. Huston recordaba en sus memorias que cada vez que alguien pasaba cerca de allí tenía que recordar que había un bicho allí escondido, esperando a lanzarse sobre el tobillo de alguien.
Al principio la relación con Hepburn no fue fácil, pero poco a poco, al igual que ocurría con su personaje, la actriz fue sintiéndose más cómoda tanto con la selva y su clima como con su papel. Huston andaba preocupado por la forma en que la actriz estaba interpretando a la misionera Rose, y una noche fue a verla y así se lo hizo saber. Como consejo, el director le dijo que debía interpretar a Rose como si fuera Eleanor Roosevelt. La actriz siguió el consejo, y a partir de entonces tanto Huston como ella fueron comprendiéndose mejor, hasta el punto que un día la Hepburn se fue de caza con el director, demostrándole además que era todo un carácter. Cuando tras salir de unos arbustos Huston comprobó con horror que se hallaban frente a una manada de elefantes, la actriz permaneció impávida, apoyada sobre su ligero rifle. De todas maneras al final de sus cacerías lo único que la actriz dispararía sería su cámara de fotos.
Mientras Peter Viertel regresaba a la civilización, pese a los ruegos de Spiegel, renunciando incluso a salir en los créditos, cansado de esperar a que Huston dejara de perseguir elefantes, el rodaje se trasladó a Uganda, donde los problemas continuaron. Durante una noche el vapor se hundió, y hubo de ser rescatado del fondo por un nutrido grupo de nativos. Bogart, por su parte, trataba de aparecer con su gorra la mayor parte del tiempo. La calvicie no respeta ni a una estrella como Humphrey, y para entonces el actor tenía que llevar un bisoñé, cosa que odiaba. En otra ocasión, el campamento fue invadido por millares de hormigas carnívoras. Y en lo que fue la anécdota más famosa del rodaje, el agua filtrada, e incluso el agua embotellada que traían en camiones, resultó estar contaminada. Tarde o temprano todo el reparto y todo el equipo técnico cayó enfermo de disentería y diarrea. Todos salvo Bogart y Huston. El actor sólo engullía comida enlatada, y tanto él como el director no se separaban de la botella de whisky, por lo que no probaban el agua. Fue así como permanecieron incólumes en medio de una apocalipsis bacteriológica y viral.
Los problemas seguirían hasta el final, Bogart se negaría a que pusieran sanguijuelas vivas sobre su cuerpo (le pusieron unas de plástico), y Huston seguiría con sus elefantes, pero finalmente el rodaje llegó a su fin. Tras dar con un final satisfactorio el equipo se marchó a Londres para completar algunas escenas en estudio. La película se enlató y se envió a Hollywood.
La reina de África estaba destinada a convertirse en una de las sensaciones de la temporada. Spiegel se llenó los bolsillos, mientras que Huston, mal aconsejado, había abandonado la Horizon antes del estreno, perdiendo así una fortuna.
De todas formas el éxito artístico era total. La reina de África es un film de aventuras entretenido y mágico, donde la comedia y el romanticismo se dan de la mano. La química entre la Hepburn y Bogart es excelente, y sus distintas personalidades, que casan en parte con las de sus personajes, resultaron de gran ayuda para establecer ante las cámaras una creíble relación cambiante entre la pía Rose y el borrachín señor Allnut, destinados a encontrarse en un punto medio, como Don Quijote y su Sancho. Salvo que aquí habría sentimientos románticos de por medio.
La Hepburn encajaba en el papel de maravilla, y una vez más la actriz confirmaba con su talento la razón de ser considerada una de las intérpretes más solventes de la época. Además, con el éxito de La reina de África, ayudaba a disipar la eterna leyenda que pesaba sobre sus hombros de ser veneno para la taquilla.
Por su parte Bogart estaba estupendo como el vividor piloto de barco. Alejado por una vez de sus roles de tipo duro, el actor podía regodearse en su vis cómica, dando vida a un entrañable alcohólico sin demasiadas ganas de ser un héroe, convirtiéndose en los primeros rollos de la película en la más cercana encarnación del Capitán Haddock que se haya podido ver en la gran pantalla. En La reina de África Bogart demostró ser más versátil de lo que muchos pensaban, y esa oportunidad ya había sido en sí un premio para él. Pero aun había de recibir otro gran premio, totalmente inesperado.
