por MrSambo (@Mrsambo92)
del blog CINEMELODIC
La trilogía de “El Hobbit”, absurda trilogía, se ha resuelto desde la incompetencia, provocando una de las grandes decepciones del último cine mainstream. Si bien “El Hobbit” no tiene el peso ni la enjundia de “El señor de los anillos”, y hablo de la obra literaria, ya que es más infantil, uno no esperaba la pretenciosidad egocéntrica con que Peter Jackson ha encarado la imperecedera obra de Tolkien en esta ocasión.
Salí satisfecho de la primera parte, “El Hobbit: Un viaje inesperado” (2012), que con sus defectos (ese clímax de Play Station, el inicio algo moroso…), resultaba entretenida, tenía gran ritmo y la acción estaba muy bien dirigida, mostrada y modulada. Una cinta más infantil, como el propio texto, pero que funcionaba bien como relato mágico de aventuras, aunque se veía que el relleno iba a dilapidar el conjunto.
Con la segunda parte, “El Hobbit: La desolación de Smaug” (2013) [leer crítica], se me cayeron los palos del sombrajo. Puro relleno abarrotado de despropósitos, un insufrible infantilismo, invenciones exasperantes y la continua sensación de que no se llegaba a nada, de que estábamos ante un mero capítulo de transición porque la historia no daba para más, para así extender el lucrativo negocio… Pero de esta cinta ya di cumplida cuenta en esta misma página en su día…
Sin esperar nada me enfrento a la conclusión del viaje del hobbit Bilbo Bolsón, magníficamente interpretado durante toda la trilogía por Martin Freeman, y teniendo claro que iba a ver otra cinta llena de relleno para satisfacción de los menos exigentes. Este cierre de la saga es incluso peor que la anterior, aunque quizá no caiga en tantas secuencias de acción chorras y ridículas desde la puesta en escena, cediendo a un tono ligeramente más negro en contraste con el bochornosamente blanco de la anterior, donde los pequeños hobbits parecían seres inmortales.
“El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos” (2014) nos cuenta la derrota del dragón Smaug y la repartición de las riquezas que custodiaba, que enfrentará a cinco ejércitos distintos.
Me han frustrado dos cosas especialmente en esta adaptación de “El Hobbit”, las flipadas de puesta en escena en las secuencias de acción y los ridículos añadidos. La vergüenza y el bochorno que provocan los añadidos y las invenciones, la estupidez y la torpeza de la puesta en escena de las secuencias de acción, lo ridículo que resulta porque ni te lo crees ni puedes creértelo… Por supuesto aquí tendremos de las dos, aunque las flipadas han quedado algo más matizadas…
Los conflictos dramáticos añadidos son de chiste, con mención especial para esa relación amorosa, o triángulo amoroso, entre el enano y la elfa, Evangeline Lilly, con el bueno de Légolas (Orlando Bloom), omnipresente y al fondo constantemente. Esos azoramientos forzados, esas miradas afectadas hacia el horizonte, intentando escenificar un enamoramiento que no entendemos, aunque ese recurso de la mirada perdida al horizonte es casi obligada marca de estilo del director y se la vemos a casi todos los personajes, resultan bochornosos. La escena donde enano y elfa se despiden en la orilla causa vergüenza ajena. El desarrollo de personajes y sus relaciones resulta poco creíble en casi todo momento, y la del enano y la elfa en concreto se lleva la palma.
¿Qué decir de la trama del arquero y sus hijos? ¿Se puede saber por qué narices este hombre le confía la vida de sus preciados hijos, por los que no para de preocuparse, al tío más raro y menos de fiar de todo el pueblo? Y lo que es peor, ¿por qué lo hace Gandalf también? Todo esto sobra y algún personaje se podrían haber ahorrado, por ejemplo al tal Alfrid (Ryan Gage)…
La expedición de Légolas (Orlando Bloom) y Tauriel (Evangeline Lilly) es otra de esas cosas gratuitas y que causan vergüenza ajena porque se hace bochornosamente evidente que es pura invención y relleno, que no sirve absolutamente para nada, más allá de intentar crear un vínculo y citar hechos del pasado del elfo saltarín. ¿Para qué?
