Hace unos años visitamos la Cuba de Fidel Castro. La Habana, a excepción de esa barrio restaurado, aparentemente, para los turistas, parecía una ciudad devastada, por la que hubiese pasado unas horas antes un huracán, una ciudad descascarillada, famélica, de tiendas vacías, y un pueblo empobrecido arrastrándose por las aceras, con talleres en corrales, coches de los años 50 y un Barrio Chino que parecía de ciencia ficción. Era una Cuba en formol, como una Pompeya enterrado por el cielo. Dentro, en los locales para turistas, la música popular cubana en directo no daba tregua, ni los mojitos. Y fuera, la gente agradeciéndote el regalo de un jabón, un bolígrafo o unos pantalones usados. No poco tuvo que ver el bloqueo americano. Casi tanto como un régimen abstracto y trasnochado. No al capitalismo; ese era el lema... y el recuerdo de la Revolución presente y vivo como el oxígeno, así como la alabanza a los héroes, a los teóricos, en los planes de estudio, en las fachadas, por doquier. Cuba como una pecera a la que nunca se le hubiese cambiado el agua. Ahora Fidel ha muerto. Viva Fidel. Quedará también en el recuerdo, en los libros de Historia y en las canciones, como el Che, solo que el Che lleva ya mucho tiempo siendo un mito, un mito romántico, y un símbolo del que hasta el capitalismo ha sacado bocado vendiendo pins y camisetas. El secreto está en morir joven, y con belleza, defendiendo una quimera de ideas revolucionarias de igualdad y resistencia. ¿Cómo tratará la Historia a Fidel? Nos quedará la música, y quizá necesite Fidel de un Víctor Jara que lo haga eterno. Descanse en paz.