Nominado hasta entonces sólo una vez a los Oscar, por su papel en Casablanca, el actor no esperaba tampoco ganar nada en la gala de 1952. Aquel año la estatuilla al mejor actor tenía un nombre, el de Marlon Brando por su estratosférica actuación en Un tranvía llamado deseo. Y no era de extrañar, ya sabéis como se las gastó Brando en ese estupendo film. Y sin embargo, si alguien tenía que quitarle esa estatuilla, me alegro de que fuera Bogart. La sorpresa fue tal que el pobre Humphrey, que siempre se había hecho el duro desdeñando los premios de la Academia, no pudo ocultar su emoción al recoger su Oscar.
Aunque fuera a costa del gran Brando, fue un bonito broche final a una película excelente.
No sé si habréis visto Cazador blanco, corazón negro (ya os hablé de ella aquí), pero todo, o casi todo, lo que acontece en ella parece ser cierto, incluída la obsesión de un director de cine por cazar un elefante. Ésa es, al menos, la verdad de Peter Viertel, guionista llamado a terminar un guión que estaba destinado a convertirse en uno de los grandes clásicos del cine.
Para el director John Huston La reina de África no era solo una gran historia, sino una oportunidad de viajar al continente negro e irse de caza mayor. Huston era un tipo peculiar, de gustos exquisitos que no excluían los placeres sencillos. Tan pronto hablaba de pintura o literatura como se pimplaba una botella de whisky o desenfundaba los puños para dirimir alguna discusión. En resumen, un hombre de contrastes.
Pero, por supuesto, La reina de África no era solo un pasaporte para ir de safari. Al menos, no para el productor Sam Spiegel, uno de esos tipos capaces de venderle a uno camisas hawainas en medio del Ártico. Spiegel era el socio de Huston en la productora Horizon que habían fundado hacía poco, y La reina de África era una buena historia para convertirse en el segundo film de la Horizon. El problema era que los derechos de la novela habían sido adquiridos hacía tiempo por la Columbia como un vehículo para Charles Laughton y su esposa. Sin embargo el plan nunca pasó del cajón, y acabó en los archivos de la Warner como un posible proyecto para su mayor estrella femenina, Bette Davis. Pero, de nuevo, la idea acabó en un cajón. Unos míseros 50.000 dólares eran lo que separaban a la Horizon de comenzar a rodar La reina de África.
Ni Huston ni Spiegel tenían esa cantidad. Pero como ya he dicho, Spiegel era un hombre de recursos, y quizás, de no haberse dedicado a las películas habría sido un excelente con man, como aquellos que retrataron en El golpe. El productor acudió a la Sound Services, una compañía que alquilaba y proporcionaba equipamientos de sonido a los estudios. Spiegel les pidió un préstamo de 50.000 dólares, a devolver con los beneficios del film, además de comprometerse a usar el equipamiento de la compañía y darles un buen lugar en los créditos. La compañía aceptó, y así fue como la Horizon pudo hacerse con los derechos de La reina de África.
Pero incluso antes de haberse podido hacer con los derechos de la novela, Spiegel ya había atado a Katharine Hepburn y Humphrey Bogart para los papeles protagonistas. La Hepburn quedó encantada con la novela, y tras poner sus condiciones económicas, preguntó por quien la acompañaría en el reparto, antes de dar un sí definitivo. Spiegel sacó el nombre de Bogart, aunque ni siquiera había hablado con el actor. A la actriz le pareció bien, así que Spiegel fue derecho a convencer a la gran estrella del cine negro. Lo cual no fue difícil, ya que Bogey era amigo de Huston. El director le dijo al actor que el personaje era un borrachín de mala fama, como lo era el propio Bogart, y por lo tanto era idóneo para el papel. Supongo que tan aplastante lógica debió parecerle bastante como para aceptar participar en el proyecto. Además, todo indicaba a que su papel iba a ayudarle a ampliar sus horizontes como intérprete.
Con la pareja estelar apalabrada, el siguiente problema iba a ser el coste. Huston había exigido desde el principio rodar en exteriores, lo que implicaba que el presupuesto iba a ser alto. En unos tiempos en que rodar al aire libre no era tan habitual como hoy, y en los que el colmo del exotismo para un rodaje hollywoodiense era rodar en México (y ya Huston había pasado por allí), irse a rodar a África era una excentricidad de gran calibre, por no hablar de un gasto totalmente innecesario. Pero en aras del realismo (y quizás, de algún posible safari que otro) Huston solo quería África. Si no, no habría película. Spiegel de nuevo halló una solución financiera al problema contactando con una productora inglesa que aceptó financiar el film, salvo los salarios de las dos estrellas, el director y el productor, que correrían a cargo de la Horizon.
