ZEPPELIN ROCK: El final de la fiesta - Microrrelatos: Cosas en los bolsillos (141)

domingo, 24 de julio de 2016

El final de la fiesta - Microrrelatos: Cosas en los bolsillos (141)



El final de la fiesta
(capítulo uno)

EL otro día estábamos de fiesta de cumpleaños en casa de una amiga. En realidad, ya ha pasado casi un año de aquello, pero aún anda reciente en mi memoria. Os cuento. Lo estábamos pasando bien, sobre todo porque sus padres no estaban en casa y pudimos beber un poco de alcohol, unas cervezas... y la cosa se fue animando. Yo creo que fui el único que no bebió porque luego me afecta demasiado y a veces he vomitado antes de llegar a casa. Un día comprendí que no valía la pena. Era mejor pasarlo “un poco peor” y llegar esplendoroso al hogar (donde los padres esperan impacientes y alerta) y pasar el día siguiente con la cabeza despejada para poder estudiar y simplemente no tener la impresión de que sea un día perdido para tu vida. Yo estas cosas las valoro mucho, aunque sé lo que estás pensando ahora mismo, colega. Yo también pensaba como tú no hace mucho tiempo. No ha sido una decisión moral; ha sido por simple orgullo. Bueno, yo me entiendo.

En fin, también habíamos devorado la tarta, que estaba deliciosa, hecha por la madre de nuestra amiga (eso dijo ella), la que cumplía los años. Tenía alguna fruta escarchada y cerezas dulces de adorno, que a mí la verdad es que no me hacen demasiada gracia, pero por lo demás estaba de rechupete. El caso es que habíamos (o habían) estado bebiendo botellines de cerveza que habíamos comprado a escondidas (yo también puse mi parte, soy así), pero se acabaron y la gente tenía ganas de más –éramos unos quince, porque estábamos en pleno agosto y también se habían apuntado los amigos que suelen venir de fuera: de Madrid, del País Vasco, de Albacete–. Ya lo he comprobado con esto del alcohol. Empiezas y luego no ves el momento de decir ¡basta! Pensamos (pensaron) en salir a comprar más aunque no todos pudieran poner dinero porque no llevaban en ese momento nada encima. Quizá un par de litronas o tres bastarían, pero nadie quería ir a comprarlas, así que nuestra amiga cumpleañera tuvo una idea, y poco después supe que era una idea que luego supe calculada y genial. Vosotros me diréis si lo fue. Consistía en sacar unas botellas de whisky y otras bebidas alcohólicas que su padre guardaba en el mueble-bar. En el congelador había siempre una bolsa de hielo. Siempre estaba allí, aunque pocas veces se usaba en casa. Solo cuando venía alguna visita, amigos de papá que luego se quedaban a tomar algo. Ni se darían cuenta de la merma. Juli me conocía muy bien, sabía que yo iría a por esos hielos, sabía todo lo que pasaría en unos minutos. Y esto es lo que pasó.

Juli sacó las botellas. En realidad, no se llama Juli, pero como esta historia está basada en hechos reales no me gustaría dar los verdaderos nombres. Y Juli (en fin) me mandó a por el hielo. “Está en la cocina, Carlos, al final del pasillo. Abres el frigorífico y en los cajones de abajo. Tráete la bolsa entera”. La música sonaba muy alta, y la gente cantaba mientras otros jugaban al Monopoli, como otras veces. Salí al pasillo y me dirigí a la cocina. Era un pasillo largo y a los lados estaban las puertas que daban a otras habitaciones. Antes de llegar a la cocina vi la del cuarto de los padres de Juli medio abierta. Fue la curiosidad o el instinto, pero asomé la cabeza a su interior y movido por esa curiosidad o por simple morbo, medio entré.

¿Os dije antes que los padres de mi amiga no estaban en casa? Pues sí que estaban, los dos, él y ella, pero con un aspecto y en unas posturas que ni sospecháis. Ambos estaban de pie, enfrentados, inmóviles. Él sostenía un banjo; ella, unas tijeras de podar setos. Yo, con los ojos como platos. Entonces, ambos giraron la cabeza hacia donde yo estaba, al mismo tiempo. "Hola", dijo él; "Pasa y toma el micrófono", dijo ella. "Corten", dijo una voz en off salida como de debajo de la cama. Salí deprisa, sin entender nada, quizá viendo mi cabeza por el suelo, cerré la puerta y continué mi camino hacia el frigorífico.

Regresé a mi casa como si me hubiera bebido un manantial de whisky.

Ángel Carrasco Sotos

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2 comentarios:

  1. Un banjo y unas tijeras de podar... ¿y ya está? ¿estaban en bolas? ¿Capítulo uno, dices?, espera, que voy a por las palomitas.

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    1. Jaja, imagínate lo que quieras, pero a mí se me viene una imagen de Blue Velvet de Lynch.

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