Call me Ishmael....
Acabo de comprar, una vez más, Moby Dick, posiblemente el libro más fascinante jamás escrito. Y aunque para muchos hoy en día, el Pequod se haya convertido en un pequeño yate de recreo, para otros sigue siendo el perfecto medio de transporte hacia la naturaleza humana. Porque amigos, en Moby Dick, la ballena es solo una disculpa para poder hablar de cómo piensan y qué sienten los hombres, qué les motiva y cuáles son sus pasiones, vengan éstas de nobles corazones o de lo más hediondo de sus tripas.
Decía Umberto Eco que las primeras cien páginas de El Nombre de la Rosa eran densas y aburridas para expulsar del libro a los malos lectores. Posiblemente Melville (que es el señor de mi avatar) hizo lo mismo, pero en todo el libro. Y es que, junto a los trepidantes relatos de aventuras, Melville incluyó profundas descripciones técnicas de todo tipo y, sobre todo esto, una disección perfecta del alma humana. No es lectura fácil, no, porque cada palabra debe ser masticada, mimada, para que sólo así pueda llevarnos a la siguiente.
Mi primer contacto con la novela fue, creo que como casi todos, con aquellos tebeos que adaptaban grandes obras de la literatura. Verne (otro ilustre), Kipling, Walter Scott, Mark Twain, y, claro, Herman Melville se aparecieron en mi infancia con la formas de aquellas viñetas. Pero Moby Dick es una novela de adultos, y esas reducciones o adaptaciones que le llevan a la sección de aventuras o incluso juvenil, le hacen un flaco favor. Al fin y al cabo estamos hablando de algo que está más emparentado con la novela rusa del XIX, que con los autores nombrados antes. Y no recuerdo haber visto nunca El Jugador de Dostoievski convertido en un tebeo. Incluso alguien de tanto lustre como John Huston, no consiguió capturar la esencia de la novela en su película. A pesar de ser un filme maravilloso y contar con gente como Orson Welles y Gregoy Peck (pónganse de rodillas) no alcanza las profundidades del libro.
Ustedes puede hacer lo que quieran, pero yo voy a embarcarme de nuevo en el Pequod. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondría me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda.
Como posdata, déjenme que les ponga un pequeño parrafo del sermón del Padre Mapple que viene al pelo en estos días:
“Ahora bien, compañeros, el capitán de Jonás era uno de esos cuyo discernimiento descubre el delito en cualquiera, pero cuya codicia lo denuncia sólo en los pobres. En este mundo, compañeros, el Pecado, si paga el viaje, puede ir libremente, y sin pasaporte, mientras que la Virtud, si es pobre, es detenida en todas las fronteras.”
* El autor de este artículo recomienda, ya sea acompañando la lectura o simplemente por el mero placer de hacerlo, el disco Leviathan de la banda Mastodon, dedicado a Moby Dick. Asimismo, el autor ha decidido no decir nada sobre la copla de Led Zeppelin dedicada también al libro por razones obvias.
©Don Críspulo
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