Plumas
YO nací con el cuerpo cubierto de plumas. Esta era la única peculiaridad que me diferenciaba del resto de los hombres (sí, yo también nací mortal). Quizá esté por demás el decir que sufrí de pequeño las mofas continuadas de mis compañeros de colegio, las risitas de las niñas de papá, los murmullos y rezos de las viejas cotillas. Pero pronto fui superando estas contradicciones y sobreponiéndome a estos embates de la vida... hasta convertirme en líder. Sí, en un gurú, en un paladín de peores o mejores causas. Desde luego siempre rechacé los insufribles requerimientos de gente de circo, y, aunque me asediaron con cuantiosas ofertas, no era ese mi destino; fue cosa que supe desde el primer momento.
Logré el difícil elogio y la admiración sin resquicios de mis amigos y familiares. Cuando hablaba en reuniones, todos se subyugaban a mis palabras. Fui acumulando méritos y éxitos empresariales, y mis opiniones en torno a cuestiones políticas y económicas fueron respetadas por todos los medios y por todos los especialistas y eruditos en materias tan volubles y cuestionables. Pateé programas de televisión tanto como tribunas y púlpitos de ateneos y academias. Ya nadie reparaba en mis plumas. Además, esa gracia en mí instalada, ese carisma, atrajo sobremanera al sexo femenino y tuve, y tengo, innumerables amantes de la más alta alcurnia y de la más diversa condición. Amantes que nunca han sabido qué hacer con tanto huevo. (Es una particular capacidad de empreñar y el comienzo de una nueva raza).
©Ángel Carrasco Sotos
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