La primera hora de metraje se centra en los conflictos dramáticos, ya veis de qué nivel, y el desarrollo de personajes, para luego centrarse en un extenso clímax, una batalla de más de una hora.
Otro que tiene tela es el enano Thorin (Richard Armitage), con sus visiones, sus momentos oníricos, sus cambios repentinos, una obsesión que viene y va sin sentido alguno y que además resulta reiterativa en la saga y el mundo de Tolkien y “El señor de los anillos”, con la ambición, la avaricia, por lo material y la degradación personal que supone… Recordamos a Gollum, a Boromir… Pues más de lo mismo. El enano rey, tras portarse muy mal, reaccionará sin que sepamos porqué. No será que no se lo dicen sus compañeros: “Thorin, no te portas muy bien con nosotros”, “Thorin, se te ve rarillo”, ”Thorin, creo que deberías tomarte un Almax”... Total, qué más da…
Lo de los orcos es para hacérselo mirar. Necesitan Dios y ayuda para matar a alguien, eso sí, amagar no paran de amagar en toda la saga. Ni por casualidad, oiga, aunque 50 orcos rodeen a un protagonista no tendrán narices de acabar con él. No será por gruñidos, caras desagradables y amenazantes y ceños fruncidos, pero de matar poco. Es insufrible además, que cada vez que se amenaza la vida de un protagonista, Jackson recurra a las cámaras lentas y una sensiblera música, una afectación grandilocuente que resulta irritante y desquiciante. Si encima va a morir alguno, apaga y vámonos. ¿De verdad es necesaria una cámara lenta cada vez que muere o puede morir un protagonista?
Monstruos gigantes que caen redondos con un par de flechas, hipermusculados orcos abatidos a pedradas, una, para ser exactos… Y quien dice piedras dice cualquier cosa que se tenga a mano y se pueda tirar. Como algo impacte en un orco éste caerá muerto sin remisión… Quizá es un súper poder que mata orcos al contacto con la pieza lanzada…
Tenemos que soportar momentos, que vemos con nuestros propio ojitos, donde la aparición de 10 enanos, anunciados a golpe de trompeta, tornan una batalla que su ejército tenía pedida contra los orcos… Sin rubor alguno… Divertido resulta el orco jefe, que más que un general de la guerra parece un comentarista de la batalla, algo partidista, eso sí, y refunfuñando mucho para sus adentros.
Las tácticas bélicas no es que sean malas, es que son patéticas. Además, ¿para qué usarlas si con cuatro tíos puedes matar un ejército entero?
No todo es malo, hay escenas aceptables y buenos momentos. Por ejemplo, la primera secuencia es notable, el aspecto visual, como siempre, es bueno y tiene detalles brillantes, buenas peleas y momentos de acción, así como algunas “idas de pinza”. Algunas muertes, en algunos casos por la manía que tenía a los personajes, me resultaron satisfactorias, así como momentos sueltos, como ese “cigarrito de después” de Bilbo y Gandalf, que nos hacen recordar al Jackson de la trilogía de “El señor de los anillos”.
“El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos”, no es más que una larga y extendida guerra entre orcos, elfos, hombres, enanos y hobbits donde no hay mucho más que rascar. No la salvan ni su elegante look, ni el poderío visual, ni la competente dirección y montaje, rodando con seguridad y planos sostenidos, renunciando al frenesí del montaje sincopado, ni las escenas sueltas que puedan resultar aceptables.
A muchos les valdrá con el look, las escenas espectaculares y ese recuerdo de lo que fue una gran saga como “El señor de los anillos”, pero lo cierto es que no hace falta escarbar mucho para darse cuenta de la insustancialidad de la propuesta del señor Peter Jackson. Peter Jackson ha demostrado que mientras seguía una ruta su poderío visual es capaz dejar grandes momentos, incluso grandes películas, pero cuando tiene que crear, cuando tiene que poner de su parte, cosa que no necesitaba hacer aquí, pero en la que se empeñó, se le ve el plumero, se muestra torpe e incapaz. Sus añadidos están entre lo ridículo y lo patético. Una pena.
©Jorge García
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