
Amiguitos, la película no es mala, en realidad las interpretaciones son jodidamente reales, la fotografía es cálida, pegajosa y el movimiento de la cámara ayuda a hacer más real lo que estamos viendo, pero quienes esperen acción a raudales se sentirán defraudados. La primera mitad de Bellflower –que, por cierto, es el nombre de la calle en la que vive la protagonista- es el retrato del inicio de una relación amorosa entre dos veinteañeros, tan empalagosa como os imagináis. Sin embargo, todos sabemos que no estamos ante una cinta de amor juvenil para quinceañeras y que no es normal que chicos de esa edad –por cierto, ¿de qué viven?, ¿de dónde sacan el dinero?- se tomen tan en serio lo de emular a Mad Max ¿verdad?, así que –al menos- al llegar la segunda parte de la película veremos como Woodrow se vuelve cada vez más inestable emocionalmente hasta desembocar en un final de violencia anunciada, un final que demuestra que a veces el caos está a la vuelta de la esquina y resulta menos romántico que el infantiloide apocalipsis al que jugaban a prepararse desde pequeños. En fin, amiguitos, que Bellflower es una película de esas independientes que con cuatro chavos y unos actores comprometidos ha dado como resultado una interesante obra de bonita factura que quizás se convierta incluso en pieza de culto para cinéfilos. Sin embargo, yo hoy hubiese deseado algo menos triste y crudo, algo mucho más directo, con acción, explosiones y disparos... algo como Mad Max.
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