Seamos lo suficientemente contundentes: Existía con The Cure una cierta sensación amarga en el aire. Se respiraba. Y es que no podía ser que una discografía tan enorme cerrase con dos álbumes tan tibios como fueron el homónimo de 2004 y 4:13 Dream (2008), los cuales si bien estuvieron lejos de ser un desastre (insisto, no son malos discos) no generaron impacto alguno y con seguridad quedarán retratados en la historia como dos experimentos fallidos. En su momento, no sonaba tan terrible que no diesen con la tecla pues siguiendo con la tendencia del disco cada cuatro años (algo que venían replicando religiosamente desde 1992) tocaba álbum en 2012, sin embargo, este no llegó. De pronto cuatro años de silencio se transformaron en ocho, luego en doce, por lo que fueron muchos quienes comenzaron a hacerse la idea de que no habría más, que aquel confuso disco de 2008 efectivamente habría sido el último. Nos merecíamos todos por tanto un regreso como este, Robert Smith y compañía incluidos, una vuelta que sabe a gloria desde todas las aristas analizables y que muestra efectivamente a una banda coherente de comienzo a fin, como no oíamos desde hace demasiado.