Tras la visita de Elvas, llegamos a Évora en una horita de coche y nos instalamos en el hotel Dom Fernando, con piscinita rica y todo portugueses. Así que primero fue el bañito y luego la vuelta, nocturna, por la ciudad con cena a base de hamburguesas en local de la lista. Siempre regado (de aquí en adelante) con cerveza portuguesa Sagres, que es la que sirven en todos los sitios. Como estábamos al lado como quien dice, comenzamos la visita por el llamado Jardín Público, que uno no puede dejar de ver si por Évora pasa. Romántico aspecto, trufado de ecléctico modernismo e influencias morunas, con pavos reales sueltos incluidos y una joyita de palacete en su interior. Muy recomendable. Luego fue ese paseo hasta su catedral de Santa María, el romano templo de Diana, la iglesia de San Antao, situada en la praça do Giraldo, muy chula, siempre con vistas a perderse un poco por callejas aledañas y descubrir rincones apetecibles, que en Évora existen. La ruta de los megalitos que apuntada iba como opción la dejamos para otro viaje. La visita a la capilla de los huesos (imprescindible) la pospusimos para la mañana del día siguiente, antes de lanzarnos a la conquista de Lisboa.
La Capilla de los Huesos
La Capela dos Ossos se encuentra en el interior de la Iglesia de San Francisco (en obras estos días). Era uno de los principales atractivos cuando pergeñé este viajecito. Las fotos que había visto en la Red sirvieron de eficaz señuelo y provocaron de inmediato en mí una voraz y fatal atracción por visitar este espacio donde cientos, miles, de huesos humanos: calaveras, tibias, vértebras, pelvis, etc. se hacinan cubriendo las paredes de esta esta capilla. La realidad es que uno se queda un poco frío, quizá por la demasiada iluminación del recinto -que uno espera tétrico-, al que se pasa pagando y con un euro extra si quiere hacer fotos (algo que no nos cabía en el magín: o se puede o no se puede, señora mía, ¡y deje ya el teléfono cuando atiende a los clientes!).
Pese a todo, se pueden sacar fotos espectaculares para poner los dientes largos a los amiguetes y tal. Por dar unos datos, la capilla se levantó en el siglo XVI a partir de una idea de los frailes franciscanos que habitaban este monasterio, que no era otra que la de reflexionar sobre la condición humana, lo efímero de nuestra existencia y, así, concluir que lo verdaderamente importante es la vida eterna, que a uno no le regalan y ha de ganarse, claro. ¿Qué somos aquí, en este mundo traidor, sino huesos? En fin, alrededor de 5.000 calaveras y millares de huesos que estaban sepultados en los cementerios de las iglesias y monasterios de la ciudad se trajeron hasta aquí para que la idea primera cobrase forma. No les quedó mal y uno imagina a esos monjes colocando las calaveras y huesos para forrar las paredes y preguntándose unos a otros: ¿qué os parece si pongo este par de cráneos aquí? ¿a que quedan coquetos? Sí, pero enmárcalos con unas clavículas y de paso les colocas una pelvis en la base.
Bueno, supongo que habrá por ahí otros datos con los que podáis completar la copla. Os dejo unas instantáneas de las decenas que tiré... que para eso pagué el euro, jaja.
Con los ojos aún llenos de esqueletos bailando en nuestra pupila, subimos de nuevo al bugati para dirigirnos a Lisboa, la Ciudad de las Siete Colinas, a una hora y media de camino. Efectivamente, a medio día, después de vernos más negros que Kunta Kinte para aparcar, pudimos instalarnos en el hotel Embaixador y comer, esta vez un plato combinado que estuvo muy rico. Pero esto ya os lo contaré más despacito en el próximo capítulo. Chao.
Ángel Carrasco Sotos
Fascinante a la par que espeluznante, desde ahora no volveré a probar los Huesitos :-(
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