por MrSambo (@Mrsambo92)
del blog CINEMELODIC
No es una mala película Everest, pero sí una cinta fallida. Esta propuesta documentalista, épica y emotiva, se queda a medio camino en casi todo, no logrando convertirse en esa experiencia reveladora y sensitiva que prometía, pero tampoco resultando un completo fiasco.
Dividida en dos partes bien diferenciadas, Everest pretende rigor documental al mismo tiempo que usar las virtudes de la dramaturgia para emocionar, pero lo cierto es que si bien lo primero funciona aceptablemente, lo segundo no se logra casi en ningún momento. Una fase de exposición tremendamente alargada, pero poco significativa y aprovechada. En cambio la segunda parte se antoja en exceso repentina con la acumulación de problemas.
Pretende alejarse Baltasar Kormákur del típico cine de catástrofes de Hollywood, pero en esa intención está el peligro. Si bien es cierto que casi en ningún momento recurre a los estereotipos y tópicos de este tipo de cintas, manteniéndose alejado de tentaciones del clásico cine espectáculo, esa distancia acaba resultando contraproducente, porque todo resulta frío, no te conmueve nada. Ni acaban de importarte ni logras implicarte con las aventuras y desventuras de ese nutrido grupo de escaladores.
Un horror retratado con aséptica distancia involuntaria, o no del todo voluntaria, donde ese pretendido equilibrio dramático deja a la película en tierra de nadie. Insulsa y poco llamativa.
Hay tal acumulación y cantidad de personajes e historias que es imposible involucrarte con ellas. Les falta desarrollo, a menudo resultan gratuitas o superficiales, y más a menudo aún resultan intrascendentes, con lo que todo es neblinoso y disperso.
Una acumulación de personajes encarnados en muchos casos por actores de renombre (Jason, Clarke, Keira Knightley, Jake Gyllenhaal, Josh Brolin, Sam Worthington, Robin, Wright, Emily Watson…), lo que hace suponer algo importante para cada uno de ellos, pero luego no es así, por lo que la dispersión y la vacuidad asolan al conjunto. Salvo dos o tres personajes, y tampoco de una manera especialmente intensa, los demás nos importan más bien poco. Historias o relaciones que se insinúan pero no se desarrollan y la mayoría de personajes sin profundidad alguna, meros maniquíes funcionales.
Kormákur, quizá consciente de esta debilidad, echa el resto en la parte final intentando emocionarnos con momentos íntimos que nos toquen el corazoncito, pero se nota a la legua que es un vano y desesperado esfuerzo de última hora, pegotes emocionales sensibleros que chirrían más que conmueven. Sólo ocasionalmente, en algún plano o algún momento, se logra cierto sentimiento. La conversación telefónica de Clarke con Knightley o el gesto de Brolin ante la noticia de una muerte, son dos de los momentos más significativos.
Se pretenden evitar los trucos sentimentales, por lo que cuando se recurre a escenas íntimas donde la situación debería desgarrarnos, se aprecia el titubeo del director, que desperdicia la primera hora y pico de película en la que presenta a los personajes y la situación y en la que debería generar la empatía con el espectador.
Ese diálogo entre la inmensidad del Everest y los dramas íntimos de los personajes es retratado por Kormákur alternando planos picados de las montañas, espectaculares planos aéreos, con planos cerrados de los sufridos rostros.
Se muestra muy bien el avance de la aventura, sabes en cada momento donde está cada personaje y cada peripecia, casa episodio y zona de conflicto. El juego con las alturas, con predominio para los picados, los contrapicados y las hábiles panorámicas, es bueno y coherente con la historia y el entorno donde se desarrolla la misma.
Hay sutileza en esos pequeños detalles que van avisando de lo que se avecina, la insinuación de una tragedia con pequeños elementos (avisos verbales, recuerdos pasados, un sherpa necesitado de oxígeno…).
La impotencia, frustración y desolación por los hechos acontecidos, por las historias de cada uno, no acaban de sentirse como se debía esperar, todo excesivamente frío, como una tempestad en el Everest.
Se intuye, aunque no parece muy voluntario, una reflexión sobre la fe en ciertos momentos de la cinta. En esas miradas de algunos personajes a su futura muerte cuando deciden acometer un imposible por ayudar a otro o intentar que cumpla su sueño, a un posible destino fatal con la esperanza de que no ocurra, en la ilógica poética de escalar una montaña inhóspita, un entorno hostil; de esa aventura, el absurdo sublimado, ese sueño íntimo sólo comprendido por unos pocos que impulsa sin sentido, en levantarse de entre los muertos cuando todo estaba perdido…
En todo ello se pretende escenificar la pureza de la libertad desde esa ilógica, un necesario alejamiento de lo sensato y civilizado para ser un poco más libres.
No es mala, pero podía haber dado mucho más, que es lo que se esperaba. Pasable.
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