por Alberto Iniesta (@A_Maqueda_8)
del blog Discos

Bien, lo confieso. Soy amante de esas canciones que no fueron escritas pensando en las radiofórmulas, de esas que se niegan a encorsetarse en el patrón clásico de los tres minutos y medio. Adoro hasta el último acorde de esas canciones que proclaman, ante todo bicho humano que las quiera escuchar, que son diferentes a todas las demás. El caso es que son muchas más de las que suelen aparecer en las típicas listas de “las mejores canciones largas de la historia”. A todo esto, menudo vicio lo de las listas. Volviendo a esas listas, resulta que hay muchas que se repiten, como si tuviéramos una cantidad limitada de olas para surfear. Afortunadamente, el océano es inmenso y hay muchas olas que no se deben romper sin que haya una tabla planeando por ellas. Voy a rescatar un buen puñado de canciones largas que todo el mundo debería intentar surfear alguna vez en el océano de su vida. Ah, y que el orden no sea lo importante. ¡Al lío!
- Dance of Death, de Iron Maiden. Por qué: Imposible negarle un baile a la muerte con esta banda sonora de fondo.
- Effigy, de la Creedence. Por qué: Como adicto a John Fogerty, exijo que esta joya tenga su merecido reconocimiento.
- All Tomorrow’s Parties, de la Velvet. Por qué: Eso de lo bueno si breve, dos veces bueno, mentira gorda. Lou…
- Love Like A Man, de Ten Years After. Por qué: Lo suyo va mucho más allá de I’m Going Home. Irresistible.
- Down Payment Blues, de AC/DC. Por qué: Tienen rifs más conocidos, pero pocos como este. ¡Viva el Powerage!
- Moonlight Mile, de los Stones. Por qué: Nada mejor para cerrar (palabras mayores, ojo) el Sticky Fingers
- Telegraph Road, de Dire Straits. Por qué: Con esta canción Mark Knopfler firmó un cheque a la eternidad.
- God Is Dead?, de Black Sabbath. Por qué: Los dioses se despiden a la altura de lo que son.
- Ball And Chain, de Big Brother. Por qué: Dos palabras: Janis Joplin. No intenten hacer esto en sus casas.
- When The Music’s Over, de los Doors. Por qué: entre tantos himnos no podemos olvidar esta pieza.
- KAM, de The Brew. Por qué: la sombra de Led Zeppelin es alargada, pero estos señores son dignos sucesores.
- I Want You (She’s So Heavy), de los Beatles. Por qué: por esos guiños al heavy antes de Black Sabbath.
- Tango Suicida, de Extremoduro. Por qué: es Robe en estado de gracia quitándose las cadenas. Pura magia.
- Sometimes I Feel Like Screaming, de Deep Purple. Por qué: el término power-ballad se inventó para joyas como esta.
- Pigs (Three Different Ones), de Pink Floyd. Por qué: todo lo que reluce en Animals es oro, pero es que esto…
- Beyond The Realms Of Death, de Judas Priest. Por qué: todavía sigo sin resistirme a esos solos en esta canción.
- A Mis Cuarenta y Diez, de Sabina. Por qué: pocos manejan la pluma como él, y cuando lo borda lo borda.
- You Set The Scene, de Love. Por qué: cuando Arthur Lee saca su varita, solo queda escuchar y disfrutar.
- Lover, You Should’ve Come Over, de Jeff Buckley. Por qué: una de las voces más bonitas apuntando a la eternidad.
- El Último Pecado, de Los Suaves. Por qué: aroma a despedida entre guitarrazos que juegan con la poesía de la canción.
- The March Of The Black Queen. Por qué: una de las primeras grandes canciones de los Queen pre sintetizadores.
- Visions of Johanna, de Dylan. Por qué: tiene ese don de los grandes himnos de ponerle luz al día más gris.
- La Cantata del Diablo, de Mägo de Oz. Por qué: es una de las canciones más sobrecogedoras que he escuchado.
- Celluloid Heroes, de los Kinks. Por qué: una de las mayores aproximaciones de Ray Davies a la canción perfecta.
- Jungleland, del Boss. Por qué: techo compositivo de Bruce con ese solo de saxo inmortal para la historia.
- A Quick One, While He’s Away. Por qué: 21 años tenía Pete Townshend cuando escribió este himno absoluto.
- In My Time of Dying, de Led Zeppelin. Por qué: riff mágico del Physical Graffiti, once minutos de puro viaje musical.
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