Ven a mi cama
Tanto, tanto y tanto insistió... que una noche, cuando su sueño pasaba por la fase REM, el niño chiquito (invocado hasta la saciedad desde que tenía 5 años: ahora eran 56) llegó hasta su cama, le acercó su infantil y tersa cara y le dio el solicitado besito. Luego se despidió de él moviendo puerilmente su manita, y desapareció entre los escombros de la noche. Mientras esta escena tenía lugar, su pensamiento cabalgaba a horcajadas de conceptos arborescentes, algo lúdicos, algo lúbricos, lascivos, sádicos, donde se desvanecían e iban apareciendo de nuevo ajardinados rostros secundarios e ilusiones de psicópata.
©ÁCS
Precioso relato, no podía parar de leerlo aquí sobre mis mejores almohadas. Gracias
ResponderEliminarTe entiendo, Marga. Un saludo.
EliminarNo creo que yo fuera de las que invocan ni a querubines alados, ni a niños chiquitos. Esas cosas me producen miedo.
ResponderEliminarEl señorón de 56 estaba ahora en otros menesteres el muy cochino, jajajaja.
Un besotazo y vuelvo a demostrarte que no soy un robot (ma cagüén).
El pobre yo creo que ya lo salmodiaba por costumbre, pero también te digo que el subconsciente navega muchas veces por otras (y procelosas) aguas. Tamibén viene a demostrar que Dios no lo sabe todo, si no de qué iba a ir a darle el besito, eh, de qué.
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