ZEPPELIN ROCK: Crítica de la película Rush (2013) de Ron Howard

sábado, 4 de enero de 2014

Crítica de la película Rush (2013) de Ron Howard


por MrSambo (@Mrsambo92)
del blog CINEMELODIC


Empezó con fuerza esta cinta que se postulaba como uno de los grandes títulos de la temporada, aunque ha ido perdiendo fuelle conforme se han ido estrenando otros para la opinión publicada, lamentablemente. El hecho es que estamos ante una de las mejores películas del año que posiblemente pase inadvertida para los miembros de la Academia en general, pero que sin duda hará las delicias de los paladares cinéfilos más exquisitos.


Ron Howard, apañado artesano, logra con Rush su mejor obra indiscutiblemente, muy por encima de la oscarizada Una mente maravillosa (2001), que le dio a él también un Oscar. Retrata el duelo entre dos míticos pilotos de Fómula 1, James Hunt y Niki Lauda. Un duelo en todos los sentidos, de dos formas de ver la Fórmula 1, su trabajo, a las personas que les rodeaban y a la vida. Dos personalidades tan opuestas que se acaban atrayendo y admirando mutuamente. Un conflicto irremediable y ansiado, un amor/odio, una rivalidad/admiración que los marcaría para siempre y que Howard muestra con un pulso y un vigor francamente emocionantes.

Porque eso es Rush, puro frenesí y emoción, que transmite la pasión, siempre ilógica, del automovilismo y de dos personajes de una manera sincera, honesta, y visceral. Una película sumamente auténtica que reflexiona con exacerbado entusiasmo y vehemencia sobre la competitividad, la rivalidad, la necesidad de un rival de altura que nos lleve a buscar nuestros límites, la necesidad de un objetivo, la competición como forma de forjar individualidades, definirnos, reafirmarnos…

Dos caracteres antagónicos y geniales, destinados a enfrentarse, dos obsesiones contrapuestas y una pasión común.



Uno de los grandes rasgos estilísticos que nos deja la puesta en escena de Howard, magnífica, es la fusión y el vínculo que hace de forma continua entre los pilotos y los coche, especialmente en los momentos de más angustia y tensión psicológica para ellos. Montajes donde se oyen en ovaer gemidos de una chica a la que Hunt se beneficia, era un apasionado del sexo y míticas algunas de sus hazañas, sobre planos de coches, válvulas, ruedas… Para Hunt la vida se vivía a tope, al ritmo de un Fórmula 1, el ritmo del resto le ponía nervioso, no lo soportaba, necesitaba desfogarse. Otro ejemplo, con Hunt también, lo tenemos en esa extraordinaria escena donde Hunt busca equipo y es continuamente desenfocado, mostrado en planos oblicuos y en ángulos marcados, en ocasiones tras un jaula en ese inmovilismo obligado, contrastando con los del resto de personajes con los que habla, por ejemplo por teléfono, más sobrios y estables, y rodeado de todo tipo de símbolos que recuerdan a coches, objetos esféricos que nos remiten el volante del automóvil como un disco dando vueltas, un pequeño escalestric…

El cerebral Lauda, por el contrario, aparentará ser más sensato, un genio preparando coches, midiendo riesgos, calculando posibilidades, perfeccionándolo todo, pero que en realidad es otro competidor nato, como Hunt. No era un temerario pero sí un obseso, por ello tras su accidente enseguida le veremos con su casco y cómo la acompañarán en toda su convalecencia las pantallas de televisión que loan los logros y victorias de su gran rival… lo que será, precisamente, su principal motivación, definiendo un carácter a la perfección.

Así Howard salpicará toda la película con montajes donde los coches, los cuentakilómetros, las cajas de cambios, los neumáticos, se fusionan y vinculan, como si fueran uno, con sus pilotos.




Dos pilotos, el golfo y el formal, el maldito y el cerebral, el temerario y el metódico. Dos actores, Chris Hemsworth como el encantador y carismático James Hunt, y Daniel Brühl, como el serio y estricto Niki Lauda, que hacen dos grandísimos trabajos.

Dos egocéntricos que deben serlo para llegar a ser quienes fueron, dos hombres con una seguridad absoluta en sí mismos. Y contradictorios…

Es necesario destacar la apuesta estética de Howard, que recrea los setenta incluso en la textura de la pantalla, una estética documentalista, una recreación fantástica llevada al límite de forma magistral. Incluso algunas fases de las carreras están calcadas y no se abstendrá de usar imágenes documentales, como en el emotivo final. Además el director deja muchísimos matices de puesta en escena que desarrollan y enriquecen todos los recovecos de esta fantástica relación y rivalidad. Se usará la voz over alterna de Hunt y Lauda para ir desarrollando la narración.




La épica, el homenaje a una Fórmula 1 que ya no existe, al valor, son transmitidos con una apasionante energía en esta película que cuenta con escenas francamente inolvidables, tanto a nivel de espectáculo como a nivel más íntimo. Como ejemplos el clímax en la carrera final, épico, con la ayuda de la música de Hans Zimmer, emocionante y espectacular, o esa escena donde Hunt deja las cosas claras a un periodista tras una pregunta que realizó a su amigo/rival Niki Lauda, en el lado de las más minimalistas.

Como único ligero defecto pondría la recreación de las carreras, que el espectador no logra vislumbrar del todo, quizá porque la intención de Howard es más sensitiva, transmitir la sensación y el vértigo de esos coches y la Formula 1, que visual, que se aprecien las carreras con mayor claridad. Un punto medio hubiera sido ideal. También hay un ligero exceso de verbalización ocasional que pretende expresar las claves que he mencionado y que, evidentemente, no hacía falta.

Seas fan o no de la Fórmula 1, no deberías dejar pasar esta oportunidad, es una de las películas que más me han apasionado este año, una película sencilla, muy matizada y perfecta, de puro sentimiento, con vigor y energía. Una obra maestra a reivindicar por un artesano en otras ocasiones sobrevalorado.


©Jorge García

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