Para adaptar la novela Huston se trajo al escritor James Agee, a quien el director consideraba el mejor crítico de cine del país. Agee y Huston se alojaron en las afueras de Santa Monica y comenzaron a trabajar en el guión. Ambos acordaron evitar los clubes nocturnos y las fiestas, y establecieron un régimen de partidos de tenis, natación, y escritura del guión. Tras discutir una escena, ambos escribían sus propias versiones de la misma, para luego intercambiarlas, trabajar en ellas, y quedarse con lo mejor. Pero Huston pronto se dio cuenta de que Agee llegaba a las reuniones con muchas más hojas que él. Y entonces descubrió que Agee apenas dormía y seguía trabajando por las noches. Pero el escritor le tranquilizó diciéndole que era su rutina habitual. Sin embargo, mientras estaba en un viaje relámpago en San Francisco, para una compra de arte precolombino, Huston se enteró de que Agee había tenido un ataque cardíaco. Huston fue a verle, prometiéndole trabajar de nuevo juntos cuando estuviera repuesto. Después tomó un avión hacia Inglaterra para reunirse con Spiegel. El guión tenía que ser pulido, y no tenía final, tan sólo uno provisional escrito por el director. Pero ya habría tiempo para pensar en ello. De momento, Huston tenía que partir hacia África para buscar localizaciones.
Fue entonces cuando Peter Viertel entró en acción, viajando a África con Huston para limar los diálogos y buscar un final apropiado. Pero al parecer, aparte de las localizaciones, el director parecía más preocupado por la caza mayor que por el guión. De hecho, Viertel y Huston tenían que haber ido a recibir a un aeropuerto del Congo Belga a Hepburn, Bogart y su esposa Lauren Bacall. Pero una hora antes Huston había decidido que era imprescindible obtener un permiso de caza y perderse en la selva, cosa que indignó a la Hepburn, intelectual amante de las buenas maneras y detalles como ir a recibir a una estrella al aeropuerto.
De hecho al principio del rodaje la relación entre Huston y Katharine Hepburn fue, cuanto menos, tensa. La actriz, aparte de quejarse de los mosquitos, el calor, las instalaciones y alojamientos muy por debajo del estándar de una estrella de Hollywood, se indignaba ante la idea de que Huston pudiera disfrutar pegándole tiros a los inocentes animalillos de la sabana. Y las maneras rudas y costumbres alcohólicas del director y de Bogart tampoco la colmaban de alegría. Y como ambos lo sabían, al principio no dejaron de tomarla el pelo comportándose como dos forajidos ebrios sin modales.
Tras un penoso viaje en trenes viejos y camiones desvencijados, las estrellas y el equipo llegaron a un afluente del río Congo, en plena África negra. Allí sólo habían tribus, selvas y enfermedades. Para alojar al equipo y a las estrellas los nativos locales habían levantado un campamento junto a un lago negruzco repleto de un extraño virus. Tenían por delante treinta días para rodar y un lago donde nadie podía bañarse. Y un barco ruinoso que sería ideal para servir como el tercer personaje del film, el viejo vapor que da título a la película. Dos balsas servirían como réplicas de distintas partes del bote, para rodar las escenas con los actores. Otra llevaría un generador. Y la cuarta llevaría un camerino con un gran espejo para Katharine Hepburn.
El rodaje en África no era fácil. Además del calor y los mosquitos, estaban las bacterias, virus, disentería y demás. En medio del campamento había una cuba de agua filtrada y galvanizada bajo la que se parapetó un cocodrilo durante varios días. Huston recordaba en sus memorias que cada vez que alguien pasaba cerca de allí tenía que recordar que había un bicho allí escondido, esperando a lanzarse sobre el tobillo de alguien.
Al principio la relación con Hepburn no fue fácil, pero poco a poco, al igual que ocurría con su personaje, la actriz fue sintiéndose más cómoda tanto con la selva y su clima como con su papel. Huston andaba preocupado por la forma en que la actriz estaba interpretando a la misionera Rose, y una noche fue a verla y así se lo hizo saber. Como consejo, el director le dijo que debía interpretar a Rose como si fuera Eleanor Roosevelt. La actriz siguió el consejo, y a partir de entonces tanto Huston como ella fueron comprendiéndose mejor, hasta el punto que un día la Hepburn se fue de caza con el director, demostrándole además que era todo un carácter. Cuando tras salir de unos arbustos Huston comprobó con horror que se hallaban frente a una manada de elefantes, la actriz permaneció impávida, apoyada sobre su ligero rifle. De todas maneras al final de sus cacerías lo único que la actriz dispararía sería su cámara de fotos.
Mientras Peter Viertel regresaba a la civilización, pese a los ruegos de Spiegel, renunciando incluso a salir en los créditos, cansado de esperar a que Huston dejara de perseguir elefantes, el rodaje se trasladó a Uganda, donde los problemas continuaron. Durante una noche el vapor se hundió, y hubo de ser rescatado del fondo por un nutrido grupo de nativos. Bogart, por su parte, trataba de aparecer con su gorra la mayor parte del tiempo. La calvicie no respeta ni a una estrella como Humphrey, y para entonces el actor tenía que llevar un bisoñé, cosa que odiaba. En otra ocasión, el campamento fue invadido por millares de hormigas carnívoras. Y en lo que fue la anécdota más famosa del rodaje, el agua filtrada, e incluso el agua embotellada que traían en camiones, resultó estar contaminada. Tarde o temprano todo el reparto y todo el equipo técnico cayó enfermo de disentería y diarrea. Todos salvo Bogart y Huston. El actor sólo engullía comida enlatada, y tanto él como el director no se separaban de la botella de whisky, por lo que no probaban el agua. Fue así como permanecieron incólumes en medio de una apocalipsis bacteriológica y viral.
Los problemas seguirían hasta el final, Bogart se negaría a que pusieran sanguijuelas vivas sobre su cuerpo (le pusieron unas de plástico), y Huston seguiría con sus elefantes, pero finalmente el rodaje llegó a su fin. Tras dar con un final satisfactorio el equipo se marchó a Londres para completar algunas escenas en estudio. La película se enlató y se envió a Hollywood.
La reina de África estaba destinada a convertirse en una de las sensaciones de la temporada. Spiegel se llenó los bolsillos, mientras que Huston, mal aconsejado, había abandonado la Horizon antes del estreno, perdiendo así una fortuna.
De todas formas el éxito artístico era total. La reina de África es un film de aventuras entretenido y mágico, donde la comedia y el romanticismo se dan de la mano. La química entre la Hepburn y Bogart es excelente, y sus distintas personalidades, que casan en parte con las de sus personajes, resultaron de gran ayuda para establecer ante las cámaras una creíble relación cambiante entre la pía Rose y el borrachín señor Allnut, destinados a encontrarse en un punto medio, como Don Quijote y su Sancho. Salvo que aquí habría sentimientos románticos de por medio.
La Hepburn encajaba en el papel de maravilla, y una vez más la actriz confirmaba con su talento la razón de ser considerada una de las intérpretes más solventes de la época. Además, con el éxito de La reina de África, ayudaba a disipar la eterna leyenda que pesaba sobre sus hombros de ser veneno para la taquilla.
Por su parte Bogart estaba estupendo como el vividor piloto de barco. Alejado por una vez de sus roles de tipo duro, el actor podía regodearse en su vis cómica, dando vida a un entrañable alcohólico sin demasiadas ganas de ser un héroe, convirtiéndose en los primeros rollos de la película en la más cercana encarnación del Capitán Haddock que se haya podido ver en la gran pantalla. En La reina de África Bogart demostró ser más versátil de lo que muchos pensaban, y esa oportunidad ya había sido en sí un premio para él. Pero aun había de recibir otro gran premio, totalmente inesperado.
Nominado hasta entonces sólo una vez a los Oscar, por su papel en Casablanca, el actor no esperaba tampoco ganar nada en la gala de 1952. Aquel año la estatuilla al mejor actor tenía un nombre, el de Marlon Brando por su estratosférica actuación en Un tranvía llamado deseo. Y no era de extrañar, ya sabéis como se las gastó Brando en ese estupendo film. Y sin embargo, si alguien tenía que quitarle esa estatuilla, me alegro de que fuera Bogart. La sorpresa fue tal que el pobre Humphrey, que siempre se había hecho el duro desdeñando los premios de la Academia, no pudo ocultar su emoción al recoger su Oscar.
Aunque fuera a costa del gran Brando, fue un bonito broche final a una película excelente.
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